Gaceta Crítica

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Si la historia la hicieran los «grandes hombres», ¿por qué todas las revoluciones empezaron con pueblos hambrientos y no con filósofos iluminados?

Atilio Boron (Sociólogo marxista argentino) BLOG DEL AUTOR, 19 de Diciembre de 2025

Nos enseñaron que la historia la hacen los grandes líderes. Los próceres, los presidentes, los generales. Nos mostraron estatuas de bronce y nombres en los libros. Pero nunca nos dijeron quién construyó esas estatuas, quién trabajó la tierra que alimentó esos ejércitos, quién produjo la riqueza que financió esas guerras.


El materialismo histórico es la herramienta teórica que invierte esa mentira. La historia no la hacen los individuos excepcionales. La hacen las contradicciones materiales, las relaciones de producción, la lucha de clases. Los «grandes hombres» solo expresan, con más o menos lucidez, las fuerzas históricas que los atraviesan.


Marx y Engels tomaron la dialéctica hegeliana y la pusieron sobre sus pies. Hegel creía que la historia era el despliegue del Espíritu Absoluto, pura idea que se realiza en el mundo. Marx demostró que la historia es el desarrollo de las fuerzas productivas y las contradicciones que generan. No son las ideas las que cambian el mundo. Son las condiciones materiales de existencia las que producen las ideas que, a su vez, pueden o no cambiar al mundo.


Los últimos descubrimientos antropológicos e históricos confirman lo que Marx intuyó: antes del capitalismo, antes de la propiedad privada, existieron formas de organización social basadas en la cooperación, no en la explotación. El capitalismo no es el «fin de la historia». Es apenas un modo de producción entre otros que le precedieron y otros que le van  a suceder.

Todos, absolutamente todos, son creaciones históricas, y por lo tanto destinadas a nacer, crecer, desarrollarse y, luego, inevitablemente perecer.


Comprender los períodos históricos desde el materialismo histórico no es hacer arqueología. Es entender que cada formación social tiene sus propias contradicciones, sus propios sujetos históricos, sus propias posibilidades de transformación. Desde la acumulación originaria del capital —ese proceso brutal de despojo y violencia que fundó el capitalismo— hasta la globalización financiera neoliberal , lo que vemos es la intensificación de una contradicción fundamental: la socialización de la producción versus la apropiación privada de la riqueza.


Y esa contradicción no se resuelve con reformas. Se resuelve con cambio civilizatorio : la construcción de un modo de producción que no esté basado en la explotación del trabajo ajeno ni en la destrucción de la naturaleza.


China, con todas sus contradicciones, plantea algo que Occidente no quiere ver: la posibilidad de un socialismo con peculiaridades propias , una vía que no reproduce el capitalismo salvaje pero tampoco calca el modelo soviético del siglo XX. Y eso, en sí mismo, es una amenaza al pensamiento único que nos quieren imponer.

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