Leon Vermeulen (Substack del autor y Sinpermiso), 14 de Diciembre de 2025

El continente que en su día construyó su identidad sobre la paz, la reconstrucción y la claridad moral se ha visto atrapado en una guerra que no sabe cómo terminar.
Europa se encuentra hoy en el punto más paradójico de su historia geopolítica moderna: insiste en librar una guerra que no puede ganar, manteniendo una estrategia que no puede tener éxito, con el fin de preservar una narrativa que ya no puede permitirse cuestionar. El conflicto de Ucrania, ahora en su fase más dura e irreversible, ha puesto de manifiesto algo más profundo que un error de cálculo estratégico. Ha dejado al descubierto un continente atrapado en una red de compromisos psicológicos, rigidez institucional y absolutismo ideológico. Europa no solo perdió su brújula moral, sino que la sustituyó por un conjunto de doctrinas que ya no puede controlar.
Esta no es una historia sobre Rusia. Es una historia sobre la propia Europa.
I. La narrativa que se convirtió en una jaula
La guerra comenzó como una cruzada moral, enmarcada por Bruselas como una lucha universal entre la democracia y la agresión autoritaria. Rápidamente se elevó más allá de la política y la estrategia, hasta el ámbito de la imperativa moral. En el momento en que los líderes europeos dijeron a sus poblaciones que Ucrania estaba «defendiendo los valores europeos», cerraron la puerta a cualquier compromiso futuro.
Las guerras justificadas por absolutos morales no pueden terminar de forma pragmática.
*Cualquier cosa que no sea la «victoria» se convierte en traición.
*Cualquier cosa parecida a una negociación se convierte en apaciguamiento.
*Cualquier cosa que se parezca al realismo se convierte en inmoralidad.
Europa construyó una narrativa tan rígida que revertirla ahora derrumbaría los cimientos morales de su propia clase dirigente.
II. Una máquina institucional sin marcha atrás
Hay una tragedia estructural en Bruselas: la Unión Europea está diseñada para acumular compromisos, no para retirarse de ellos.
Una vez que la UE adoptó sanciones, entregas de armas y alineamiento estratégico con Washington, el bloque no tenía ningún mecanismo institucional para revertirlos. No hay mecanismo de seguridad. No hay canal de disidencia. No hay salida de emergencia. Es, en esencia, un superpetrolero político sin timón ni frenos.
Por lo tanto, la guerra continúa no porque Europa crea en la victoria, sino porque Europa no puede concebir políticamente nada más.
*La maquinaria no puede dar marcha atrás.
*La retórica no puede deshacerse.
*Los líderes no pueden admitir el error.
Incluso el fracaso de las políticas se convierte en justificación de las políticas.
III. La sombra transatlántica
El ADN estratégico de la UE es transatlántico. Sus instintos políticos se estructuran en torno a un único temor: ser abandonados por Estados Unidos. Para Polonia, los países bálticos y, cada vez más, Escandinavia, Estados Unidos no es un socio, sino una protección existencial.
Por lo tanto, Ucrania se convirtió en una prueba de lealtad.
La dependencia psicológica de la UE respecto a Washington significa que desviarse de la posición estadounidense se convirtió en algo impensable. Así, Europa siguió la narrativa de Estados Unidos y luego se encontró más comprometida con la guerra que la propia Washington.
Ese fue el momento en que la trampa se cerró.
IV. El trauma histórico como motor de la política
Existe una división dentro de Europa que ningún documento político logra articular:
La postura antirrusa de Europa occidental es ideológica, mientras que la de Europa oriental es existencial.
- Para Alemania y Francia, Rusia es un adversario.
- Para Polonia y los países bálticos, Rusia es una pesadilla histórica.
La intensidad emocional de las élites de Europa oriental, moldeada por la ocupación, la represión y el trauma, ha superado las dudas de Europa occidental. Bruselas ha adoptado la visión del mundo de sus miembros más temerosos, no de los más racionales.
Resultado: Europa está actuando por miedos heredados, no por cálculos contemporáneos.
V. El imperio de los costes irrecuperables
Europa ha invertido miles de millones en el conflicto, ha vinculado su credibilidad política al éxito de Ucrania y ha construido un régimen de sanciones que ha repercutido en su propia economía. En este momento, la guerra se ha convertido en un proyecto de costes irrecuperables a gran escala.
Abandonarlo significaría:
*admitir un error estratégico,
*exponer los errores de juicio de los servicios de inteligencia,
*enfrentarse a las realidades económicas,
*y reconocer que el «orden basado en normas» no se ha mantenido.
Así que, en lugar de eso, Europa sigue redoblando sus esfuerzos.
Cuanto más fracasa la estrategia, más agresivamente hay que defenderla.
Cuanto más dura el estancamiento, más fuerte se vuelve la retórica.
Esto ya no es una estrategia geopolítica, es una cuestión de supervivencia de la reputación.
VI. Miedo al colapso
Detrás de la insistencia en la victoria de Ucrania se esconde un temor europeo más profundo: el colapso de la propia autoridad de la UE.
Una derrota de Ucrania:
*destruiría la credibilidad geopolítica de la UE,
*empoderaría a los partidos nacionalistas de todo el continente,
*deslegitimaría a la clase dirigente de Bruselas en materia de política exterior,
*y pondría de manifiesto la incapacidad de la UE para influir en los resultados globales.
Para la actual élite de Bruselas, una derrota de Ucrania no es solo un fracaso geopolítico, sino una amenaza política existencial. Toda su legitimidad se basa en la ilusión de control y la promesa de claridad moral.
Si Ucrania cae, esa ilusión desaparece.
VII. La crisis moral en el núcleo
La Europa actual no sufre de falta de moralidad.
Sufre de absolutismo moral, una visión del mundo que confunde la intención moral con el resultado estratégico.
Esta es la raíz de la crisis.
Europa sustituyó:
*la sabiduría moral por la postura moral,
*el juicio político por la rigidez ideológica,
*el pragmatismo por la virtud performativa,
*el realismo por grandes narrativas de lucha moral.
Una vez que la guerra se convirtió en una «lucha civilizatoria», el espacio para la diplomacia se evaporó.
VIII. El callejón sin salida
Así pues, Europa sigue luchando:
*no porque Ucrania pueda ganar,
*no porque Europa crea que puede cambiar el rumbo,
*no porque el campo de batalla lo justifique,
sino porque Europa carece del valor, la flexibilidad y el diseño institucional para admitir que la guerra está perdida.
Esta es la verdadera tragedia: el continente que en su día construyó su identidad sobre la paz, la reconstrucción y la claridad moral se ha atrapado a sí mismo en una guerra que no sabe cómo terminar.
Europa no ha perdido sus valores.
Ha perdido su capacidad para distinguir los valores de la vanidad.
Leon Vermeulen es un historiador y comentarista independiente especializado en la memoria, los conflictos y la reconciliación europeos.
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