Gaceta Crítica

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«Rey emérito Juan Carlos»: Franquista, machista, infiel, ególatra y defraudador: las memorias de un rey supuestamente campechano

Juan Oliver (PÚBLICO), 8 de Diciembre de 2025

  • Juan Carlos I reconoce en su autobiografía que intentó evadir dinero a Hacienda pero que regularizó su situación, o que engañó a su esposa con «deslices», pero intenta aparecer como víctima del Gobierno y de la frialdad de su familia.
  • El exjefe del Estado considera una «venganza» las leyes de memoria democrática, admite su veneración por Franco y se atribuye el mérito de la Transición: «La joven democracia española, mi obra».
Juan Carlos de Borbón y Sofía de Grecia, en 2020 en Madrid en el coche en el que acudieron al funeral de la hermana del exrey, Pilar de Borbón.
Juan Carlos de Borbón y Sofía de Grecia, en 2020 en Madrid en el coche en el que acudieron al funeral de la hermana del exrey, Pilar de Borbón.Europa Press

En 1954, cuando tenía 16 años y llevaba casi seis viviendo al amparo de Franco para ganarse su favorJuan Carlos de Borbón asistió a una feria de tecnología organizada por el antiguo Instituto Nacional de Industria. Un amigo íntimo y él se quedaron embobados ante un modelo prodigioso de la marca Pegaso que presumía de alcanzar los 200 kilómetros por hora. Informado de la identidad del joven visitante y de su proximidad al dictador, el director de la empresa se apresuró a ofrecérselo de inmediato como regalo. «Yo estaba loco de alegría y agradecimiento. La conducción y la velocidad son una de mis pasiones», cuenta en las memorias que acaba de publicar en español. «Por desgracia, el duque de la Torre [su tutor entonces] se opuso firmemente (…) Salí de la feria frustrado y resignado con un prototipo de máquina de escribir que el duque me animó a elegir (…) Nunca usé aquella máquina».

Que se sepa, desde aquella feria hasta ahora, siempre que el exmonarca ha podido elegir, ha preferido los coches a la escritura. Incluso en Abu Dabi, a donde se fugó hace más de cinco años huyendo de sus escándalos fiscales y de faldas, y donde sus memorias (Reconciliación, Editorial Planeta) las ha redactado la periodista Laurence Debray, su actual biógrafa. Allí, en una exclusiva villa frente al mar en una isla privada, Juan Carlos ya no conduce, pero sigue recibiendo regalos, como, según confiesa en el libro, ha hecho toda su vida. Y eso que se define como un hombre sencillo y natural, campechano; que huye del boato y del lujo; que añora a su familia, especialmente a su mujer; que ama a su patria, por la que daría la vida, y a la democracia, por la que también, y que se siente injustamente expatriado al final de su existencia por haber hecho lo que, según él, los reyes han hecho siempre: aceptar regalos.

En realidad, la supuesta confesión a la que Juan Carlos de Borbón se somete con Debray –hija de Regis Debrais, un filósofo de izquierdas– nos desvela a un franquista irredento, ególatra, machista y vividor empedernido, mentiroso, superficial y sobre todo muy, muy infiel. Con su familia y especialmente con su mujer, a la que confiesa haber engañado en repetidas ocasiones –»deslices sentimentales», en su lenguaje–; pero también con su país, con sus instituciones y con sus ciudadanos y ciudadanas, a las que ha intentado hurtar millones en impuestos y a las que escondió la existencia de una fortuna engordada mediante dádivas de dudoso origen. Ni para lo uno ni para lo otro muestra arrepentimiento alguno, ni ofrece explicaciones en estas memorias, en las que, al contrario, se atreve incluso a mostrarse ultrajado. Como pretendiendo que se puede ser a la vez franquista y demócrata; traidor y justiciero; solidario y defraudador; caballero y machirulo; austero y derrochador… A veces, recuerda a un señorito adinerado y malcriado que se enrabieta y monta una escena cuando no le compran el coche que acaba de ver en un escaparate.

Dos guepardos, dos Ferrari y un chimpancé  

«Me crie en un mundo donde el dinero fluía de una forma más sencilla, donde las donaciones y los regalos para mantener a nuestra familia eran lo habitual», narra, admitiendo sin sonrojo que tenía fuera de España, en una cuenta en un banco suizo, 100 millones de dólares fruto de «una donación generosa, regalo del difunto rey de Arabia Saudí, Abdalá», que se le hizo no a él, sino a «la familia real española». La obtuvo justo en la época en que su mediación logró que un grupo de empresas construyera el AVE en ese país, pero asegura que no pudo negarse a recibirla porque en los países árabes «rechazar un regalo se consideraría una ofensa«. Ya le había sucedido otras veces, asegura: «En 2011, el jeque Mohamed bin Zayed, de los Emiratos Árabes Unidos, nos regaló a mi hijo y a mí dos coches Ferrari (…) Patrimonio Nacional se opuso y los sacó a la venta prácticamente nuevos (…) El príncipe heredero emiratí vivió esa operación como una afrenta».

Juan Carlos ya aceptaba regalos de todo tipo desde joven, cuando se criaba a las órdenes de Franco y seguía su adiestramiento militar. «Un día, un piloto de Iberia que volaba a Senegal me regaló una cría de chimpancé que me seguía por la Academia del Aire». Jugó con el pobre animal hasta que se licenció y lo dejó en manos del médico de la escuela. Luego tuvo dos guepardos: uno, regalo del emperador de Etiopía, Haile Selassie, que «murió de una indigestión de pájaros (sic)», y otro, de una hermana del sha de Persia. «Un día que lo paseaba por los jardines de la Zarzuela, pasó mi hijo Felipe al volante de su kart y el guepardo saltó hacia él sin que yo pudiera hacer nada. Se quedó todo en un susto”, explica aliviado. Años después de sobrevivir a aquel ataque, y ya como Felipe VI, su hijo acabaría renunciando a su herencia. Entonces, él se fugó a Abu Dabi, donde no paga impuestos.

Juan Carlos de Borbón y su hijo Felipe, en 2007 en Madrid

«No busco destinos lujosos», cuenta ahora desde su isla frente a la capital de Emiratos, en la casa que le buscaron sus anfitriones emiratíes y que considera un hogar digno pero austero, con su piscina, su gimnasio particular, sus tres olivos milenarios, un loro con los colores de España en la cresta y su tele de dos por tres metros «para ver los acontecimientos deportivos». «Yo la llamo the wall [el muro]», afirma jocoso, pero sin desvelar si se trató también de un regalo. Sí lo fue la mansión La Mareta, que le regaló Huséin de Jordania en 1989, y que acabó entregando a Patrimonio Nacional para saldar otra deuda: «Hacienda me pedía una cantidad de dinero para conservar la propiedad de la que yo no disponía», sostiene. «Quienes pasan hoy allí las vacaciones son los presidentes del Gobierno, algunos de los cuales no dejan de criticarme», se lamenta.

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Sin citar al presidente, el exmonarca acusa al Gobierno de Pedro Sánchez de haber convertido las investigaciones sobre sus fraudes y su patrimonio oculto «en una caza de brujas». Lo cierto es que a él no se le ha podido juzgar por esos presuntos delitos porque la Fiscalía ha considerado que ya han prescrito o porque su figura no era penalmente responsable, como jefe del Estado, cuando los cometió: «He regularizado mi situación fiscal en España por medio de tres ajustes consecutivos (…) Heme aquí absuelto de toda culpa», se reafirma ahora.

Machismo  

Las referencias a los regalos y a su justificación son continuas en las memorias de Juan Carlos. En una de ellas llega a sostener que entre monarcas los obsequios son «parte de una forma de diplomacia, tanto como los matrimonios, las uniones políticamente útiles, a veces entre hijos y primos. Una aberración a nuestros ojos, que sólo entienden los matrimonios por amor”.

A lo largo del libro, el anterior jefe del Estado incurre en multitud de micromachismos. Como hablar de sus «hijos» o de los «niños» cuando en realidad se refiere a las infantas Elena –a la que bautizó así en honor a una antigua novia– y Cristina. Tuvo que hacerse cargo de ellas, relata, «porque sus respectivos maridos ya no podían hacerlo»: «Uno [Iñaki Urdangarin, condenado a más de siete años de cárcel por corrupción] estaba atrapado en problemas legales y el otro [Jaime de Marichalar], tras un derrame cerebral, carecía de perspectivas profesionales prometedoras».

El exrey Juan Carlos en 2022 en su yate en Sanxenxo (Pontevedra), en su primer viaje de regreso a España desde Abu Dabi

Desde el punto de vista institucional, sin embargo, el exrey confiesa tácitamente que los derechos de sus hijas no le preocuparon cuando se redactó la Constitución: «Se habla mucho del artículo 57 sobre la sucesión de la Corona, que da prioridad al hombre sobre la mujer, una tradición que tiene su origen en los Borbones y que promueve el derecho de progenitura salvo en caso de descendencia masculina», narra. «En la época, este artículo, que hoy resulta chocante, no suscitó ningún comentario», dice. E incluso bromea con el asunto: “También debería modificarse un artículo que discrimina a los hombres, el que dice que la mujer del rey es reina, pero el marido de la reina sólo es príncipe consorte de la reina. Sé que Felipe de Edimburgo, marido de la reina Isabel II [de Inglaterra], sufría mucho por eso».

Probablemente, él ya daba por hecho que la democracia parlamentaria española no incluiría la igualdad en la sucesión borbónica, cuando narra con entusiasmo lo que sintió cuando nació Felipe: «Acababa de tener un hijo, un potencial heredero». Entonces ya tenía dos hijas.

Muchos años después, Juan Carlos recuerda que hasta su abdicación solía acudir todos los años a una cena que organizaba el exministro del Interior José Luis Corcuera y que, por lo que él detalla, tiene pinta de ser una cita sólo para varones: «Había un ambiente muy amistoso, incluso familiar, en estas reuniones de una generación de hombres que habían acompañado la democratización y modernización del país». Como si las mujeres no hubieran pintado nada.

Protagonismo absoluto  

Sobre aquella, época, Juan Carlos se atribuye todo el protagonismo en decenas de sentencias que salpican casi todos los capítulos de su biografía: «Devolví la libertad al pueblo español»; «No he fallado como rey constitucional»; «Construí la democracia española»; «La Corona descansa enteramente sobre mí [aún hoy, que ya ha abdicado]»; «La joven democracia española, mi obra»…  También se considera autor del concepto de «hispanidad» –»Empecé a pensar en ello siendo un simple cadete en el buque escuela Juan Sebastián Elcano en 1956″. E incluso se ve como el arquitecto social, cultural y deportivo de los últimos años: «Este deporte [el esquí] que los españoles apenas practicaban antes de mi reinado (…) También puse de moda Palma de Mallorca y los deportes náuticos (…) «Yo creé el premio Cervantes y los premios Príncipe [hoy Princesa] de Asturias».

La Guerra civil, Franco y la memoria histórica  

Todo aquello que ahora se atribuye empezó en 1969, cuando el dictador bajo cuyo amparo se crio por decisión de su padre lo nombró heredero de un régimen autoritario y sangriento, que consolidó su poder mediante el exterminio sistemático de sus rivales. En su autobiografía, sin embargo, Juan Carlos se pretende equidistante, y describe la guerra civil como un enfrentamiento entre dos bandos de radicales: uno, de «socialistas, anarquistas y comunistas ayudados por la URSS, y otro apoyado por la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini». Sin referirse ni una sola vez, en las cerca de 500 páginas del libro, a que de lo que se trató en realidad fue de un golpe de Estado militar contra un régimen democrático.

«Hoy se recuerdan más las muertes de un bando que las del otro», advierte, afeando que las víctimas, es decir las miles de personas que fueron asesinadas, torturadas, violadas u obligadas a exiliarse por negarse a apoyar al fascismo, sus familiares y descendientes, reclamen el cumplimiento de las leyes de memoria, que a su juicio no representan una expresión democrática de reparación y justicia, sino, más bien, «el espíritu de venganza» de los vencidos.

Juan Carlos se confiesa admirador de Franco, por «su inteligencia y su sentido político», así como por su forma de vivir «muy austera y disciplinada», obviando cualquier referencia no ya a sus múltiples crímenes de sangre sino tampoco al expolio continuado de bienes públicos con el que el dictador y su familia se enriquecieron durante casi cuarenta años, mediante supuestos regalos como los que a él le han hecho, también, millonario.

Esos regalos le adulan, sí, pero a la vez parecen hacerle rabiar de soledad y de olvido, de miedo y de abandono, como si nunca hubiera dejado de ser aquel adolescente expatriado que se comportaba como un niñato malcriado cuando se le exigía que se comportara como un príncipe. «Me consuelo de vez en cuando con el jamón serrano que me envían ya cortado desde España», dice ahora, como para dar lástima desde su isla. «Aunque no es lo mismo que un jamón entero en un jamonero, cortado con arte por un cortador que libera todo su sabor. Me tengo que conformar con un sucedáneo».

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