Gaceta Crítica

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En Estados Unidos, el 0.1% más rico tiene más riqueza que el 90% de la población. ¿A eso le llaman democracia?

Atilio Boron (Blog del autor), 15 de Diciembre de 2025

Nos vendieron que vivimos en democracia. Que el pueblo decide. Que votamos y elegimos nuestro destino. Pero basta mirar los datos para entender que lo que llaman «democracia» es, cada vez más, una plutocracia: el gobierno de los ricos, para los ricos.


La democracia liberal nació tarde. Muy tarde. El liberalismo triunfó en el siglo XVIII, pero la democracia tuvo que esperar casi dos siglos para ser tolerada por las clases dominantes. ¿Por qué? Porque la burguesía siempre supo que democracia real significa redistribución de poder, y eso amenaza la acumulación capitalista y la apropiación de sus riquezas.


Para evitar tamaño desenlace las clases dominantes apelaron a la creación de una democracia restringida: podés votar cada cuatro años, pero no podés decidir sobre la economía. Podés elegir representantes, pero no podés tocar la propiedad privada de los medios de producción. Podés protestar, pero no podés alterar el orden del capital. Una democracia de procedimientos vacíos que simula participación mientras concentra el poder en manos de corporaciones y mercados financieros.


Hoy lo llaman «gobernanza «. Dicen que los gobiernos deben ser «responsables» ante los mercados. Traducción: los pueblos no deciden, deciden los bonistas, los especuladores, las calificadoras de riesgo. Si un gobierno popular intenta redistribuir riqueza, los mercados lo castigan con fuga de capitales, devaluación, inflación provocada. Y después te dicen que fracasó por «populista» o «irresponsable».


La contradicción entre capitalismo y democracia no es un accidente. Es estructural. El capitalismo necesita desigualdad para funcionar. La democracia real exige igualdad para existir. No pueden coexistir. Por eso, cada vez que los pueblos intentan democratizar la economía, el capital responde con golpes, lawfare, ajustes brutales. A más democracia menos capitalismo. Y cuando nuestros gobiernos quieren acelerar el desarrollo capitalista lesionan la vitalidad del orden democrático.


Y la repercusión global de esta contradicción es devastadora: guerras imperiales justificadas en nombre de la «democracia», “intervenciones humanitarias” que destruyen países enteros, sanciones económicas que matan de hambre a millones mientras Washington se presenta como defensor de los derechos humanos.


¿Seguimos creyendo que con más elecciones alcanza? ¿O entendemos que sin democratizar la economía, toda democracia política es pura fachada?

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