Gaceta Crítica

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Gramsci, contrahegemonía, relaciones internacionales y China

Ehécatl Lázaro (CEMEES -México-), 24 de Noviembre de 2025

Gramsci se preguntaba por qué en los países europeos no había triunfado la revolución socialista, como sí había ocurrido en la Rusia zarista. Para responder eso, desarrolló un conjunto de conceptos que le permitieron analizar la situación política de Italia y, por extensión, de Europa occidental.

El concepto de hegemonía lo retomó de Lenin. Para el líder bolchevique, tras el triunfo de la revolución, el proletariado debía colocarse como clase dominante y como clase dirigente, instalando su hegemonía sobre las demás clases sociales. Gramsci tomó el concepto y lo aplicó al análisis de la burguesía. Según el comunista italiano, la burguesía no gobernaba sólo por ser la clase dominante (tener la propiedad de los medios de producción y ejercer coerción a través del aparato estatal) sino también por ser la clase dirigente (lograr que sus intereses de clase sean apropiados por las demás clases como si también fueran suyos). Para crear el consenso social en torno a sus intereses, la burguesía utilizaba las instituciones de la sociedad civil: la iglesia, el sistema educativo, la prensa, y en general las instituciones que moldeaban los comportamientos y las expectativas de las clases subalternas, de tal manera que estos coincidieran con el orden social burgués. Gramsci relacionó el concepto de hegemonía con los escritos de Maquiavelo. Para Maquiavelo el poder era como un centauro, mitad humano y mitad bestia, mitad razón y mitad fuerza, mitad consenso y mitad coerción. Para Gramsci, mientras exista entre las clases subalternas el consenso en torno a los intereses de la burguesía, le hegemonía de esta clase prevalecerá; la coerción se emplea selectivamente contra quienes cuestionan dicho consenso.

Para Gramsci, la razón por la que en Rusia había triunfado la revolución socialista y en Italia no, era el papel que jugaba la sociedad civil. En Rusia, el aparato de coerción estatal estaba muy desarrollado, pero las instituciones de la sociedad civil responsables de generar consenso entre las clases subalternas eran muy débiles. Eso permitió que la clase obrera, dirigida por un partido de vanguardia, aprovechara un momento de especial vulnerabilidad del aparato estatal para tomar el poder. Tras ese acto, hubo poca resistencia de las clases subalternas al cambio, pues no existía el consenso necesario en torno a la necesidad de que debía continuar el orden social burgués. Gramsci estableció una analogía militar para esta forma rápida y directa de tomar el poder: guerra de movimientos. Los bolcheviques se movieron rápido, tomaron por sorpresa el aparato de Estado e instalaron al proletariado como clase dominante.

En Italia eso era imposible, fundamentalmente por el grado de desarrollo de la sociedad civil. La dominación de la burguesía no descansaba sólo en el hecho de que tenía la fuerza para hacerlo, sino también en el hecho de que existía consenso entre las clases subalternas de que la burguesía debía gobernar. Los intentos de llevar a cabo una transformación efectiva del orden social a través de una guerra de movimientos serían infurcuosos porque el Partido no sólo debía enfrentar al aparato de Estado, sino también a las instituciones de la sociedad civil, el soporte intelectual de la dominación. Un ataque prematuro de tomar el poder sólo conduciría a una recomposición de las fuerzas burguesas y a un aplastamiento de las fuerzas revolucionarias. En Italia, antes de asaltar el poder estatal, el Partido debía tomar las instituciones de la sociedad civil, como trincheras, y desde ellas cuestionar el consenso burgués para construir una contrahegemonía. La analogía de Gramsci para esta estrategia, de ir tomando una a una las instituciones de la sociedad civil hasta crear un nuevo consenso social, es la de una guerra de posiciones. A diferencia de la guerra de movimiento, la guerra de posiciones toma más tiempo y es más desgastante.

Para Gramsci, la única manera en la que la clase obrera italiana podía llevar a cabo el derrocamiento de la dominación y la hegemonía de la burguesía era a través de la formación y el desarrollo de un partido leninista. Un partido de cuadros, disciplinado, que actuara como intelectual orgánico para ir tomando una a una las posiciones de la burguesía en las instituciones de la sociedad civil. Sólo después de este paso sería posible dar el zarpazo final para la toma del poder. Podría decirse que mucho del trabajo de Gramsci busca responder por qué y cómo ocurre lo tesis marxiana de que las ideas dominantes en una época son las ideas de la clase dominante de esa época. Esto, en sociedades con instituciones consolidadas de la sociedad civil, como las de Europa occidental, tenía una implicación estratégica para los revolucionarios. No se podía derrocar a la clase dominante sin antes derrocar sus ideas entre las clases subalternas.

Los conceptos de Gramsci fueron retomados por Robert Cox, quien los aplicó al análisis de las Relaciones Internacionales en su artículo seminal “Gramsci, Hegemonía y Relaciones Internacionales”, en el que se basa el presente escrito. Para Cox, en el plano internacional ocurre el mismo fenómeno que en el plano nacional. En el ámbito nacional una clase social puede ejercer su dominación sobre las demás clases incluso si no ha logrado construir hegemonía sobre ellas, pero una dominación acompañada de la hegemonía siempre tiene más fuerza y está más resguardada de posibles atentados provenientes de las clases subalternas. En el ámbito internacional, un país puede ejercer su dominación sobre el resto del mundo con o sin hegemonía, es decir, con el consenso de los demás países o sin él.

Según su periodización, entre 1845 y 1875 Gran Bretaña ejerció una dominación hegemónica sobre el mundo. Entre 1875 y 1945, otros países desafiaron la dominación británica y Gran Bretaña perdió su dominación y su hegemonía, sin que ningún otro estado lograra sustituirla. Entre 1945 y 1965, Estados Unidos fundó un nuevo orden hegemónico. Para cuando Cox escribe, 1983, él percibe que está operándose un cambio, pero no alcanza a señalar sus características. Con posteridad podemos decir que ese cambio era el neoliberalismo, pero éste no amenazó la dominación y la hegemonía estadounidense, sino que las afianzó.

Para Cox la hegemonía de un país sobre los demás no sólo es una cuestión de regular el conflicto entre los Estados, sino que se refiere también a las clases sociales de dichos Estados. Hay un modo de producción mundial que pone en relación internacional a las clases sociales de todos los países. La clase social dominante y hegemónica en un país (Gran Bretaña, Estados Unidos, etc.) se expande para establecer su dominación y su hegemonía sobre las clases dominantes y las dominadas de los demás países. Las relaciones económicas y sociales, la cultura y la tecnología asociadas a la clase dominante del país hegemónico se convierten en patrones de emulación para el resto del mundo. En este modelo hegemónico mundial, la hegemonía es más intensa en los países centrales y más tenue y cargada de contradicciones en la periferia. Puede decirse que la hegemonía mundial es una estructura social, una estructura económica y una estructura política, y no puede ser sólo una de estas tres, sino que es siempre la suma y el funcionamiento coordinado de las tres.

Las instituciones internacionales son uno de los mecanismos más importantes para el funcionamiento de la hegemonía. Cox señala cinco funciones: 1) encarnan las reglas que facilitan la expansión del orden hegemónico, 2) son en sí mismas el producto del orden hegemónico, 3) legitiman ideológicamente las normas del orden hegemónico, 4) coptan élites de los países periféricos, y 5) absorben ideas contrahegemónicas. El país hegemónico establece estas instituciones internacionales para su propio beneficio, a través de las cuales consolida, amplía y justifica ideológicamente su dominación sobre el mundo.

Cox cierra su artículo con un toque de pesimismo. Según él, es imposible terminar con la dominación y la hegemonía internacional de la burguesía estadounidense a través de un asalto rápido y contundente, al estilo de la guerra de movimientos. La única estrategia existente es la guerra de posiciones, la construcción de proyectos contrahegemónicos que surjan desde el ámbito nacional y luego se expandan al plano internacional. Es necesario primero crear un nevo bloque histórico a nivel nacional para después expandirlo a escala internacional.

Cox no hace ninguna referencia a China, pero la aplicación que hace de los conceptos gramscianos al estudio de las Relaciones Internacionales permite entender mejor qué significa la emergencia de China y cuáles son sus implicaciones para el mundo.

Considerando que sólo puede hablarse de hegemonía tomando a ésta como la suma de la estructura económica, social y política establecida por el país hegemónico, puede decirse que China ha sido, desde 1949, un espacio de contrahegemonía. Su funcionamiento económico (con una fuerte presencia estatal que domina a los privados) se aleja del paradigma económico norteamericano; socialmente, el liberalismo y los patrones culturales producidos en Estados Unidos nunca se han tomado como modelos a seguir en China (salvo pequeñas minorías urbanas acomodadas en las últimas décadas); políticamente, el gobierno del Partido Comunista rompe completamente con los moldes de la democracia liberal que pregona Estados Unidos.

La clase dominante en China nunca asumió como suyos los intereses de la clase dominante en Estados Unidos. Incluso cuando China se acercó a Estados Unidos, en 1971 con Mao, y después en 1978 con Deng, estos fueron movimientos tácticos de una estrategia contrahegemónica de largo aliento en el proyecto de construir el socialismo. Lo mismo puede decirse del ingreso de China a las instituciones establecidas por la potencia hegemónica: el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial del Comercio, etc. En general, el ingreso de China a las instituciones del orden liberal internacional tenían como fin el fortalecimiento de las capacidades económicas y tecnológicas del país, sin nunca tomar como propio el proyecto hegemónico de la burguesía estadounidense.

La burguesía estadounidense apostó a coptar a las élites chinas para integrar a China como un actor subordinado a su hegemonía, es decir, hacer entender a las élites gobernantes que el sistema internacional bajo la hegemonía estadounidense les convenía plenamente para sus fines. En los círculos de política exterior estadounidense se hablaba de que integrando a China al orden liberal internacional podría ocurrir la “segunda reforma”: después de la reforma económica lanzada por Deng en 1978, en algún momento vendría la reforma política, con lo cual China abrazaría la democracia liberal y se convertiría en un país hecho a imagen y semejanza de Estados Unidos. En este sentido, Japón es un ejemplo claro de cómo un país asiático acepta la hegemonía estadounidense, toma como propios los intereses de la clase dominante en Washington y actúa en consecuencia. Pero la segunda reforma nunca llegó. Posteriormente, cuando Estados Unidos observó que las capacidades de China habían alcanzado dimensiones peligrosas, cambió la táctica: le ofreció a Beijing no una integración subordinada a la hegemonía estadounidense, sino una integración en pie de igualdad. Sería un sistema internacional controlado por Washington y Beijing, para beneficio de las élites de ambas potencias. Ese fue el G-2. Así como había G-8 (sin Rusia se volvió G-7) y G-20, el gobierno de Obama comenzó a hacer ofrecimientos a China para que entre los dos países establecieran un G-2. Pero China nuevamente rechazó el proyecto de integrarse a la hegemonía estadounidense y siguió fortaleciendo sus capacidades.

China se ha desarrollado como un proyecto de contrahegemonía, es decir, resistiendo las imposiciones económicas, sociales y políticas del orden internacional estadounidense. El Partido Comunista nunca renunció a su ideario marxista-leninista, bajo cuya luz construye una modernización socialista con características chinas.

El Partido Comunista de China nació como el partido de las clases trabajadoras, fundamentalmente de los obreros y los campesinos, pero siempre admitió en su seno a las fuerzas que lucharan por la construcción del socialismo. Ya en el poder, el Partido abrió las puertas para el ingreso de la burguesía, una clase recién nacida, cuyo desarrollo había estado supervisado y controlado por el Partido, y que nunca había tenido independencia política. La burguesía china podría entrar al Partido siempre y cuando aceptara como meta suya la construcción del socialismo en China. Evidentemente esto encierra una contradicción, como muchas otra que existen en la realidad, pero en los hechos la burguesía china fue integrada subordinadamente por las clases trabajadoras al Partido. Quien gobierna China es el Partido Comunista, y quien gobierna el Partido Comunista son las clases trabajadoras. Basta leer algunos discursos o artículos de los muchos que escribe Xi Jinping para constatarlo, pero, si se considera que tales declaraciones son simple retórica o demagogia, puede también observarse cómo ha evolucionado la calidad de vida de las clases trabajadoras chinas y los grandes avances que hay en el combate a la pobreza.

Con Xi Jinping, el proyecto contrahegemónico de China se ha acelerado: pasó de tener un papel pasivo, solamente de resistencia, en el plano internacional, a tener uno activo, tomando la iniciativa. China ahora cuestiona abiertamente en el discurso las estructuras hegemónicas estadounidenses en los tres ámbitos señalados: económico, social y político. En los hechos, también ha lanzado proyectos que debilitan la hegemonía estadounidense, como la Iniciativa de la Franja y la Ruta (2013), la Iniciativa de Desarrollo Global (2021), la Iniciativa de Seguridad Global (2022), la Iniciativa de Civilización Global (2023) y la Iniciativa de Gobernanza Global (2025). Con todas estas iniciativas, China ha venido minando la hegemonía estadounidense. No lo hace llevada por un odio hacia Estados Unidos (entre el pueblo chino hay respeto y admiración por los estadounidenses) sino porque sólo minando esa hegemonía China podrá seguir avanzando en su propio desarrollo, que tiene una restricción insuperable bajo la hegemonía estadounidense.

¿Quiere decir esto que China aspira a sustituir a Estados Unidos como potencia dominante y hegemónica en el mundo? En cierta forma. Para Gramsci y Cox, todo proyecto contrahegemónico aspira en potencia a ser hegemónico. Las clases subalternas no sólo aspiran a resistir, sino también a vencer. China, con sus iniciativas y su activa participación en el escenario internacional, más sus éxitos económicos, tecnológicos, sociales y políticos a nivel nacional, ha venido minando el sentido común que existía hace algunos años entre la sociedad civil internacional. Cada vez más países voltean a ver a China como un modelo a seguir o un país que debe ser estudiado para obtener aprendizajes. No son sólo organizaciones de izquierda, sino también personajes como Vicente Fox, los que dicen: China es el futuro. Capitalistas y socialistas ven a China como un país a emular, aunque la explicación sea diferente para cada caso. Esto no es exclusivo de los países del Sur Global, pues cada vez más sectores sociales de los países del Norte Global comparten estos puntos de vista.

China no aspira a dominar el mundo transfiriendo riqueza de los países periféricos y débiles hacia sí, imponiendo sistemas políticos a su imagen y semejanza, desplegando sus fuerzas armadas para castigar a quien la rete y para aprovecharse de quien no pueda defenderse. Si puede hablarse de una dominación de China, esta se definiría por el tamaño de su participación en la economía mundial (destronando a EEUU como número uno), por ser la principal potencia industrial, por ser el principal socio comercial del mundo, por estar a la vanguardia en las tecnologías de punta y por establecer las nuevas instituciones que generarán un nuevo consenso en la sociedad civil internacional. En este sentido podría hablarse de dominación económica y política: como un hecho objetivo en el que China puede controlar la producción y distribución de bienes y al mismo tiempo establece las instituciones que le permiten seguir haciéndolo.

China aspira a tener una hegemonía sobre el mundo haciendo universales los intereses del Partido Comunista. ¿Cuáles? 1) Que le permitan desarrollarse autónomamente, de acuerdo con su propia civilización y su propia elección de sistema político; 2) que le permitan participar en las instituciones internacionales de forma justa; 3) que haya un desarrollo económico, social y pacífico del país. China aspira a que las élites del resto del mundo tomen como suyos estos intereses del Partido. En ese sentido, organizaciones como los BRICS, se alínean perfectamente con los intereses del Partido Comunista de China. Pudiera señalarse que el Partido no busca sólo eso, sino también la construccion del socialismo primero, del comunismo después, la dictadura del proletariado y la abolición de la propiedad privada de los medios del producción. Es verdad, pero todo eso el Partido lo piensa en el largo plazo para el caso de China. Y para los demás países, el Partido está convencido de que, con el desarrollo histórico, eventualmente todos desembocarán en la construcción del socialismo. No por imposición externa, sino como una elección soberana, convencidos de que es la mejor manera de desarrollar a su país. En su perspectiva, esto no es cuestión de lustros, sino de décadas y quizá de siglos.

Actualmente la clase dominante y hegemónica en Estados Unidos sigue siendo la clase dominante a nivel internacional, pero difícilmente puede decirse que siga siendo la clase hegemónica. Sigue dominando porque sigue siendo quien controla la producción y distribución de bienes (aunque China le pisa los talones de cerca) y porque las instituciones que estableció para construir su hegemonía en el plano internacional siguen funcionando (aunque con deficiencias cada vez más profundas y cuestionamientos cada vez más abiertos). Su hegemonía, en cambio, casi la ha perdido. En esta guerra de posiciones, China y Rusia le han venido disputando poco a poco el sentido común a Estados Unidos y han ganado posiciones desde las cuales continuar luchando. Este podría ser uno de los periodo que Robert Cox denominaba como dominante pero no hegemónico. Si la clase dominante y hegemónica en China (que no es la burguesía) logra que China se vuelva dominante a nivel internacional, entonces podríamos entrar a un nuevo periodo con un nuevo país dominante y hegemónico. Sería la primera vez en la historia que un país no Occidental, del Sur Global y socialista, se coloca en esa posición. La “conveniencia” o no de ese escenario es distinta para las clases dominantes/hegemónicas y dominadas/subalternas de los países centrales, así como para las clases dominantes/hegemónicas y dominadas/subalternas de los países del Sur Global.


Ehécatl Lázaro es maestro en Estudios de Asia y África, especialidad China, por El Colegio de México.

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