Nieves Concostrina (PÚBLICO), 7 de Diciembre de 2025

Los borbones disfrutan desde hace un par de siglos de una enorme ventaja con los españoles: somos gilipollas.
Pese a que no han parado de darnos sobradas muestras de indecencia durante los últimos seis reinados, aquí siguen gracias a que la desinformación y la desidia de los ciudadanos los mantiene a salvo, y gracias, sobre todo, a la inmunidad e impunidad que les han venido brindando las distintas constituciones.
La que no ha sido corrupta ha sido perjuro… o, para ser más exactos, todos han sido corruptos y perjuros. El defraudador Juan Carlos de Borbón nos ha dejado muchas imágenes hirientes, injuriosas… seguro que todos guardamos alguna en la retina: junto al elefante muerto, saludando a bordo del Bribón después de haber sido expulsado del país, con bermudas, gorra del revés y cara de tolai en la barbacoa de Corinna, mintiéndonos en nuestra cara cuando salió de la habitación de su hospital privado diciendo eso de “Lo siento mucho…” o respondiendo a una periodista con el insultante “¡Explicaciones de quéééé…!” desde un coche. La lista de agravios recogidos en imágenes es larga, pero como su exmajestad no sabe parar de pifiarla, en los últimos días ha añadido otra de las suyas: un vídeo de estética chunga diciendo no sé qué de su hijo Felipe y de los jóvenes que le deben dar su apoyo. Hubo que visionarlo varias veces para saber si eso era un fake hecho con IA por algún republicano activista o si Juancar ha entrado en deterioro cognitivo camino de la demencia senil. La madre que lo parió. Ha pasado a ser el borbón meme.
Juan Carlos ha dejado tal rastro de desfachatez, que resulta difícil elegir qué escena es más vejatoria. A mí me ofende una especialmente: la imagen de Juan Carlos y Sofía frente a una urna el día 6 de diciembre de 1978 votando la ratificación de la Constitución.
A los partidarios de alcanzar la República todas estas pifias nos dan tremendas satisfacciones, porque la corona va cayendo en mayor ridículo y desprestigio, pero a Felipe y a la ciudadana Ortiz les debe haber provocado un pico de tensión porque papi no para de poner clavos en el ataúd de la monarquía.
Decía que Juan Carlos ha dejado tal rastro de desfachatez, que resulta difícil elegir qué escena es más vejatoria, pero a mí me ofende una especialmente: la imagen de Juan Carlos y Sofía frente a una urna el día 6 de diciembre de 1978 votando la ratificación de la Constitución. Damos por hecho que la pareja votó que sí, porque eso les aseguraba absoluta inmunidad para delinquir. Es ciertamente vergonzoso que tenga derecho a voto quien está al margen de la ley que está votando.
Cerramos una semana en la que otra vez, como cada año, se nos llena la boca de Constitución, el documento más importante de la nación que nos hemos dado para regular los derechos, libertades y deberes de la mayoría de los ciudadanos, pero está tan absurdamente sacralizada, que en cuanto alguien pronuncia las palabras cambio, enmienda o modificación brota un sarpullido institucional que pone de los nervios a sus señorías porque creen que tocar una coma o eliminar machismos manifiestos va a dinamitar los cimientos de la nación. Bien es cierto que la única enmienda a la totalidad debería ser, de una vez por todas, la supresión del Título II. De la Corona, con sus diez artículos dentro, del 56 al 65 ambos inclusive.
Hay que reconocer que los que tienen mucho arte enmendando su constitución son los estadounidenses. Cuando el Congreso de los Estados Unidos modifica uno de los artículos es por algo muy gordo, y hasta ahora lo han hecho 27 veces en doscientos y pico años. Entre las enmiendas más importantes está la decimotercera, que abolió la esclavitud; la decimonovena, que permitió el voto a las mujeres; la segunda enmienda, que es la que les da el derecho a tener armas; y está también esa que sale en todas las pelis de juicios con alguien diciendo “me acojo a la quinta enmienda”, que es la que te permite no declarar en tu contra. Pero la más graciosa de las enmiendas es la que enmendó la enmienda. Ocurrió a raíz de la gran patochada de la Ley Volstead, más conocida como la Ley Seca, que desembocó en la decimoctava enmienda a la Constitución de EEUU prohibiendo el alcohol en 1920; decisión que se demostró tan desastrosa y propiciadora del gansterismo, que después hubo que aprobar la vigesimoprimera enmienda en 1933 para derogar la prohibición. Nunca había ocurrido y nunca más ha vuelto a ocurrir. Es la única vez en la historia de Estados Unidos que se ha aprobado una enmienda para enmendar la enmienda. Tiene guasa.
Es difícil calibrar qué hubiera sido peor, si el Felipe que sufrimos, la corrupta Cristina o la elemental Elena. La verdad es que da igual a quién nos encajaran. Ninguno da la talla moral ni intelectual.
Esa soltura para enmendar su Constitución es lo único que les deberíamos copiar a los yanquis, porque los distintos gobiernos españoles no han tenido perendengues ni siquiera para modificar ese punto primero del artículo 57 que continúa inamovible desde La Pepa y que dice que para la sucesión en el trono es preferible “el varón a la mujer”. Porque la ciudadana Ortiz parió hembras y no dio más stock de herederos, pero si Sofía hubiera sido macho u optara ahora por un cambio de sexo… ¿qué? ¿cómo lo hacemos? ¿pasamos al chico por delante de Leonor tal y como indica la añeja Constitución de 1978? ¿tal y como hicieron con Felipe pasándolo por delante de Elena y Cristina? Maremía… es difícil calibrar qué hubiera sido peor, si el Felipe que sufrimos, la corrupta Cristina o la elemental Elena. La verdad es que da igual a quién nos encajaran. Ninguno da la talla moral ni intelectual.
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Juan Carlos: «Queridísimo papá…»
En los 213 años que llevamos desde que se proclamó La Pepa de 1812, los señores que han redactado a su medida las distintas constituciones no han tocado ni una coma de los artículos que protegen el machismo y la inviolabilidad del señor o la señora majestad de turno. El punto 3 del artículo 56, sobradamente conocido, dice que “La persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad. Sus actos estarán -ojo al dato- siempre refrendados en la forma establecida en el artículo 64”. Vayamos pues al punto 2 del artículo 64: “De los actos del Rey serán responsables las personas que los refrenden”.
Es por ello que deberíamos pedir el procesamiento de Adolfo Suárez a título póstumo, Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero, Eme Punto Rajoy (si es que alguien sabe quién es) y Pedro Sánchez por haber refrendado -es decir, permitido- todos y cada uno de los actos ilegales en los que ha incurrido Juan Carlos desde que sancionó la Constitución de 1978. Sánchez podría escaquearse porque su presidencia es posterior, pero tampoco se libra porque impidió desde su partido la apertura de una investigación en el Congreso. Así que… a la cárcel también. Todos a la cárcel.

A Juan Carlos de Borbón se le atribuyen cinco delitos fiscales acreditados, blanqueo de capitales, cohecho pasivo, dos trust en la isla de Jersey, otra cuenta bancaria en el paraíso fiscal de las Islas Vírgenes Británicas, donaciones irregulares, comisiones, recepción de regalos que nunca declaró pese a esta obligado a ello… casi todo presunto, por supuesto, que para algo es inviolable, a lo que hay que añadir otras inmoralidades pregonadas ya a los cuatro vientos que podríamos calificar de delitos nefandos dada la pertenencia oficial de Juan Carlos a la secta católica.
Que Juan Carlos es un traidor, ya está más que dicho y demostrado, aunque su delito de perjurio fue hacia los Principios del Movimiento de Franco, porque la Constitución no la juró nunca. La votó y la sancionó sabiendo que le repercutía lo mismo que El Libro Gordo de Petete, pero no la juró. Ni falta que hacía. El que sí la juró en 1986 fue Felipe. ¿Para qué, si ni le va ni le viene? ¿Por qué este señor jura una cosa que le trae el pairo, que no tiene que respetar y que le mantiene a salvo de cualquier delito? ¿En serio? ¿Será que esta incongruencia democrática que padecemos hoy, arrastrando una corona corrompida desde hace dos siglos, está tan asumida que ya no la vemos?
Es disparatado que alguien al margen de la Constitución, impune para cometer delitos, manosee las ventajas de un sistema constitucional.
Hace poco más de un mes, a finales de octubre, Felipe clausuró el VI Congreso de la Conferencia Mundial de Justicia Constitucional, celebrado en Madrid, frente a representantes de tribunales constitucionales de 124 países. El señor majestad leyó el discurso que le escribieron y dijo, entre otras lindezas, que la Constitución de 1978 representa “un espacio lleno de ideas, las ideas que apuntalan nuestra libre voluntad de vivir juntos, vivir como parte de una sociedad, una nación bajo un Estado de derecho democrático”. Tápese un poquito, Felipe. Es disparatado que alguien al margen de la Constitución, impune para cometer delitos, manosee las ventajas de un sistema constitucional.
Los borbones deben mantenerse al margen de toda celebración que incumba a nuestra Carta Magna. Si no tienen pudor, que al menos manifiesten respeto, porque tiene mucho delito pretender trasladarnos ese concepto de “borbones constitucionales”. Eso es un pedazo de oxímoron que supera, incluso, al de “inteligencia militar”.
Entre las celebraciones constitucionales más vergonzosas recuerdo la de 2012, cuando Juan Carlos de Borbón, en plena cumbre de su inmoralidad fiscal y amatoria, acudió a celebrar el bicentenario de La Pepa a Cádiz. Aquel fue un acto disfrazado de hipócrita solemnidad y de una absoluta falta de respeto a la memoria histórica por parte del borbón, y con la aquiescencia de los 300 representantes de los tres poderes del Estado. Ni uno solo de los intervinientes ni del PSOE ni del PP, ni presidentes del Congreso, del Senado, de los distintos tribunales, de la Junta de Andalucía, del Gobierno… mencionaron al destructor de la Constitución que estaban celebrando ni lo que supuso el golpe de Estado del déspota Fernando VII, los 20.000 liberales a los que ordenó ahorcar o fusilar, el exilio de los ilustrados, el retroceso científico y cultural, la pérdida de derechos…
Nada. Silencio absoluto. Al fin y al cabo, los españoles somos gilipollas y no lo íbamos a advertir.
El digno descendiente del mastuerzo, el también felón Juan Carlos, se permitió decir en aquel marzo de 2012 una sarta de chorradas que le escribiría alguno de sus asistentes en la Zarzuela, como que en La Pepa había que encontrar “la inspiración” para superar “los momentos difíciles que atraviesa el país”. La profesional estaba al lado, con su sonrisa griega congelada.
La única constitución enteramente democrática, la única que aseguraba que absolutamente todos los españoles eran iguales ante la ley, fue la de la República de 1931.
Inmediatamente después de aquella costosa, aparatosa y cínica conmemoración, exactamente dos semanas después y en plena crisis, Juan Carlos agarró a su amante Corinna Larsen, se fueron a cazar elefantes y se dejó una millonada mientras se reía de La Pepa, de los españoles y de la Constitución del 78 que estuvo pasándose 36 años por su real forro testicular sabiendo que era inviolable.
La única constitución enteramente democrática, la única que aseguraba que absolutamente todos los españoles eran iguales ante la ley y disponían de las mismas oportunidades para alcanzar la Jefatura del Estado pudiéndose llamar Pérez o Rodríguez, no Borbón, fue la de la República de 1931.
Desapareció el término “hembras” (que anteriormente he utilizado de forma deliberada) y por primera vez una constitución recogía la palabra “mujer”. Llegó el sufragio universal gracias a Clara Campoamor, la libertad para ser ateo, la educación laica, se reconocía que el estado no era unitario y los derechos sociales como el seguro de enfermedad, el desempleo, el de vejez, el de invalidez… la protección de la maternidad, la regulación de la jornada de trabajo, el salario mínimo, las vacaciones remuneradas… una bandera legal, tricolor, aprobada democráticamente, no como la de ahora, heredada de la que impuso un dictador.

Pero llegó Franco y al carajo la única constitución demócrata que hemos tenido. Adolfó Suárez fue después el encargado de hacer un apaño y, otra vez, trató a los españoles como lo que somos, gilipollas. Así se lo contó a Victoria Prego en el receso de una entrevista, creyendo que no se le oía porque se tapó el micro de corbata con la mano: “La mayor parte de los jefes de Estado y de Gobierno extranjeros me pedían un referéndum sobre monarquía o república. Hacíamos encuestas, y perdíamos. Entonces yo metí la palabra rey y la palabra monarquía en la Ley [para la Reforma Política] y así dije que había sido sometido a referéndum ya”.
Suárez metió a Juan Carlos por la puerta de atrás.
Ahí tienen a Suárez El Trampas, metiéndonos a su benefactor con calzador para impedirnos disfrutar de una democracia plena.
Imbuidos de aquel esperanzador lema que decía Habla pueblo, habla, el 15 de diciembre de 1976 dieciséis millones y medio de españoles y españolas votaron sí a aquella Ley de Reforma Política donde iba camuflado el Borbón. Suárez metió a Juan Carlos por la puerta de atrás.
Suárez también dejó grabado durante aquella imprudencia, que él creía off the record, que Felipe González es el que pedía a los gobiernos extranjeros que exigieran a España el referéndum sobre monarquía o república. Hay que ver, Felipe… quién te ha visto y quién te ve, con principios de lo más variados, como Groucho Marx.
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