Gaceta Crítica

Un espacio para la información y el debate crítico con el capitalismo en España y el Mundo. Contra la guerra y la opresión social y neocolonial. Por la Democracia y el Socialismo.

Felipe VI y el ‘show’ de los toisones de los borbones

Nieves Concostrina (PÚBLICO), 9 de Noviembre de 2025

Borbolandia

El viernes 21 de noviembre Felipe y la agregada ciudadana Ortiz tienen prevista una performance o maniobra de distracción con el reparto de varios toisones de oro a personajes de principios variables y valores mutantes: Felipe González, Herrero de Miñón, Miquel Roca… y Sofía de Grecia, que a mí me suena a Juan Palomo, yo me lo guiso y yo me lo como. “Mami… te voy a dar un toisón, para que se te pase el disgusto de las amantes de papi”. 

El jefe de nuestro Estado, con el que tenemos que tragar pese a proceder de una ilegal instauración monárquica (no fue una restauración) por decisión de un dictador criminal, ha elegido el día 21 de noviembre para colgar del pescuezo del citado cuarteto los collares de los que a su vez cuelga un carnero muerto, con sus cuernos y todo.

Justo entre dos días claves, el 20 de noviembre, en el que tendremos jolgorio por la felicísima aunque tardía muerte de Franco, y el 22 de noviembre, día en el que el traidor Juan Carlos de Borbón juró lealtad a los principios de la dictadura en las Cortes, Felipe, con mayúscula torpeza, ha elegido el día de en medio para reclamar protagonismo y dejar de sentirse por un día ni chicha ni limoná.

Si Felipe ha decidido repartir collares justo el día entre las celebraciones de la muerte de su abuelo el dictador y de la jura de lealtad al franquismo de su padre, creo, sinceramente, que la ha pifiado.

Felipe hace intentos de desembarazarse de sus dos desestructuradas familias, los Franco-Borbón, pero no puede porque no sabe cómo. Lleva el ADN ultraderechista y antidemócrata de los dos linajes. Felipe llamaba abu a Franco, siguiendo las instrucciones de papá y mamá para caer bien al dictador; y jugueteaba con él y se camuflaba entre los auténticos nietos para sentirse un heredero más del linaje franquista durante aquellos veraneos luminosos gallegos en el Pazo de Meirás mientras los españoles seguían viviendo en blanco y negro.

Así que, si Felipe ha decidido repartir collares justo el día entre las celebraciones de la muerte de su abuelo el dictador y de la jura de lealtad al franquismo de su padre, creo, sinceramente, que la ha pifiado. También es cierto que Felipe la pifia constantemente cada vez que decide condecorar a alguien. La lio muy parda dando medallitas a sus hijas de talentos desconocidos por el único y exclusivo mérito de compartir código genético, y la vuelve a pifiar dándole el Toisón de Oro a mamá Sofía para aliviarle sus disgustillos y la desafección familiar del marido y la nuera.

Que además otros tres privilegiados, entre ellos el farsante republicano Felipe González, se sumen al show de los toisones por ser “padres de la Constitución”, remata la mofa de Felipe VI hacia los españoles, puesto que esta celebrando en nuestras narices que esa Constitución le asegura la impunidad ante cualquier delito. Su descaro, señor rey, clama al cielo.

Felipe de Borbón va a imponer unos collares de la Orden del Toisón de Oro que ha usurpado a la dinastía de los Austrias -de qué nos vamos a extrañar a estas alturas-. Es una ceremonia tan rancia como la propia condecoración, que se mantiene en el tiempo desde hace casi 600 años y que consiste en imponer un collar de casi metro y medio de oro macizo, del que cuelga un carnero. Perdura porque, si a las casas reales en el siglo XXI las despojas de estos teatrillos protocolarios, se quedan en nada dado que no tienen ninguna otra utilidad. Es cierto que a veces sirven como entretenimiento para ver cómo se comen su sentido de ridículo, como cuando la reina de Inglaterra hizo al sexto Felipe miembro de la Orden de la Jarretera y vimos al rey disfrazado de tuno, pero en exagerado, hasta con plumas en la cabeza. Lo llegan a vestir de lagarterana y no hubiera sido tan cómico.

Pues el Toisón de Oro es lo mismo; menos aparatoso en vestimenta, pero mucho más caro, porque un collar de metro y medio de oro macizo es mucho dinero (¿no pagaremos nosotros, verdad…? Porque el oro está por las nubes. ¿O serán toisones reciclados de condecorados muertos? ¿A quién le tocará el de Suárez? ¿Y a quién el que ha devuelto Sarkozy?).

La Orden del Toisón de Oro nació el 10 de enero de 1429 en Brujas, en Bélgica, porque en esta ciudad había una potente industria de lana. Del collar cuelga un carnero muerto, sujeto con una cuerda que le pasa por la barriga. Esta orden de caballería se la inventó el duque de Borgoña Felipe III para celebrar que aquel día de enero se casó con su tercera esposa, y decidió él, porque le salió de su corona morena, que de ese club exclusivo formarían parte todos aquellos soberanos cristianos a los que consideraba aliados. La potestad para imponer el collar solo estaba en manos del propio duque de Borgoña, y ese privilegio se fue heredando. Después de muchos cruces, bodas y apaños de Estado, el Toisón de Oro pasó a la dinastía de los Austrias y entró en España del cuello del primer Felipe, el guapo, tras casarse con Juana de Castilla.

El Toisón de Oro, por tanto, nada tiene que ver con los borbones, pero son tan tramposos que ni se han molestado en buscar alguna buena excusa, para gran cabreo de la Casa Habsburgo que defiende la condecoración como propia. El Toisón de Oro es prerrogativa solo de los reyes de la casa de Austria, y el último que pudo imponerlos en este país fue Carlos II, aquella piltrafa a la que le pusieron el eufemístico apodo de El Hechizado. Luego nos montaron una guerra de sucesión para ver quién se quedaba con la empresa España, ganaron los borbones franchutes, se encajaron en el trono y ya no les tocaba de cerca esto del Toisón de Oro, pero como lo de imponer el collar y nombrar nuevos caballeros daba mucho brillo se hicieron el longuis y siguieron como si el cambio de dinastía no fuera con ellos.

El Toisón de Oro no sirve absolutamente para nada, más allá de ponerlo en una vitrina sobre un cojín de terciopelo color burdeos para enseñárselo a las visitas, pero se supone que quien lo recibe se hincha de orgullo y satisfacción.

A los austriacos este feo detalle les sentó fatal, porque era apropiarse de una orden de caballería que no era de los borbones, y de hecho los austriacos siguen entregando su propio Toisón de Oro. Es más, hay carlistas por ahí que siguen entregando el Toisón de Oro, porque la actual rama usurpadora desde Isabel II no tiene derecho a hacerlo. Ya saben, las casas reales, hasta las que no existen, viven en sus mundos de Yupi.

El Toisón de Oro no sirve absolutamente para nada, más allá de ponerlo en una vitrina sobre un cojín de terciopelo color burdeos para enseñárselo a las visitas, pero se supone que quien lo recibe se hincha de orgullo y satisfacción porque entra a formar parte de la Orden y a recibir el tratamiento de excelencia. Alguno habrá que creerá serlo… a que sí, Felipe. Me dirijo al emboscado, a Isidoro.

Quizás alguien recuerde el funeral del falangista Adolfo Suárez, con caravana incluida por Cibeles y el Paseo del Prado presidida por su hijo el torero ultraderechista, a paso doliente llevando en las manos una caja forrada de piel azul con el sello de casa real grabado. Ahí dentro iba el collar del Toisón de Oro, que había estado sobre un cojincito presidiendo la capilla ardiente para recordarnos que ese muerto tenía categoría de excelentísimo. Ese collar se supone que fue devuelto a los borbones, porque el collar no se hereda. Es obligación de los deudos del condecorado muerto entregarlo de vuelta, pero no quieran saber los collares que no han regresado. Unos no recuerdan dónde lo dejó papuchi, porque si algo les sobra son collares; a otros no les da la gana, otros se hacen los despistados…

El Toisón de Oro se le puede retirar a quien le haya sido otorgado, al menos eso dicen sus normas, pero los borbones son más de saltarse leyes y reglamentos que de cumplirlos y les gusta aquello de Santa Rita Rita, lo que se da no se quita. La única noticia de devolución que tenemos es la de Sarkozy, que recibió el collar de manos del traidor Juan Carlos en 2011 y no ha querido ingresar en prisión con él.

Para recibir las insignias o el collar del Toisón de Oro solo hace falta una cosa: que al rey le dé la gana concederlo. Y para quitarlo, también tiene que darle la gana al rey, que por algo es el gran maestre. Por lo general el nuevo gran maestre entra cuando se muere el anterior, pero la monarquía española es anómala y estrafalaria, y aunque el gran maestre Juan Carlos no se ha muerto, tenemos otro gran maestre Felipe. Sufrimos dos reyes, dos reinas… ya basta. No lo queremos todo por duplicado.

El Toisón habría que retirárselo a casi todos lo que lo tienen, empezando por Juan Carlos, en quien la honra y el honor brillan por su ausencia y, sin embargo, lo acompañan en su currículo dieciséis delitos probados pero no imputados… porque no se puede.

Y se puede retirar el honor a quien haya cometido delito o a quien haya incurrido en actos deshonrosos. Es decir, el Toisón de Oro habría que retirárselo a casi todos lo que lo tienen, empezando por Juan Carlos, en quien la honra y el honor brillan por su ausencia y, sin embargo, lo acompañan en su currículo dieciséis delitos probados pero no imputados… porque no se puede.

En la lista de los miembros de la Orden que han tenido el honor de recibir el collar hay varios nombres llamativos, pero si en algún momento se puso el foco sobre esta pantomima del toisón fue por culpa de Juan Carlos, porque no se le ocurrió otra que imponerle el collar a su amiguete financiador Abdullah, el dictador rey de Arabia Saudí. Los 65 millones de euros que el saudí le regaló a Juan Carlos bien merecían un toisón.

Y, en fin, eso es esa orden austriaca birlada por los borbones: un batiburrillo de personajes convictos, sátrapas, aristócratas casposos, reinas cornudas, impostores como González, princesitas…

Durante un tiempo entre 1981 y 2014, a veces en años consecutivos, a veces dejando pasar alguno sin show, teníamos en la sopa la imposición de esta condecoración del señor rey (o reina, porque al rey de Tailandia se lo llevó e impuso Sofía en Bangkok… qué exótico). No había periódico que dejara de informar, ni telediario que evitara enseñarnos cómo los ricos se regalan joyas de oro macizo a otros ricos. Llueve sobre mojado. Pero, de repente, la imposición de collares desapareció del mapa. Felipe se calló y prefirió hacer el menor ruido posible. Llegó acojonado al trono, consciente de que su gestión iba a ser tan ineficaz como la de su padre, pero que al menos no se notara. Ya llegaría el momento de empezar a pifiarla. Siempre la pifian.

Felipe se ha soltado el pelo y ha decidido que, venga, cuatro collares de golpe, que por algo celebra que en noviembre el ‘abu’ Franco les regaló un país y la fortuna con la que les alimentamos. 

Juan Carlos impuso 24 collares, pero Felipe solo se atrevió a concedérselo a su hija Leo porque es lo que tocaba por ser la siguiente que se nos encajará en el trono sin nuestro permiso. Este año, Felipe se ha soltado el pelo y ha decidido que, venga, cuatro de golpe, que por algo celebra que en noviembre el abu Franco les regaló un país y la fortuna con la que les alimentamos. 

El collar a mamá se lo entregará Felipe para compensar los sinsabores de las amantes y las constantes humillaciones de papá, aunque no creo que Felipe deba preocuparse por ella porque Sofía lleva gestionando amantes con soltura desde los años sesenta. No es ninguna pobrecita engañada, es una consentidora, pero ahora parece que sufre más porque estamos todos al tanto. Puesto que ya todo ha saltado por los aires, ahora los desafíos de su marido, sus hijas y sus nietos (a los que hay que añadir los desprecios de su nuera y las otras nietas) los tiene que soportar de forma más pública gracias a la servidumbre de la revista del saludito a Juan Carlos, que cada dos por tres le suelta un guantazo en exclusiva a Sofía desde el papel cuché.

El último detectado gracias a esos expertos que no pierden ripio de los detalles en ferias y festejos borboneros, fue cuando se publicaron las fotos del fiestón de cumpleaños de Juan Carlos en Abu Dabi a principios de 2025. Pese al cuidado que se tuvo, parece que alguien encontró con lupa a Marta Gayá, aunque ya no ejerzan activamente por la pereza que traen los años. Aquella fiesta de Juan Carlos, rodeado de hijas, nietos, sobrinos y amigotes, todos arropando a ese truhan que además se había llevado a su amante a la celebración, dolió a Sofi. Dicen las lenguas cortesanas que la ciudadana Ortiz no podía ocultar su crispación en su paseo por Fitur porque los protagonistas de aquel mes era la macrogranja de borbones… su suegro, sus odiosas cuñadas, sus sobrinos políticos… todos reunidos en Abu Dabi para soplar las velitas. Enero de 2025 fue duro en casa Ortiz. Lo máximo que se consiguió es que la publicación del jolgorio en Abu Dabi se retrasara dos semanas para no opacar el otro show que estaba preparando la Zarzuela: el embarque de la guardiamarina Leo en Elcano para que la foto principal fuera la princesa subiendo al carajo, no su abuelo de botellón.

En fin, que durante diez años ha guardado Felipe discreción con el reparto de collares para intentar hacerse el moderno y pretender que olvidemos el desastre de dinastía y el nefasto reinado de su padre. Pero eso no va a ser posible, Felipe, porque tu padre no lo va a permitir. Si tú has renegado de él con tal de pillar trono, al igual que él renegó del suyo para pillar poder, nosotros no vamos a olvidar que los borbones sois una dinastía empercudida.

Ya tenemos suficientes pruebas de que no os laváis cuando os sentís sucios. Os laváis cuando os pillan sucios. 

Deja un comentario

Acerca de

Writing on the Wall is a newsletter for freelance writers seeking inspiration, advice, and support on their creative journey.