La doctora Strangelove en Bruselas.
(Hace referencia al loco personaje de la legendaria película protagonizada por Peter Sellers «Teléfono rojo, volamos hacia Moscú»)
Pierre Rimbert (Le Monde Diplomatique), 12 de Noviembre de 2025
CAROLINE WALKER. — The Dance, 2014
El 1 de diciembre de 2024 asumió sus funciones la nueva alta representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad. Transcurridos trescientos días, Kaja Kallas presenta un balance esplendoroso. Reducido al papel de comparsa en las negociaciones sobre Ucrania, el Viejo Continente debe resignarse a pagar a la industria estadounidense los suministros militares de Volodímir Zelenski. Su influencia sobre el curso de la guerra en Gaza tiende a cero. La jefa de la diplomacia europea ha mostrado escaso empeño en convencer a Berlín y Roma de que sancionen a Tel Aviv, pero sí en instar a los europeos a que entreguen armas a Kiev: diecinueve paquetes de sanciones adoptados contra Rusia, ninguno contra Israel. Para colmo, Kallas ha reforzado en Pekín, Nueva Delhi o Washington la idea de una Europa que compensa su irrelevancia con sermones.
Su rusofobia enfermiza —políticamente rentable en Tallin— transmite una imagen tan mezquina de la política exterior europea que los veintisiete Estados miembros tuvieron que sugerirle por carta, a comienzos de 2025, que prestara algo de atención a África (1). En marzo intentó imponerles un nuevo plan de ayuda a Ucrania, por un importe de entre 20.000 y 40.000 millones de euros, sin éxito. En su descargo, la coordinación de una Unión con intereses tan divergentes como los de Estonia y Portugal requiere cualidades de equilibrio, humildad y paciencia. El caso es que fueron precisamente su impetuosidad y su pasión antirrusa las que le valieron a Kallas un nombramiento concebido como una provocación a Moscú. “Sus jornadas empiezan y terminan con Rusia”, confesó, bajo condición de anonimato, un diplomático de Bruselas. Y otro añadió: “Esperábamos que se mostrara, digamos, un poco más diplomática” (2).
Reclutar a una guerrera y no a una embajadora: ese era, en un principio, el objetivo del Consejo Europeo. Gracias a Kaja Kallas, la Unión desempolvaba un gran relato, el de la Guerra Fría, en el que Europa ya no sería un juguete, sino el protagonista principal, con Kiev como nuevo Berlín Occidental. La presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, desempeñaba el papel de John F. Kennedy y Kallas, el del doctor Strangelove. Un cuento precioso, en verdad: el de una niña nacida en 1977 en Estonia, entonces república soviética, y de su madre deportada en 1949 a Siberia, con apenas seis meses, junto con su abuela. Cuentan que su padre, en 1988, la llevó a Berlín Este, frente a la Puerta de Brandeburgo, y le dijo: “Respira, es el aire de la libertad que sopla desde el otro lado”. “No entendía muy bien lo que quería decir, porque yo nunca había conocido la libertad”, explicó Kallas a un periodista del New Statesman, que le dedicó en junio de 2022 uno de los innumerables perfiles aduladores que acompañaron su ascenso. Eurodiputada (2014), presidenta del Partido de la Reforma de Estonia (derecha liberal), primera ministra (2021) y, finalmente, vicepresidenta de la Comisión Europea desde diciembre pasado, su trayectoria marca la revancha de los Estados bálticos, centinelas en los márgenes nororientales de la Unión y hoy punta de lanza de la política exterior y militar europea. El lituano Andrius Kubilius, ex primer ministro de Lituania, se ha hecho, por su parte, con el recién creado comisariado de Defensa. Final feliz. Kallas impone hoy al resto de Europa su convicción: “Rusia no ha cambiado” desde la deportación de su abuela, “ese Mal sigue vivo allí” (3). Tarde o temprano, Moscú invadirá Europa, a no ser que una derrota total frente a Ucrania provoque la desintegración de la Federación: “Si hay más naciones pequeñas —razonaba la primera ministra estonia durante una conferencia el 18 de mayo de 2024—, no es algo malo: la gran potencia se vuelve mucho más pequeña”. ¿Y el arsenal nuclear disperso en ese nuevo rompecabezas? Una auténtica apoteosis en materia de seguridad europea…
Mientras tanto, “alcanzar la paz o un alto el fuego en las condiciones impuestas por Rusia no pondrá fin al sufrimiento. Putin siempre querrá más y ningún país europeo estará a salvo” (The Guardian, 28 de junio de 2024). Así es como se opera la metamorfosis de una percepción bálticocéntrica del peligro ruso en política exterior europea. “Juntos somos lo bastante fuertes como para derrotar a aquellos países que se oponen frontalmente a lo que somos, a nuestros valores y a nuestro modo de vida. Y debemos hacer uso de esa fuerza” (4).
Esta desmesura le cerró las puertas de la Secretaría General de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), un puesto al que aspiraba en octubre de 2023: Dr. Strangelove, sí, pero no ahí. La prensa liberal vio en ella, por el contrario, el advenimiento de una diplomacia revitalizada y feminizada. Y se hizo eco del bonito cuento de la familia disidente, pasando por alto un detalle: su padre, Siim Kallas, no fue durante la década de 1970 un opositor, sino un apparátchik soviético, alto funcionario del Ministerio de Finanzas y, posteriormente, responsable de las cajas de ahorros estonias a principios de la década de 1980. Cuando visitó Berlín con Kaja en 1988, el Partido lo había nombrado redactor jefe del diario oficial La Voz del Pueblo, subordinado a Moscú. Tras la caída de la URSS, dirigió la transición monetaria al frente del Banco Central, fundó el partido proempresarial que más tarde presidiría su hija y ocupó sucesivamente los cargos de primer ministro de Estonia, comisario europeo e incluso vicepresidente de la Comisión bajo la dirección de José Manuel Barroso (2004-2014). Veinte años después, su hija recorrería exactamente el mismo camino, con la única diferencia del inicio de su carrera: él como planificador soviético y ella como abogada de negocios.
La brigada de aclamación de la que gozan en Francia los dirigentes bálticos en general, y Kaja Kallas en particular, corre un tupido velo sobre esta trayectoria de heredera. Los grandes medios de comunicación se disputan el privilegio de entrevistarla. El 14 de mayo de 2024, Kallas presentó en persona, en la librería Apollo de Tallin, la traducción al estonio del último libro (antirruso) de Sylvie Kauffmann, Les Aveuglés (‘Los obcecados’), en el que la directora editorial de Le Monde celebra la manera en que la primera ministra estonia habría logrado, por sí sola, torpedear en junio de 2021 un proyecto de cumbre Europa-Rusia. A un autor que fanfarroneaba en X de que su obra figuraba en la lista de lecturas favoritas de la comisaria europea, Kauffmann respondió: “¡Ella también ha incluido el mío en su lista! Y además está publicado en estonio”. Pataletas infantiles…
Para Kallas, como para la mayor parte de los dirigentes políticos, las redes sociales ofrecen un imprescindible escaparate. La alta representante despliega en ellas su monomanía: entre el 1 de diciembre de 2024 y el 20 de octubre de 2025, más del 40% de sus 453 mensajes publicados en X tratan de la guerra de Rusia contra Ucrania, y menos del 8%, de la guerra de Israel contra Gaza. Sus publicaciones en primera persona siguen el principio cardinal del liderazgo digital: una escenificación del yo repleta de fotos y fragmentos de vídeo que acreditan que la dirigente europea se desvive en todos los frentes, que se conmueve, que se compromete. Haciendo scroll, aquí la tenemos en Kiev desde el primer día de su mandato, reiterando su apoyo al presidente ucraniano, y luego presidiendo un Consejo de Asuntos Exteriores. Saluda al papa, pronuncia una conferencia sobre seguridad, avanza con paso resuelto hacia un bosque de micrófonos. También aparece conversando con familias de rehenes israelíes (pero no con palestinas), felicitando a Moldavia por “su claro sí a un futuro europeo” tras las elecciones legislativas de finales de septiembre (pero ni una palabra sobre las elecciones checas celebradas una semana después, cuyo resultado no fue de su agrado).
Vista desde las redes sociales, la política exterior es una casa de cristal: se accede a ella siguiendo a su alta representante, como hacen 400.000 seguidores. Ni rastro de las negociaciones en la sombra, de la diplomacia paralela en Ginebra ni de las componendas moralmente cuestionables, aunque mutuamente beneficiosas. Esta encarnación, sin embargo, tiene sus inconvenientes. Si Donald Trump, Emmanuel Macron o Narendra Modi exhiben su ombligo en las redes sociales como la inmensa mayoría de sus homólogos, Xi Jinping o Vladímir Putin no tienen cuentas en X y son parcos en palabras. La colisión de estos dos estilos —uno basado en la reacción inmediata dirigida al gran público y otro más protocolario y dirigido a los pares—, incrementa artificialmente las tensiones. Máxime porque los comentarios lanzados al calor del momento por Kallas sin previa consulta de los países que representa tienen, en teoría, valor de posición común. Cuando exhortó “a ambas partes a actuar con moderación” el pasado 2 de mayo en X, poco después de la masacre de 26 personas atribuida por Delhi a yihadistas pakistaníes, los diplomáticos indios, exasperados por este juicio salomónico, acusaron a la alta representante de “ignorancia”, “doble rasero e hipocresía” (Business Today, 3 de mayo de 2025), obligándola a rectificar.
Hay que decir que la alta representante se distingue por una concepción muy personal de la historia. El pasado 3 de septiembre, con motivo de la conferencia anual del Instituto de Estudios de Seguridad de la Unión Europea, se mostró sorprendida al escuchar a Rusia y China reivindicar su victoria en la Segunda Guerra Mundial: “¡Vaya, esto sí que es algo nuevo! Esto plantea muchos interrogantes a cualquiera que conozca la historia” (5). Kaja Kallas, criada en la Unión Soviética en el culto a la Gran Guerra Patria, no puede ignorar por qué estos dos países ocupan un escaño permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Sus “verdades alternativas” despertaron la ira de Pekín, que calificó estas declaraciones como “llenas de prejuicios ideológicos, carentes del más elemental sentido común histórico y abiertamente destinadas a exacerbar la confrontación” (Xinhua, 4 de septiembre de 2025). Unos meses antes, en una entrevista concedida a Libération (6 de mayo de 2024) titulada “Rusia debe perder su última guerra colonial”, Kaja Kallas explicaba que “cuando una agresión triunfa en algún lugar, provoca réplicas. Es lo que vimos con Japón durante la Segunda Guerra Mundial. Vieron cómo Alemania invadía a sus vecinos y decidieron hacer lo mismo”. Hasta donde se sabe, Japón invadió Manchuria en septiembre de 1931, un año y medio antes de que Hitler llegara al poder, y después el Imperio nipón ocupó el resto de China en 1937, es decir, un año antes de la primera anexión de un territorio extranjero por parte de Alemania: Austria, en marzo de 1938.
Impertérrita, Kallas prosigue su cruzada. “Según ella, parecería que estamos en guerra con Rusia”, se alarma un diplomático. “Esa no es la línea de la Unión Europea” (6). ¿Hasta cuándo, doctora Strangelove?
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