Jesús Lara (CEMEEES -México-), 24 de Noviembre de 2025


El último episodio inflacionario, iniciado a finales de 2021 y agravado por el inicio de la guerra en Ucrania, ha cedido, pero sus efectos políticos se hacen cada vez más palpables. El deterioro de las condiciones de vida de sectores importantes en los países avanzados que trajo consigo ha servido de caldo de cultivo y contribuido al ascenso de la extrema derecha y del neofascismo. Por eso, y porque episodios como estos se seguirán repitiendo en esta etapa de crisis múltiples del capitalismo, es crucial entender a fondo los procesos económicos detrás. En este trabajo se aborda uno en particular: la relación entre inflación y desigualdad de ingreso cuando la primera es causada por aumentos en los costos de producción en sectores clave.
Antes de entrar en materia, es importante aclarar que diferentes episodios inflacionarios tienen, en general, distintos determinantes. En otras palabras, no hay una sola causa de la inflación y en la realidad distintos factores se entremezclan e interactúan, haciendo complicado distinguirlos. Esta diversidad entre los distintos episodios inflacionarios a lo largo de la historia del capitalismo explica, en parte, la enorme diversidad de teorías acerca de la inflación[1].
A pesar de eso, hay un consenso cada vez mayor en que el último episodio inflacionario fue causado, fundamentalmente, por choques a la oferta o aumentos en los costos de producción.
La explicación general, propuesta por la economista Isabella Weber y coautores, se abordó en dos artículos anteriores. En el primero, se define lo que son los sectores sistemáticamente importantes para la inflación. Estos son aquellos cuyos precios son especialmente volátiles (por ejemplo, los fertilizantes), o que sirven de manera general como insumos para el resto de la economía (la energía) o que tienen un peso enorme para el consumo de los hogares (por ejemplo, los alimentos). La idea es que aumentos súbitos y sustanciales en el precio de estos sectores pueden resultar en aumentos generales en el nivel de precios, es decir, en inflación. En la segunda parte, se aborda cómo se da la propagación de estos aumentos en los precios de un puñado de sectores al resto de la economía. A este proceso de propagación de los choques a los costos, Weber & Wasner (2023) lo denominan inflación de los vendedores.
La idea central es que aumentos súbitos en los costos de producción para muchas empresas de la misma rama al mismo tiempo (como lo representan, por ejemplo, aumentos en los precios del petróleo o del gas) sirven como mecanismo de coordinación entre las empresas que ofrecen el mismo producto. Todas saben que el resto experimentó el mismo aumento en sus costos, lo que les permite asumir con una mayor certidumbre que, en caso de que aumenten los precios para mantener o aumentar sus márgenes de ganancia, el resto de empresas hará algo similar. Es decir, que no mantendrán los precios constantes ni los bajarán para acaparar una mayor cuota de mercado. En otras palabras, los choques a la oferta que aumentan los costos de insumos importantes logran “relajar” temporalmente la dinámica competitiva basada en la reducción de costos y precios que caracteriza al modo de producción capitalista. Bajo estas condiciones extraordinarias, un aumento en los costos de producción de un puñado de bienes se traduce en inflación general, que puede agravarse o relajarse según las dinámicas y políticas económicas subsecuentes.
Pero ¿cómo se relaciona todo esto con la desigualdad? El análisis precedente sugiere que, si la clase obrera no es capaz de equiparar aumentos salariales a la inflación, esta traerá consigo una redistribución del ingreso del trabajo al capital. Pero, una dimensión que queda por explorar tiene que ver con cómo cambian los precios de los diferentes bienes y servicios en medio de la inflación general y cómo esto afecta, en específico, a los distintos hogares de un país. Me explico. Cuando afirmamos que, por ejemplo, la inflación anual en el segundo trimestre del 2023 fue, por ejemplo, del 6%, esto no quiere decir que todos y cada uno de los precios de la economía mexicana aumentaron exactamente 6% en ese año. Ese 6% se obtiene dándole un peso particular a un conjunto de bienes y servicios que constituyen una canasta determinada. En el cálculo de la inflación, esa canasta se corresponde con los bienes y servicios que entran en el consumo de los hogares. El Índice de Precios al Consumidor (IPC) le asigna un peso a cada componente dependiendo de su importancia en el gasto de las familias.
¿Cómo se determina ese peso? Se trata, a fin de cuentas, de un promedio de los gastos de todos los hogares de la economía. El problema de usar esta métrica para medir cuánto cambia el costo de la canasta de consumo de los hogares es evidente: no todos los hogares consumen los mismos bienes y, definitivamente, no en la misma proporción. Los hogares más ricos, en primer lugar, están en condiciones de ahorrar una proporción mayor de su ingreso y su consumo estará, al mismo tiempo, dominado por bienes y servicios “de lujo”. Los hogares más pobres, en contraste, gastan casi la totalidad de su ingreso (cuando no más) y su consumo está dominado por bienes básicos: alimentos, vestido, renta, servicios, etc. En otras palabras, hay una heterogeneidad enorme entre los hogares a través de varias dimensiones, siendo el ingreso, quizás, la más importante de ellas.
¿Qué quiere decir esto? Que si los precios no aumentan de manera uniforme, como suele ser el caso, y más aún en episodios de inflación impulsados por choques de oferta a sectores en particular (como la energía o los alimentos), entonces los hogares verán sus ingresos reales afectados de manera distinta. El resultado es que la inflación, en la medida en que trae consigo o es causada por cambios en los precios relativos, puede alterar la distribución personal del ingreso en una economía, aumentando la desigualdad. Pero ¿cuáles son los sectores económicos con la mayor capacidad de aumentar la desigualdad del ingreso? Esta es la pregunta de una investigación subsequente de Lara Jauregui et al. (2025) para el caso de los Estados Unidos. El objetivo es encontrar los sectores que son sistemáticamente significativos para la desigualdad de ingresos: es decir, aquellos sectores que, si su precio aumenta, provocan un mayor aumento en la desigualdad. La clave, como se mencionó anteriormente, está en que la canasta de consumo de los hogares es muy distinta dependiendo de los niveles de ingreso. Por eso, un aumento en el precio del petróleo, por ejemplo, generará nuevos precios que serán, en general, muy distintos de los nuevos precios que generaría un aumento súbito en el precio de los seguros o de otros servicios financieros.
El resultado central tiene implicaciones muy importantes. En Estados Unidos, los sectores que son sistemáticamente significativos para la inflación son, en general, sistemáticamente significativos para la desigualdad. Estos sectores son:la extracción de petróleo y su procesamiento, la agricultura y la producción de alimentos, los productos químicos, el comercio al por mayor y el sector salud. Cuando el precio de estos sectores aumenta, no solo podemos esperar aumentos importantes en la inflación, sino también en la desigualdad en tanto son utilizados intensivamente como insumos para la producción de bienes y servicios que son más importantes para los hogares pobres, o que son directamente consumidos en proporciones importantes por estos hogares. Estos resultados pueden ayudar a explicar por qué el último episodio inflacionario no solo trajo consigo un empobrecimiento de sectores importantes de la población, sino también una mayor polarización en la distribución del ingreso en muchos países capitalistas, creando un ambiente político que, lamentablemente, ha sido canalizado fundamentalmente por la extrema derecha.
Las conclusiones políticas que se derivan de este trabajo son bastante claras: políticas que logren estabilizar los precios de sectores esenciales pueden ser capaces de contener la inflación y, además, de limitar el aumento de la desigualdad que estos cambios en los precios provocan. Este paquete de políticas basado en la administración de la oferta de ciertos bienes, en controles de precios y en impuestos a las ganancias extraordinarias que ciertas empresas obtienen en emergencias, puede ser una bandera importante en la lucha de la clase trabajadora por, al menos, conservar sus estándares de vida ante emergencias y crisis cada vez mayores. Finalmente, ilustran el hecho de que la anarquía del mercado, que se refleja, entre otras cosas, en fluctuaciones violentas de los precios de ciertos bienes y servicios clave que reducen los estándares de vida de la mayoría a favor de las minorías, debe ser sustituida por la regulación consciente y democrática de la producción social.
Jesús Lara es economista por El Colegio de México e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
[1] Una breve explicación de algunas de estas teorías se puede encontrar en este artículo.
Referencias
Lara Jauregui, J., Weber, I., Nassif Pires, L., & Teixeira, L. (2025). Price Shocks are Redistribution Shocks. Systemically Significant Prices for Inequality in the United States [No publicado].
Weber, I., & Wasner, E. (2023). Sellers’ Inflation, Profits and Conflict: Why can Large Firms Hike Prices in an Emergency? https://doi.org/10.7275/CBV0-GV07
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