Anaximandro Pérez (CEMEES), 6 de Diciembre de 2025

El pasado 10 de noviembre de 2025, uno de los principales representantes de la escuela realista de las relaciones internacionales, el profesor estadounidense John Mearsheimer, ofreció el discurso “Europe’s Bleak Future” en el Parlamento Europeo. Desde mi punto de vista, la exposición fue sumamente valiente —pensando, sobre todo, en qué foro sucedió—y estuvo muy bien fundamentada. Básicamente, el ponente colocó fríamente los puntos sobre las íes, detallando por qué el desarrollo de la crisis de Ucrania, causada por la propia Europa y Estados Unidos, ha llevado al viejo continente por el camino de una catástrofe casi irremediable. En ese sentido, me gustaría ofrecer, a continuación, un breve resumen de su contenido.[1]
En términos generales, el expositor sostiene que Europa atraviesa una crisis profunda cuyo origen inmediato es la guerra en Ucrania. Este conflicto, dice, sumado al fin del “momento unipolar” dominado por EE. UU. y al nacimiento de un orden multipolar encabezado por la alianza entre China y Rusia, ha desestabilizado de manera estructural al continente y amenaza con hacerlo aún más inestable en los próximos años. Se trata de una situación inédita, que contrasta ampliamente con la estabilidad disfrutada por Europa desde 1992, cuando la caída de la Unión Soviética facilitó la instauración de EE. UU. como “hegemón” global y como garante de la paz europea a través de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
De acuerdo con Mearsheimer, el mantenimiento de tropas norteamericanas en Europa funcionó durante décadas como un elemento “pacificador”. Al quedar los Estados europeos bajo el paraguas de seguridad de Washington —jefe efectivo de la OTAN— las guerras intraeuropeas prácticamente desaparecieron. Incluso, agrega, Rusia aceptó en los años noventa que la OTAN continuara existiendo, si bien, desde entonces, se opuso firmemente a su expansión territorial. En ese sentido, la Unión Europea (nacida en 1993) no fue la principal garante de la paz continental, sino más bien una estructura que prosperó gracias al liderazgo estadounidense.
Pero el mundo dejó de ser unipolar, reccupera el profesor, alrededor de 2017, año en que China y Rusia emergieron como potencias capaces de desafiar a Estados Unidos. En este nuevo contexto comenzó la crisis estructural europea, pues Washington ya no podía, ni puede, dedicar tantos recursos a Europa. Ahora enfrenta un reto más grave en Asia Oriental: el ascenso de China, que se acerca aceleradamente a la adquisición de un estatus de “hegemón regional” asiático, algo que el sistema estratégico estadounidense considera inaceptable bajo su lógica unipolar. Adicionalmente, la relación especial que mantiene con Israel también presiona a EE. UU. a reducir su presencia militar en Europa. En otras palabras, resume Mearsheimer, todo lo anterior antoja como necesario que Donald Trump se retire parcial o totalmente de dicho continente, debilitando gravemente a la OTAN y comprometiendo la estabilidad europea.
Sin embargo, esta situación pudo evitarse. Para mantener a los norteamericanos en Europa habría sido útil desplegar una diplomacia más prudente respecto de la situación rusa. No obstante, recalca el ponente, ocurrió exactamente lo contrario: la decisión de acercar Ucrania a la OTAN provocó un choque directo con Rusia en el peor momento geopolítico de Occidente.
John Mearsheimer ha sostenido y fundamentado con precisión lo último desde 2022. De esa manera, en este discurso de 2025 se permite un buen tiempo para refutar la idea, dominante en Occidente, de que Vladimir Putin invadió Ucrania con ambiciones imperialistas para reconstruir una “Gran Rusia”. Su argumentación la constituyen cinco puntos: 1) Antes de 2022, refiere, no existe evidencia de que Putin buscara conquistar Ucrania. Incluso en escritos de 2021 el mandatario ruso reconocía su independencia y hablaba de mantener relaciones respetuosas con sus vecinos. 2) Cuando comenzó su “Operación Especial”, Rusia no desplegó tropas suficientes para conquistar un país tan grande como Ucrania (578 mil km2). Su fuerza inicial osciló entre 100 y 190 millares de soldados, muy por debajo de lo que se requiere para ocupar o absorber un territorio de ese tamaño. 3) Rusia buscó negociaciones inmediatamente después de iniciar la operación. Las conversaciones en Bielorrusia y Estambul avanzaban hacia un acuerdo bastante positivo, pero Kiev se retiró por presiones de EE. UU. y el Reino Unido. 4) Putin intentó una salida diplomática antes de la guerra, pidiendo a EE. UU. y a la OTAN garantías por escrito de que Ucrania permanecería fuera de esta organización. Sin embargo, Washington rechazó negociar. 5) No hay evidencia de que Rusia planeara atacar otros países europeos, como sostienen varios occidentales influyentes. Además, eso sería imposible, pues la Federación carece de capacidad militar para hacerlo.
A partir de lo anterior, el expositor afirma una vez más que la verdadera causa del conflicto es el interés occidental —léase estadounidense— de convertir a Ucrania en un bastión —léase ariete— prooccidental en la frontera rusa. Esto se lograría mediante tres estrategias: la expansión de la OTAN sobre ese país, la integración ucraniana a la Unión Europea y la formación de una “democracia” liberal ucraniana afín a EE. UU. Pero la jugada fue muy bien entendida por Moscú, quien percibía (percibió y percibe) como amenaza existencial el ingreso de Ucrania a la OTAN. Entonces, se adelantó: la operación de Rusia fue, sin duda, una guerra preventiva para impedir lo anterior.
Sobre el curso de la guerra, Mearsheimer dice que tras el fracaso de las negociaciones de Estambul en abril de 2022 el conflicto derivó en una guerra de desgaste semejante a la Primera Guerra Mundial. Rusia ha anexado alrededor del 22 % del territorio ucraniano y mantiene una clara ventaja demográfica e industrial. En el frente, sus tropas superan en número a las ucranianas en una proporción aproximada de 3:1 (o más en algunos sectores específicos), y su poder de fuego es abrumadoramente superior. Ucrania, con una población menor, problemas de reclutamiento, una base industrial débil y dependiente de armamento occidental, no puede igualar la capacidad rusa. Asimismo, la reducción del apoyo militar estadounidense bajo la administración Trump agrava aún más la situación.
De la misma manera, el orador manifiesta que en este momento no existen posibilidades reales de una solución negociada, pues las demandas de ambas partes son prácticamente irreconciliables. Por un lado, Rusia exige neutralidad permanente para Ucrania, el reconocimiento de sus nuevas anexiones y la limitación drástica de las capacidades militares ucranianas. Por otro lado, Kiev y Europa rechazan de plano estas condiciones, ya que no aceptan ceder territorio ni renunciar a la intervención occidental en los asuntos ucranianos. En otras palabras, señala Mearsheimer, parece que la guerra se resolverá en el campo de batalla, con una victoria “fea” para Rusia: no conquistará todo el país, pero probablemente terminará controlando entre el 20 % y el 40 % de Ucrania. El resto se convertirá en un “Estado residual” debilitado y dependiente de Europa. Las consecuencias, afirma, serán graves y duraderas. Ucrania quedará devastada territorial, económica y demográficamente. Europa, atada a un estado ucraniano fallido, seguirá enfrentada a Rusia, pues además de Ucrania, comparten otras fronteras sensibles, como los mares Báltico y Negro. Esta enemistad estructural garantizará probablemente varias décadas de hostilidad, sabotaje y competencia entre Europa y Moscú.
Finalmente, la exposición cierra advirtiendo que la combinación de un EE. UU. menos comprometido con la seguridad europea y más interesado en lo que ocurre en Asia, una OTAN debilitada o, posiblemente, desaparecida, y una guerra ruso-ucraniana congelada pero irresuelta dejará a Europa en una situación de vulnerabilidad histórica. El continente, que hace tres décadas imaginaba un futuro pacífico, enfrenta ahora una era prolongada de inseguridad. En pocas palabras, la única salida de esta guerra que espera a Europa es su declive y una larga crisis.
Anaximandro Pérez es doctor en Historia por la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales (EHESS) de París.
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