Cynthia McDermott (L.A. PROGRESSIVE), 12 de Noviembre de 2025

El martes pasado, mientras académicos y ciudadanos se reunían para reflexionar sobre la democracia en una hora precaria, Mahmood Mamdani invocó un nombre que con demasiada frecuencia se olvida en la vida estadounidense: Eugene V. Debs.
Fue el recordatorio adecuado en el momento adecuado.
Debs (1855-1926), trabajador ferroviario, líder sindical y cinco veces candidato a la presidencia, creía que la democracia no era simplemente un sistema de gobierno, sino un compromiso moral con la dignidad humana. Su vida demuestra que la valentía no siempre se ve recompensada con la victoria; a veces se mide por la perseverancia.
El despertar del trabajador
Debs comenzó como fogonero de locomotoras en Terre Haute, Indiana. Los turnos agotadores y las condiciones peligrosas forjaron su creencia en la solidaridad desde sus inicios.
Contribuyó a fundar la Unión Ferroviaria Estadounidense, uno de los primeros sindicatos industriales en unir a trabajadores de distintos oficios, y lideró la huelga de Pullman de 1894 tras un brutal recorte salarial. El gobierno federal envió tropas, hubo trabajadores asesinados y Debs fue encarcelado.
La cárcel no lo aquietó, sino que lo transformó. Leyendo a Marx y Ruskin tras las rejas, llegó a la conclusión de que la lucha por el trabajo no era solo económica, sino fundamentalmente ética: ¿Quién merece los frutos del trabajo humano?
Tras salir de prisión, Debs se convirtió en una voz nacional en defensa de la dignidad de la clase trabajadora, fundando el Partido Socialista de América y hablando ante auditorios y recintos feriales abarrotados. Su discurso combinaba la indignación ante la injusticia con un profundo compromiso con el bien común.
Guerra, disidencia y una celda de prisión
Durante la Primera Guerra Mundial, la Ley de Espionaje convirtió la disidencia en algo peligroso. Debs se opuso a la guerra por considerarla una traición a la clase trabajadora: un sacrificio exigido a los pobres mientras los poderosos se beneficiaban.
En 1918, en Canton, Ohio, pronunció un discurso sereno en el que instaba a la resistencia contra el militarismo. Sabía que sería arrestado. Aun así, habló.
Durante el juicio declaró ante el tribunal: “He sido acusado de obstruir la guerra. Lo admito. Aborrezco la guerra. Me opondría a ella de nuevo”.
Fue condenado a diez años. A los sesenta y tres años ingresó en la Penitenciaría Federal de Atlanta, con la vista deteriorada y la salud debilitada; sin embargo, continuó escribiendo cartas de ánimo, firmándolas «Por la Revolución». Su fe en la decencia humana nunca flaqueó.
La campaña presidencial desde la cárcel
En 1920, encarcelado como el preso número 9653, Debs se postuló a la presidencia y recibió casi un millón de votos. Su campaña no fue una lucha por el poder, sino una declaración moral: la democracia debe pertenecer a todos, no a unos pocos privilegiados.
En la lucha por la libertad, la cárcel es un honor mayor que el palacio.
Cuando el presidente Warren G. Harding le conmutó la pena en 1921, Debs salió de la prisión débil pero ileso. Incluso los guardias hicieron fila para estrecharle la mano.
Por qué Debs importa ahora
Debs nunca ocupó un cargo público. No vivió para ver la sociedad equitativa que imaginaba. Pero su vida dejó una huella moral en la política estadounidense. Creía que la medida de una nación reside en cómo trata a los trabajadores, a los pobres y a los presos, y que la solidaridad es la promesa más radical de la democracia.
Sus palabras aún resuenan:
Mientras exista una clase baja, pertenezco a ella;mientras exista un elemento criminal, formo parte de él;mientras haya un alma en prisión, no soy libre.
En una época marcada nuevamente por una profunda desigualdad, intentos de criminalizar la disidencia e impaciencia por obtener victorias fáciles, Debs nos recuerda: el progreso moral suele ser lento, y quienes lo inician tal vez no vivan para verlo culminado.
Llevando la antorcha hacia adelante
Cuando Debs murió en 1926, el New York Times lo llamó “el hombre más querido de Estados Unidos”. Se ganó ese amor no por el poder, sino por la perseverancia, por la firme convicción de que la bondad, la igualdad y la solidaridad humana no son ideales sentimentales, sino deberes democráticos.
La tierra para todos. Esa es la demanda.
Cuando Mamdani citó a Debs esta semana, no estaba recurriendo al pasado. Nos estaba recordando que la valentía democrática tiene raíces.
Debs vislumbró un amanecer mejor incluso en la noche más larga. A su memoria no le debemos admiración, sino emulación: mantener la fe los unos en los otros, permanecer firmes cuando la dignidad se ve amenazada y negarnos a renunciar al horizonte.
J. Cynthia McDermott, doctora en Educación, es una docente universitaria con una larga trayectoria, consultora de Educators Abroad y becaria Fulbright en Bosnia-Herzegovina y Polonia. Es autora de seis libros sobre democracia y educación progresista. Su libro «Trastorno por Déficit de Democracia», escrito junto con Adam Fletcher, se publicó en la primavera de 2023.
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