Gaceta Crítica

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El papel de Cuba en Angola cambió el curso de la historia africana.

Antoni Kapcia (JACOBIN), 14 de Noviembre de 2025

Cuando Angola obtuvo su independencia en 1975, las fuerzas armadas cubanas acudieron en defensa del nuevo gobierno. La misión tuvo repercusiones mundiales, desde acelerar la caída del apartheid sudafricano hasta transformar la identidad y la visión del mundo de los cubanos.

La experiencia angoleña influyó en Cuba de diversas maneras: reforzó muchas de las creencias y compromisos del país, le granjeó numerosos aliados e inspiró sentimientos de orgullo. (Pascal Guyot / AFP vía Getty Images)

El fin del dominio colonial portugués en Angola hace cincuenta años marcó también el inicio de una misión militar cubana que tuvo un profundo impacto en la historia del país, al repeler una invasión sudafricana e impedir que Pretoria llevara al poder a sus aliados locales. Esta misión también dejó huella en toda la región: Nelson Mandela atribuyó a la victoria cubana sobre el ejército sudafricano en 1988 el haber acelerado el fin del apartheid.

Cuando las fuerzas armadas cubanas se involucraron abiertamente en Angola en noviembre de 1975, se extendió la idea de que Cuba era un «estado satélite» soviético. Quienes conocían bien Cuba sostenían que la situación era más compleja. Cuestionaban si realmente podía considerarse un estado cliente y si Moscú tenía verdadero interés en verse involucrado (indirectamente) en los conflictos internos del sur de África.

Con el tiempo, investigaciones posteriores desviaron la atención de una interpretación que debía mucho a la perspectiva hegemónica de la Guerra Fría. Poco a poco se hizo evidente que la participación de Cuba se había producido a petición del nuevo gobierno del Movimiento Popular de Liberación de Angola (MPLA), al que Portugal había entregado apresuradamente el control del país.

El MPLA se veía ahora amenazado por fuerzas rivales que contaban con el respaldo de Sudáfrica y Estados Unidos. El MPLA solicitó ayuda a La Habana debido a sus estrechos vínculos con Cuba y al historial de apoyo cubano a la lucha anticolonial.

Solidaridad internacional

Apartir de 1961, Cuba adoptó una estrategia de apoyo activo a las revoluciones armadas y las luchas anticoloniales en América Latina, África y Asia. La trascendental Conferencia Tricontinental de La Habana de 1966 expresó esta línea de solidaridad ideológica con los radicales del Tercer Mundo.Nelson Mandela atribuyó a la victoria cubana sobre el ejército sudafricano en 1988 el haber acelerado la caída del apartheid.

Esa política también incluía el apoyo a los estados poscoloniales frente a amenazas externas, por ejemplo, mediante ayuda militar para defender a Siria de Israel en 1973. La solicitud del MPLA en 1975 fue, por lo tanto, un paso lógico, al igual que la respuesta positiva de Cuba. Desde agosto, ya había un pequeño contingente cubano en Luanda asesorando sobre la defensa de la ciudad.

La rápida respuesta de Cuba a la solicitud de ayuda tomó por sorpresa a Moscú, y los líderes soviéticos, avergonzados, se vieron obligados a ofrecer apoyo logístico a pesar de sus reservas, que reflejaban su anterior oposición a la estrategia insurgente cubana. Lejos de obedecer los dictados de su aliado soviético, La Habana estaba influyendo en las interpretaciones soviéticas de los acontecimientos en el Sur Global, un patrón que se repitió posteriormente con Nicaragua y Granada.

La participación de Cuba en Angola respondía a otro contexto, más interno, arraigado en la cultura política del país. La solidaridad con las fuerzas antiimperialistas en el extranjero era, en parte, una manifestación externa de patrones bien establecidos en el país, como se evidenció en muchas de las exitosas movilizaciones y campañas participativas desde 1959.

Todo esto ocurría en un Tercer Mundo que experimentaba transformaciones drásticas. Surgían nuevos gobiernos poscoloniales, y muchos de ellos buscaban el consejo o la ayuda de Cuba debido a los vínculos históricos. En América Latina, el patrón de regímenes militares proestadounidenses de los años sesenta y principios de los setenta había comenzado a cambiar, y en muchos países, los gobiernos nacionalistas estaban dispuestos a reconocer a Cuba y a comerciar con ella.

Esto pone en entredicho la visión tradicional de que Cuba dejó de apoyar activamente la lucha armada en América después de 1970 debido a su dependencia económica de la URSS. De hecho, al haberse aflojado en cierta medida el bloqueo estadounidense y continental a la isla, Cuba podía ahora buscar aliados por la vía diplomática en lugar de apoyar movimientos guerrilleros.

La estrategia insurgente regional de Cuba no se basaba simplemente en una interpretación radical y heterodoxa del marxismo y en un compromiso ideológico con el antiimperialismo. También reflejaba la realidad de que Cuba tenía poco que perder al responder de esa manera al asedio y al aislamiento, en el contexto de un compromiso secreto de Estados Unidos, tras la Crisis de los Misiles de 1962, de no invadir la isla. Ahora que el aislamiento se atenuaba, La Habana podía explorar nuevas formas de promover la solidaridad con el Tercer Mundo.

Una vez que el MPLA y sus aliados cubanos neutralizaron la amenaza militar inmediata contra Angola, la ayuda cubana se extendió a la población civil para la construcción de infraestructura poscolonial. Cientos de técnicos, personal médico, docentes, agrónomos e incluso trabajadores culturales se ofrecieron como voluntarios durante largos periodos. La práctica cubana del internacionalismo se manifestaría a partir de entonces principalmente en ámbitos no militares, extendiéndose a más de cuarenta países.

Momento crucial

¿Qué significó todo esto para la propia Cuba? En retrospectiva, queda claro que la participación del país en Angola representó un punto de inflexión en varios sentidos.

El voluntariado desempeñó un papel importante desde el principio. El liderazgo en La Habana dejó claro que toda la iniciativa se basaría en ese principio e hizo un llamamiento a los soldados cubanos para que respondieran.

La magnitud de su respuesta fue extraordinaria. De hecho, a muchos extranjeros les pareció increíble, suponiendo que la disposición a servir era fruto de la coacción o de la promesa de beneficios materiales. Sin embargo, cuando académicos de fuera de Cuba investigaron el fenómeno, tendieron a coincidir en que el voluntariado era genuino, al menos en sus inicios.

Para entender esto, debemos verlo en el contexto de la participación popular en Cuba desde 1959. Para 1975, la solidaridad práctica e ideológica se había movilizado a través de la participación masiva en una variedad de organizaciones —más obviamente los Comités Vecinales de Defensa de la Revolución (CDR)— y una serie de campañas para lograr objetivos definidos, desde la promoción de la alfabetización y la salud hasta la defensa de Cuba contra la amenaza de invasión.Muchos cubanos podrían ver el trabajo en el extranjero como una forma de romper con sus hábitos forzados de introspección bajo el asedio estadounidense, ofreciéndoles nuevas experiencias.

Gracias a esas constantes experiencias colectivas, las nociones de solidaridad y voluntariado se habían convertido en elementos habituales del tejido social y la cultura política cubana. De hecho, gran parte del proyecto de construcción nacional de los años sesenta y principios de los setenta se había logrado mediante esos mecanismos.

También existían otros atractivos. Por ejemplo, muchos veían en trabajar en el extranjero una forma de romper con la mentalidad de aislamiento impuesta por Estados Unidos, ofreciéndoles nuevas experiencias. Además, les brindaba acceso a bienes y divisas que de otro modo serían escasos. Asimismo, existía cierta presión social en el ámbito laboral, como lo demostraban los voluntarios que animaban a otros a hacer lo mismo.

Sin embargo, con el tiempo, la estrategia de enviar personas al extranjero para brindar asistencia se convirtió en una parte natural y destacada de la política exterior de Cuba y de la vida de los cubanos comunes. Muchos trabajaban en el extranjero o tenían algún amigo o familiar que lo hacía.

Cuba y África

En cuanto a la intervención militar en Angola, la reacción pública inicial fue de gran orgullo nacional. Cuba se percibía ahora como un aliado de otro Estado poscolonial, en contra tanto de los impopulares Estados Unidos como del régimen del apartheid en Sudáfrica, considerado un paria. Esto reforzó la confianza colectiva en el potencial de Cuba para desempeñar un papel global claramente honorable, pero que hasta entonces había parecido imposible.

La campaña de Angola también tuvo un efecto imprevisto pero significativo: generó un nuevo interés, tanto popular como oficial, en la composición étnica de Cuba. Desde noviembre de 1975, el gobierno cubano se refirió al proyecto como «el retorno de los esclavos», recordando la gran cantidad de africanos que los colonialistas españoles habían traído por la fuerza de Angola para impulsar la producción de azúcar. El nombre oficial de la campaña fue Operación Carlota, en honor a una famosa esclava rebelde angoleña de la época.

Angola, por lo tanto, recordó a los cubanos el impacto cultural de África en su sociedad y su vital contribución a la economía del país, así como su radicalismo político (presente en las tres rebeliones independentistas del siglo XIX). Esto transformó el proceso de definición de la identidad cubana como base de la revolución y como vía para encontrar un lugar en el mundo.Angola recordó a los cubanos el impacto cultural de África en su sociedad y su vital contribución a los patrones económicos del país, así como a su radicalismo político.

Eso era necesario porque los cubanos habían pasado por una experiencia bastante típica en la que el colonialismo y el neocolonialismo moldearon su identidad, impulsándolos a aceptar su propia inferioridad y la superioridad de sus colonizadores, y a mirar hacia el norte en busca de aspiraciones colectivas para una futura “Cuba Libre”. Ese patrón continuó durante el período de la cuestionable independencia de Cuba entre 1902 y 1958, reforzado por una importante inmigración española hasta la década de 1930.

Tras 1959, las nuevas políticas y la hostilidad estadounidense hacia la Revolución Cubana propiciaron el desarrollo de una nueva afinidad radical con América Latina. Esta se manifestó a través del apoyo activo a la rebelión armada en la región, pero también mediante el protagonismo cultural continental de la Casa de las Américas. Sin embargo, a principios de la década de 1970, la adhesión de Cuba al Comecon, la red comercial del bloque liderado por la Unión Soviética, puso fin a la austeridad de la década anterior. Las mejoras materiales generaron en los cubanos la tendencia a verse a sí mismos como parte potencial del “Segundo Mundo”.

La participación cubana en Angola, junto con nuevas formas de colaboración con un Caribe anglófono cada vez más radicalizado y un visible giro a la izquierda en Centroamérica, sirvió como un poderoso recordatorio de que África siempre había contribuido sustancialmente a la formación de la identidad nacional cubana. Dicha contribución había sido objeto de cuestionamiento y controversia durante mucho tiempo, a pesar de las reformas sociales y las declaraciones oficiales tras la victoria rebelde.

De repente, el color dejó de ser un tema tabú (en una sociedad supuestamente daltónica) y pasó a representar un elemento fundamental de la identidad cubana, del que podían enorgullecerse. La nueva ola de austeridad que azotó Cuba tras el colapso de la Unión Soviética y la consiguiente pérdida de esperanza debilitaron en cierta medida esta conciencia del color. Aun así, dicha conciencia tenía ahora raíces más profundas que antes y seguía siendo una pieza clave de la identidad cubana.

Legados

En vista de todo esto, ¿cómo siguieron percibiendo los cubanos el papel de su país en Angola? En la década de 1980 se observó un ligero descenso del entusiasmo inicial, con una cifra estimada de muertos de alrededor de seis mil, de los más de doscientos mil que prestaron servicio allí. Asimismo, en algunos sectores existía la tendencia a interpretar la presión social como una forma de presión estatal, y a considerar el voluntariado como un medio para saltarse las listas de espera para obtener vivienda u otros beneficios.En 1988, una fuerza de más de cincuenta mil soldados cubanos infligió una importante derrota, que elevó la moral, al ejército sudafricano en Cuito Cuanavale en una batalla de pie.

Tras la epidemia de dengue de 1980, se extendió el rumor de que su origen estaba en el voluntariado internacionalista. Al año siguiente, el éxodo masivo de más de 120.000 cubanos en el puerto de Mariel, que conmocionó tanto al pueblo cubano como a sus dirigentes, hizo que las quejas sobre Angola se hicieran oír con más fuerza.

Sin embargo, el entusiasmo y el orgullo regresaron tras los acontecimientos de marzo de 1988, cuando una fuerza de más de cincuenta mil soldados cubanos infligió una importante derrota, que elevó la moral, al ejército sudafricano en Cuito Cuanavale en una batalla campal.

El orgullo creció a medida que se hicieron evidentes los efectos de la victoria cubana: las tropas sudafricanas se retiraron de Angola y Namibia poco después, y el régimen del apartheid pronto comenzó a desmoronarse con la liberación de Mandela en 1990, seguida de su elección como presidente del país. Ese sentimiento de orgullo incluso perduró (y puede que haya servido de consuelo a la gente) durante la crisis de principios de la década de 1990.

Sin embargo, la misma crisis también frustró la capacidad de Cuba para continuar con su política de internacionalismo a la escala anterior. La provisión de ayuda se limitó entonces, en general, a la asistencia tras desastres naturales o, como en el caso de Palestina, a la educación y formación gratuitas para estudiantes del Sur Global.

Durante los años de crisis, la paciencia de los cubanos se puso a prueba con frecuencia, pues algunos contrastaban sus dificultades diarias para sobrevivir con suministros limitados y racionamiento con lo que percibían como la generosidad de Cuba en el extranjero. Sin embargo, en general, el compromiso con la idea de la solidaridad internacional pareció perdurar entre muchos cubanos, lo que sugiere (incluso en los momentos más críticos) que la creencia popular en la solidaridad aún tenía cierta influencia.La Cuba posterior a 1975 era diferente, y probablemente aún estamos descubriendo el alcance y la naturaleza de esas diferencias.

También pudo haber influido el hecho de que la trayectoria de Cuba brindando ayuda a otros países, incluso en tiempos de crisis, generara una considerable simpatía internacional hacia el país. Esto se evidenció cada año a partir de 1992 en las abrumadoras votaciones de la Asamblea General de las Naciones Unidas en contra del embargo estadounidense (al que solo se opusieron Estados Unidos e Israel), lo que reforzó la idea de que Cuba no estaba sola. Con Donald Trump endureciendo aún más el embargo, esa simpatía podría parecer una pequeña bendición, pero no deja de ser una bendición (y quizás aún lo sea).

La experiencia angoleña, por lo tanto, influyó en Cuba de diversas maneras, en su mayoría positivas. Fortaleció muchas de las creencias y compromisos del país, le granjeó numerosos aliados e inspiró sentimientos de orgullo (así como quejas y resentimientos). La Cuba posterior a 1975 fue diferente, y probablemente aún estemos descubriendo el alcance y la naturaleza de esas diferencias.

Antoni Kapcia es profesor de historia latinoamericana en el Centro de Estudios Cubanos de la Universidad de Nottingham. Entre sus obras se incluyen * El liderazgo en la Revolución cubana: la historia no vista* , *Breve historia de la Cuba revolucionaria: revolución, poder, autoridad y Estado desde 1959 hasta la actualidad* y * Cuba en revolución: una historia desde los años cincuenta* .

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