Gaceta Crítica

Un espacio para la información y el debate crítico con el capitalismo en España y el Mundo. Contra la guerra y la opresión social y neocolonial. Por la Democracia y el Socialismo.

Lenin: Guerra y contrarrevolución.

Mimmo Porcaro, (La Fionda -Italia-), 5 de Octubre de 2025

Guerra y contrarrevolución: reconciliándose con Lenin

  1. DE LA PAZ A LA GUERRA

Vivimos tiempos convulsos, tiempos de guerra. Las ideas desarrolladas durante la larga, hipócrita y sangrienta «Paz Occidental», la era de la supuesta unipolaridad estadounidense y la cacareada globalización, ya no son relevantes. Hoy, cuando los estados capitalistas, cuya irrelevancia se había profetizado, se militarizan interna y externamente, quienes pretenden trascender la organización social actual no pueden arreglárselas con una política basada únicamente en afirmar su propia identidad a través de los social media, sin molestarse en convencer a quienes piensan diferente; o basada únicamente en coexistir, aunque en conflicto, con el aparato estatal actual, sin preocuparse jamás por reunir la fuerza necesaria para cambiarlo radicalmente.
En tiempos de guerra no se puede actuar ni pensar como en tiempos de paz. Y debemos retomar la comparación con quienes actuaron y pensaron durante la guerra: en particular con Lenin, quien comprendió la conexión misma entre guerra y transformación social, entre guerra y revolución. Claro que ya no estamos en 1917, y «la era del imperialismo y la revolución proletaria» se ha transformado (para intentar una definición provisional) en la era del imperialismo triádico1 y la revolución antineoliberal. Una revolución cuyo objetivo es el control político (hasta la publicidad) de los grandes grupos capitalistas y de la propia circulación global del capital, y que puede adoptar formas muy diversas, incluida la socialista y proletaria en el sentido más amplio. Pero en cualquier caso, siempre se trata de imperialismo y de revolución: es por ello útil releer a Lenin mucho más allá de la santificación o de la condenación, superando la eliminación de su pensamiento llevada a cabo durante décadas tanto por quienes lo repitieron de manera abstracta, y por lo tanto lo esterilizaron, como por quienes lo dejaron de lado porque era un estorbo para quienes querían eludir la cuestión del poder político para negociar mejor con él2.

Por lo tanto, no podemos sino acoger con satisfacción artículos como el que Emiliano Brancaccio publicó hace algún tiempo, titulado «Momento Lenin: Entre la deuda, los aranceles y la guerra»3, en el que argumenta que el momento actual demuestra la validez de la tesis del inevitable desenlace bélico de las contradicciones intercapitalistas, tesis central del famoso (e inútilmente exorcizado) ensayo de Lenin sobre el imperialismo4.

Según Brancaccio, vivimos, por tanto, en un «momento Lenin»: sin embargo, el autor especifica que «la referencia no es al revolucionario bolchevique, sino al erudito incansable», ya que la resignación actual de la clase explotada implica que a la guerra no se está respondiendo con hipótesis revolucionarias. «Con la revolución disuelta, las masas carecen incluso del consuelo de la ciencia reveladora. Momento Lenin, memento Lenin».

Brancaccio tiene razón al no vislumbrar una revolución en el horizonte: la relación entre la aguda crisis del capital y la perspectiva de una revolución ha resultado errónea (y peligrosa) incluso cuando existía un movimiento de clases incomparablemente mayor que el actual.  Pero la ausencia de una situación revolucionaria no significa que debamos confiar únicamente en el erudito Lenin, ya que este tiene mucho que decir no solo sobre la fase plenamente revolucionaria, sino también sobre todo el espacio político que se abre (o cierra) durante una guerra. Esto se evidencia al leer algunos de sus textos del período 1914-1917, contemporáneos a su obra más famosa, El Imperialismo. Estos textos, junto con otras obras, nos ayudan a considerar las condiciones que podrían permitir, dentro de la transición hegemónica global, un proceso de transición social, es decir, una transición en el modo de producción.

De las muchas sugerencias que surgen de estas páginas, extraeremos y esbozaremos brevemente solo las relativas a la importancia del análisis concreto y el método dialéctico, la noción de época, la de paz imperialista y la de situación revolucionaria. Sin descuidar una nota sobre la cuestión nacional.

  1. ANÁLISIS CONCRETO. LA «DOBLE LEALTAD» DE LENIN

Si bien es cierto que «evitar lo concreto es uno de los fenómenos más inquietantes en la historia del espíritu humano»5, también lo es que Lenin no contribuye en modo alguno a esta peligrosa evasión. De hecho, la atención a la especificidad de cada formación económico-social particular y la asunción del análisis concreto de la situación concreta como premisa esencial para la acción lo han acompañado desde el principio, junto con la exhortación a llevar a cabo una «agitación» masiva hablando de verdades concretas, es decir, directamente experimentables por cualquiera6. Este imperativo teórico y práctico surge ciertamente de la comparación con una realidad –la rusa– muy divergente de un modelo lineal de desarrollo capitalista. Pero también deriva de la seriedad, la severidad, a la que Lenin se vio obligado por la inevitable comparación con el recuerdo de su hermano mayor, Alejandro, ejecutado por el régimen zarista por haber organizado un atentado contra el soberano7. Una muerte que constituyó a la vez un legado ético muy pesado y una exhortación constante –dado el fracaso del terrorismo– a combinar el impulso moral y una evaluación desencantada de los hechos. Así, el pensamiento y las acciones de Vladimir Ilich son siempre el resultado de una tensión no resuelta entre la comprensión de las leyes generales del capitalismo y la lucha de clases y la atención a sus formas concretas y únicas de implementación; entre el objetivo histórico de la revolución proletaria y la apreciación de las diferencias de cada fase política particular, y la consiguiente necesidad de cambiar las tácticas y las consignas en cada punto de inflexión significativo.

Esta «doble fidelidad» de Lenin, fidelidad a los principios de valores y análisis, y a la vez a la situación dada, se manifiesta particularmente al comienzo de la Primera Guerra Mundial, cuando la feroz realidad del conflicto europeo y la debacle contemporánea de la Segunda Internacional impusieron una reflexión radical. Y no es casualidad que precisamente en ese momento Lenin, mientras reunía materiales para el estudio del imperialismo, decidiera abordar la Ciencia de la Lógica de Hegel (en Berna, en un aislamiento impuesto por la distancia forzada de Rusia, pero también coherente con la soledad teórica que acompaña cada momento crucial8), para retornar a las raíces de ese método dialéctico que, para él, es la única forma de pensamiento capaz de resistir los dos grandes enfrentamientos de la época: la guerra entre las naciones capitalistas y la escisión del movimiento obrero internacional. El filólogo dirá en qué medida esta lectura de Hegel, que se quedó en la fase de reflexiones sintéticas y notas marginales, recogidas después en los Cuadernos filosóficos9, constituye o no una ruptura con algunos de los enfoques anteriores –en particular con el Materialismo y el Empiriocriticismo10. Aquí nos limitamos a señalar que la necesidad de una conexión entre el análisis de las leyes generales y el estudio de las formas particulares del capitalismo no solo se reitera constantemente en los Cuadernos, sino que también se enriquece al presentarla como un vínculo entre el automovimiento de la realidad –es decir, su desarrollo lógico interno– y el carácter discontinuo que asume esta dinámica, su progresión a través de saltos cualitativos y el cambio constante de signo de los fenómenos, de modo que cada uno de ellos puede tener significados completamente opuestos y transformarse dialécticamente en su propio contrario11– La variación inherente a este desarrollo es, por lo tanto, consustancial al capitalismo; es fruto de la persistencia de una ley general que, sin embargo, se expresa de manera dialéctica.

Todo esto contribuirá a afirmar tanto la necesidad del imperialismo, fruto no de una elección política, sino de la lógica interna del capitalismo, como la necesidad de transformar la táctica en relación con las diferentes fases y formas del propio imperialismo. Esta transformación, podría decirse, constituye el objeto específico de la política proletaria, pues captura el momento en que la paz imperialista da paso a la guerra imperialista, cuando una lucha nacional reaccionaria se convierte en una lucha progresista y, sobre todo, el momento en que la guerra imperialista se transforma en revolución proletaria. Y precisamente esta transformación de la guerra en revolución, antes mencionada, es el principio rector de Lenin de 1914 a 1917, el lema de toda una era y, de hecho, la connotación misma de la era del imperialismo y (por ende) de la revolución proletaria. Pero todo esto, bien conocido tanto por los leninistas como por sus detractores, no se comprende plenamente a menos que se reflexione sobre la interpretación particular de Lenin de la noción misma de época.

  1. ¿QUÉ ES UNA “ÉPOCA”?

Para Lenin, la noción de época funciona como una prescripción adicional de concreción. Para él, de hecho, una época nunca es la afirmación lineal de un principio único, una realidad única. Ciertamente tiene un protagonista fundamental, en nuestro caso el imperialismo, pero este protagonista nunca aparece solo en escena y, sobre todo, la contradicción fundamental que expresa no siempre ni en todas partes se presenta con el mismo grado de claridad y necesidad.

Una época es tal precisamente porque abarca un complejo de guerras y fenómenos muy heterogéneos, típicos y atípicos, pequeños y grandes, relacionados con países avanzados y atrasados. Ignorar estas condiciones concretas mediante expresiones genéricas sobre «época» significa abusar del concepto de época12. Así lo afirmó Lenin. Lo cual especifica en otro lugar: «En cada época hay y habrá movimientos parciales e individuales, ahora hacia adelante, ahora hacia atrás; hay y habrá diversas desviaciones del tipo y ritmo promedio de movimiento. No podemos prever con qué rapidez ni con qué éxito se desarrollarán los movimientos históricos individuales de una época dada. Pero podemos saber, y de hecho sabemos, qué clase se sitúa en el centro de esta o aquella época y determina su contenido fundamental, la dirección principal de su desarrollo, los rasgos esenciales de la situación histórica, etc. Solo sobre esta base, es decir, teniendo en cuenta en primer lugar las principales características específicas de las diversas «épocas» (y no los episodios individuales de la historia de cada país), podemos construir correctamente nuestra táctica; y solo el conocimiento de las principales características de una época dada puede ser la base para tener en cuenta las características más específicas de este o aquel país»13].

Una era es, por lo tanto, intrínsecamente heterogéneadiscontinua asincrónica. Una vez identificada la clase social –en este caso, el capitalismo monopolista-financiero­­– que domina una era mediante un análisis objetivo de los hechos clave, es necesario analizar los fenómenos heterogéneos que ocurren dentro de ella y conectarlos con la dinámica fundamental para evaluar adecuadamente su significado político, que inevitablemente varía a lo largo del tiempo y el espacio.

Lo dicho hasta ahora es válido para cualquier época histórica. Pero el capitalismo añade a las diferencias que la historia (precisamente por ser historia), inevitablemente trae consigo, su tendencia innata al desarrollo desigual jerárquico, lo que convierte estas diferencias y los desequilibrios resultantes en la condición de su propio funcionamiento. Esto se aplica incluso cuando ciertas fases, como la llamada globalización, parecen anunciar ilusoriamente un mundo plano y homogéneo.

  1. «LA PAZ IMPERIALISTA»

La ya mencionada ilusión de una interpretación pacífica de la globalización se hace aún más comprensible gracias a otra noción leninista: la de la paz imperialista, mencionada anteriormente, que confirma la rica diversidad de fenómenos que caracterizan la era del imperialismo. Reflexionando sobre Clausewitz, Lenin señala que si la guerra es la continuación de la política por otros medios, para comprender una guerra, y por lo tanto su naturaleza de clase, es necesario comprender la política que la precedió. Pero lo mismo ocurre con la paz. A la guerra imperialista, salvo una revolución socialista, le sigue necesariamente la paz imperialista, es decir, la continuación de la política imperialista en otras formas.

“La guerra es la continuación, por medios violentos, de la política que las clases dominantes de las potencias beligerantes aplicaban mucho antes del estallido de las hostilidades. La paz es la continuación de la misma política, teniendo en cuenta los cambios ocurridos, como resultado de las operaciones militares, en el equilibrio de poder entre las fuerzas opuestas14. La guerra imperialista no puede terminar de otra manera que no sea con una paz imperialista, a menos que la guerra en curso se transforme en una guerra civil del proletariado contra la burguesía15.

Y precisamente imperialista fue la falsa paz de los años de la globalización, ya que esta no habría sido posible sin la previa subordinación militar de toda Europa y Japón, sin la derrota, aunque indirectamente militar, de la Unión Soviética, sin la presencia militar estadounidense en puntos estratégicos del planeta, y sin las guerras reales libradas por Occidente en Irak y otros lugares. E imperialista, y por lo tanto requisito previo para futuras guerras, sería una paz «trumpiana»: una pausa limitada en el tiempo y el espacio, efecto de la contracción temporal necesaria por los graves desequilibrios generados (en Occidente y en todo el mundo) por la excesiva expansión globalista. Al igual que la globalización, Trump también representa un momento distinto posterior del imperialismo: es la transición de la ficción del orden internacional a la lógica brutal de las puras relaciones de poder; de la ilusión de dominación unipolar a la aceptación realista, pero temporal, de una multipolaridad entendida no como un sistema de equilibrio, sino como el escenario de una lucha continua por el dominio.

Vale la pena añadir, para concluir este punto, que la existencia de una paz imperialista preñada de guerras futuras debería inducir al pacifismo a no invocar simplemente la paz misma, y a mirar los orígenes capitalistas tanto de la guerra como de su suspensión temporal e ilusoria.

  1. ¿ÉPOCA REVOLUCIONARIA = SITUACIÓN REVOLUCIONARIA?

Al igual que el imperialismo, la revolución también es una época16 y, por lo tanto, «no debe considerarse como un acto aislado, sino como un período de tormentosas convulsiones económicas y políticas, de una lucha de clases muy aguda, de guerra civil, de revoluciones y contrarrevoluciones17». Y así como las contradicciones del imperialismo no se presentan de manera homogénea y lineal, la revolución no siempre está a la orden del día.

Para que exista una situación revolucionaria es necesario: 1) que las clases dominantes no puedan mantener su dominio a menos que modifiquen su forma, y por lo tanto, que exista una lucha intensa en su seno; 2) que se produzca un empeoramiento de las condiciones de vida de las clases subalternas; 3) que, como resultado de lo anterior, se produzca un aumento significativo de la actividad de las masas, impulsadas por la crisis y por las propias clases altas (movilización bélica, etc.) a una acción histórica independiente18«. Pero ni siquiera esto es suficiente, «porque la revolución no surge de todas las situaciones revolucionarias, sino solo de aquellas en las que la transformación subjetiva se suma a las transformaciones objetivas indicadas anteriormente, es decir, la capacidad de la clase revolucionaria para llevar a cabo acciones revolucionarias de masas lo suficientemente fuertes como para quebrar (o al menos socavar) al antiguo gobierno, que, en un período de crisis, nunca «caerá» a menos que se le «obligue a caer»19.

La situación revolucionaria (y más aún la revolución) es, por lo tanto, un acontecimiento singular y excepcional. Esta tesis se ve reforzada por el hecho de que Lenin, tanto en su aceptación (explicada en los Cuadernos Filosóficos) de la crítica de Hegel a la causalidad lineal20, como, aún más, en su descripción de las numerosas causas que contribuyeron a Octubre en sus posteriores Cartas desde lejos (una pequeña, gran obra maestra de la teoría política)21, identifica otros factores «ocasionales», numerosos y heterogéneos, como condición necesaria para que la contradicción estructural y permanente entre las clases se exprese en toda su radicalidad.

En resumen: Lenin distingue entre la época revolucionaria, la situación revolucionaria y la revolución propiamente dicha. Y es precisamente en estas distinciones donde reside uno de los puntos de encuentro más fructíferos con su pensamiento hoy en día. De hecho, es precisamente en la tensión, en la brecha entre la época revolucionaria y la situación no revolucionaria, donde residen los problemas políticos más importantes y completamente irresueltos para nosotros, en Europa y en Italia.

Sin duda, vivimos en una era revolucionaria, en la que la larga crisis del modo de producción capitalista se entrelaza con la del equilibrio de poder internacional que lo ha sustentado hasta ahora, incluso garantizando la disciplina social interna mediante el dumping salarial, la deslocalización, las restricciones externas o la «defensa de fronteras sagradas». Todo esto requiere y posibilita transformaciones sociales decisivas. Sin embargo, es igualmente indudable que no vivimos una situación revolucionaria: el conflicto entre las clases dominantes no ha alcanzado un punto crítico, ni tampoco el descontento de los subalternos; la identificación política de clase y la esperanza en el socialismo (y quizás cualquier otra esperanza) aún se ven empañadas por las consecuencias de 1989 y por la fragmentación individualista; por último, y sobre todo, aunque paguemos un alto precio por la militarización, aún no estamos directamente involucrados en una guerra abierta y, en cualquier caso, no hay un ejército de masas (¿todavía?) llamado a la batalla y tentado a volver sus armas contra sus enemigos internos. Debemos prepararnos para un importante cambio de paradigma social y geopolítico, y sin embargo, aún no estamos directamente obligados a hacerlo. Y sin coerción, no hay revolución.

Confundir la era revolucionaria con una situación revolucionaria sería, por lo tanto, un error, pero también lo sería confundir la ausencia de dicha situación con la desaparición o atenuación de las contradicciones que la desgarran. En resumen, debemos reconocer simultáneamente la radicalidad de la situación y su gradual manifestación en nuestro país, y estar preparados para alternar aceleraciones repentinas con períodos de aparente estancamiento.

Todo esto requiere un estilo político muy complejo, basado en la claridad de enunciación y la moderación, o al menos el realismo, de las propuestas tácticas. Es la capacidad de adherirse a la situación concreta (es decir, a la forma efectiva, y por tanto universalmente comprensible, que asumen las contradicciones fundamentales) y, al mismo tiempo, mirar más allá, hacia posibles desarrollos radicales: la capacidad, en resumen, de situarse dentro de la situación pero también fuera de ella, sabiendo que cualquier política, por muy realista que sea, debe ser en última instancia un paso adelante en la acumulación de las fuerzas necesarias para afrontar una transformación verdaderamente trascendental, pues de lo contrario debe sufrir una acentuación de las tendencias reaccionarias.

Sin la construcción de este estilo político y de los sujetos colectivos que puedan interpretarlo, es inevitable que, en ausencia de revolución, la era revolucionaria se vea acompañada, como ya ocurre, por una auténtica «situación reaccionaria», caracterizada por el intento de liquidar definitivamente los residuos de la democracia y el estado de bienestar. Y quizás también por esta razón, Lenin consideró especialmente importante la acción en fases no revolucionarias: «No es difícil ser revolucionario cuando la revolución ya ha estallado y está en pleno apogeo […]. Es mucho más difícil —y mucho más valioso— saber ser revolucionario cuando aún no existen las condiciones para una lucha directa, abierta, verdaderamente de masas, verdaderamente revolucionaria […]»22.

  1. LA FUERZA QUE AÚN NO HAY

La adopción de una actitud simultáneamente interna y externa ante la situación dada (expresión de la «doble lealtad» mencionada anteriormente) caracterizó la actividad de Lenin, especialmente después de 1914, y se tradujo en un análisis lúcido del conflicto entre poderes y, al mismo tiempo, en una atención previsora al poder que aún no existía (y que, de hecho, se había perdido precisamente en agosto de 1914), es decir, el movimiento revolucionario de clases.

A este respecto, vale la pena señalar que, si bien los elementos constitutivos de un sujeto revolucionario de masas estaban ciertamente presentes en la época de Lenin, de una manera incomparable con la actualidad, ya que existía un ejército proletario metafórico (el vasto, aunque confuso, movimiento socialista) y uno real (las tropas imperialistas, potencialmente insubordinadas), es igualmente cierto que para Lenin el sujeto político en todo caso no surge linealmente de una situación fáctica, es decir, no preexiste a una política de clase, sino que es de alguna manera su resultado: el resultado de una táctica que permite a una vanguardia ponerse en sintonía con los sentimientos de las masas y acompañar paso a paso la experiencia directa de las propias masas (condición absoluta de «conciencia»), acostumbrándose a las ralentizaciones y aceleraciones repentinas que todo ello conlleva22. Por supuesto, los «sentimientos de las masas» de los que hablaba Lenin eran ya efecto de la guerra, eran «sentimientos nuevos, impetuosos», eran «miedo y desesperación, odio contra el enemigo (útil sólo a la burguesía), odio contra el propio gobierno y la propia burguesía24«: algo muy diferente de esa mezcla de apatía y resentimiento sordo que se arrastra por nuestras calles. Pero desde un punto de vista conceptual, la cuestión no cambia: ya se trate de quejas, protestas, movimientos reales o revueltas, siempre debe haber alguien (ya sea un solo sujeto o una alianza de sujetos heterogéneos) capaz de indicar una dirección que vaya un paso más allá, basándose en la claridad estratégica. Nos guste o no, y aunque una reedición completa de las antiguas (muy criticadas, pero muy lamentadas) experiencias organizativas del movimiento obrero sea actualmente impensable, ya estamos volviendo, es decir, ya en una situación claramente no revolucionaria, a la cuestión del partido. Pero esto deberá discutirse por separado25

  1. A MODO DE RESUMEN

En resumen, las ideas que Lenin (al menos el Lenin de las páginas examinadas aquí) puede ofrecer a quienes deseen actuar como socialistas en la revolución antiliberal son las siguientes:

No se limiten a hacer alarde de sus ideales, sino que trabajen para acumular fuerzas, incluso heterogéneas, y concentrarlas contra el poder político actual. Comprendan la forma concreta en que se manifiestan las contradicciones fundamentales y, así, propaguen verdades concretas que todos puedan comprender. Comprendan que, en cada formación social, los problemas clave pueden presentarse de maneras muy diferentes y cambiar de un día para otro, lo que requiere cambios en las tácticas y las consignas. Trabajen teniendo siempre presente la necesidad de una ruptura socialista, incluso cuando se centren en objetivos aparentemente «moderados» o «atrasados».

En tres palabras: concreciónagilidad y ubicuidad. La concreción como adhesión no a un socialismo genérico, sino a lo que podría/debería surgir de la realidad específica en la que se opera. La agilidad como la capacidad de cambiar constantemente los métodos de lucha y las consignas. La ubicuidad como la voluntad de estar en todas partes, es decir, en todos los espacios sociales y en todas las dimensiones temporales: en el presente de la acción inmediata, en el futuro de la perspectiva futura. Pero la concreción es claramente la palabra clave: es lo que dicta la agilidad y la ubicuidad, porque es la realidad de la crisis la que exige flexibilidad y un enfoque en el presente y el futuro. Y es, en última instancia, lo que nos vincula a una acción eficaz dentro de la realidad y la coyuntura específicas en las que vivimos:.

De hecho, no nos basta con apoyar el nuevo mundo que emerge fuera y en contra de la hegemonía occidental. Este nuevo mundo es la condición previa para nuestra liberación, que sin embargo ­–también para hacer una contribución efectiva al multipolarismo– tendrá que ser un trabajo nuestro, realizado ciertamente con gran atención a la dimensión geopolítica, pero con igual atención a los tiempos modos específicos de nuestra evolución (o involución).

A los comunistas alemanes de izquierda que rechazaban el parlamentarismo por ser «históricamente obsoleto», Lenin respondió: «El parlamentarismo es ‘históricamente obsoleto’ en el sentido histórico-mundial; es decir, la era del parlamentarismo burgués ha terminado y la era de la dictadura del proletariado ha comenzado. Esto es incontestable. Pero a escala histórica-mundial, la unidad de medida son las décadas. Diez o veinte años antes, diez o veinte años después, a escala histórica-mundial no cuenta; es una nimiedad que no puede tenerse en cuenta ni siquiera aproximadamente. Pero precisamente por esta razón es un gravísimo error utilizar la escala histórica-mundial en los problemas de la política práctica «26. El hecho de que la hegemonía «a escala histórica-mundial» se esté desplazando progresivamente hacia el Este no significa que una perspectiva socialista se esté consolidando sincrónicamente en nuestro país. Depende. Y en este «depende» reside todo el enfoque leninista o materialista.

Todo lo anterior, reiteramos, es valioso para quienes reconocen la necesidad de una ruptura socialista y, por lo tanto, de una transformación radical del poder estatal. Sin duda, habrá mucho debate sobre las formas actuales de esta ruptura y transformación. En la fase emergente, la reforma y la revolución no son necesariamente excluyentes, sino que se retroalimentan, y sin duda la única «violencia revolucionaria» aceptable y efectiva es la que responde, con base en el consenso de masas, a la violación de las normas constitucionales por parte de otro. Además, en cuanto al Estado, sabemos que su transformación no es equivalente a la de las relaciones sociales, dadas las raíces más allá de las meramente políticas del capitalismo; sabemos que ningún poder estatal puede gestionar las sociedades actuales desde arriba, sin una relación con organizaciones sociales autónomas. Finalmente, sabemos que, hoy más que nunca, el poder no se «toma», sino que, especialmente si se trata del poder de las clases subalternas, se construye sobre las ruinas de las privatizaciones neoliberales, redefiniendo las estructuras internas y las relaciones internacionales que posibilitan políticas socialistas o, de otro modo, populares. Sabemos todo esto. Pero saberlo no equivale a descartar, una vez más, la cuestión del poder estatal y las rupturas necesarias para transformarlo, una cuestión que debe abordarse hoy. Lenin no nos dice cómo hacerlo, pero nos dice que debemos hacerlo: reconocer a Lenin es reconocer la realidad.

  1. POSDATA SOBRE LA CUESTIÓN NACIONAL

Es importante señalar que, entre 1914 y 1917, el imperativo del análisis concreto llevó a Lenin a defender la legitimidad, e incluso la utilidad, de las luchas nacional-democráticas y la reivindicación de la autodeterminación nacional, no solo en las colonias, sino también en aquellos países europeos que, debido al legado histórico y al desarrollo desigual del capitalismo, se encontraban sometidos a las naciones capitalistas «centrales» y, por lo tanto, en una relación de oprimido/opresor. De hecho, puede decirse que el principio mismo del análisis concreto (con todo lo que conlleva) fue, si bien no fundado, ciertamente articulado y refinado precisamente en la evaluación de la cuestión nacional.

En términos generales, según Lenin, una vez que tuvo lugar la revolución democrática y se estableció el Estado-nación capitalista, una guerra nacional se consideró imperialista y la «defensa de la patria» se convirtió en una consigna reaccionaria. Sin embargo, esta suposición fue inmediatamente corregida por la referencia al análisis específico.

De hecho: «El imperialismo deduce el reconocimiento de la defensa de la patria en guerras como, por ejemplo, las de la Gran Revolución Francesa y la de Garibaldi en Europa, y la negación de la defensa de la patria en la guerra imperialista de 1914-1916 del análisis de los detalles históricos concretos de cada guerra individual y en modo alguno de ningún «principio general» ni de ningún punto específico del programa27». Y del análisis se desprende que: «en los países avanzados (Inglaterra, Francia, Alemania, etc.) la cuestión nacional está resuelta desde hace tiempo y la unidad nacional ha llegado a su fin; objetivamente, las tareas nacionales ya no existen. Y, por lo tanto, solo en estos países es posible a partir de hoy desmantelar las comunidades nacionales y establecer comunidades de clase. El problema se plantea de forma diferente en los países no avanzados […], es decir, en toda Europa del Este y en todas las colonias y semicolonias28». Por esta razón es vital para la socialdemocracia “[…] resaltar la diferenciación de las naciones en naciones dominantes naciones oprimidasuna diferenciación fundamental, esencial e inevitable en la era imperialista29”.

Sobre esta base, Lenin libró una polémica muy dura contra las mismas corrientes de la izquierda socialdemócrata más cercanas a él, a menudo contra la autodeterminación de las naciones. Y la dureza de esta polémica no se debía solo a la necesidad de reconocer la importancia de las luchas democráticas para la autoformación del proletariado, ni, en cualquier caso, la importancia de todos los conflictos que pudieran impulsar una oleada revolucionaria. Para Lenin, la cuestión de la autodeterminación también era muy relevante porque concernía en gran medida a la propia Rusia, o más bien a las nacionalidades oprimidas por el imperio, que se habrían rebelado contra el proletariado si este hubiera propuesto una reedición del centralismo zarista. En este marco, el derecho a la autodeterminación se consideraba la premisa para una nueva unificación voluntaria: algo que, a pesar de mil contradicciones, se produjo30. A este respecto, sería útil recordar a Vladimir Putin, que nunca pierde oportunidad de señalar a su homónimo como remotamente responsable de la independencia de Ucrania, que la Unión Soviética, y lo que queda de ella en la Rusia actual, habrían sido mucho menos poderosas y tal vez ni siquiera habrían existido sin la opción de la autodeterminación31.

Bien. Pero ¿cómo pueden sernos útiles estas observaciones, a quienes hemos vivido durante más de un siglo en pleno corazón del capitalismo europeo?

En mi opinión, las tesis de Lenin nos ayudan al menos a comprender el resurgimiento de las cuestiones nacionales, incluso en la Europa hipercapitalista e imperialista actual, y a plantear la cuestión de la conexión actual entre estas cuestiones y las cuestiones de clase. Ciertamente, la situación es muy diferente a la que Lenin escribió: pero esto se debe precisamente a que el principio del desarrollo desigual ha funcionado extraordinariamente bien, provocando un importante desequilibrio de poder entre Estados Unidos y Europa, y dentro de la propia Europa, planteando así de forma inédita la cuestión de la relación entre la lucha de clases y la recuperación de la soberanía nacional, incluso en los países capitalistas actuales. ¿Puede un choque entre naciones europeas, o entre algunas de ellas y Estados Unidos, reavivar la lucha de clases? O bien: ¿puede la reanudación de la lucha de clases dar lugar a una política verdadera, autónoma y eficaz sin plantear una nueva cuestión nacional, es decir, sin plantear la cuestión de la reconquista democrática de la soberanía nacional como requisito previo para la construcción de relaciones internacionales de cooperación, condición sine qua non para la transformación de las relaciones sociales internas?

Ahora bien, Lenin, de alguna manera, previó una situación comparable a la que estamos viviendo. En una conversación con Rosa Luxemburg, tras reiterar que una guerra nacional puede transformarse en una guerra imperialista y viceversa, continuó:

“Es extremadamente improbable que la guerra imperialista de 1914-1916 se transforme en una guerra nacional, porque la clase que representa un desarrollo progresivo es el proletariado, que objetivamente tiende a transformar esta guerra en una guerra civil contra la burguesía; y también porque las fuerzas de las dos coaliciones no son muy diferentes y el capital financiero internacional ha creado una burguesía reaccionaria en todas partes. Pero no podemos afirmar que tal transformación sea imposible: si el proletariado europeo se mostrara impotente durante otros veinte años, si la guerra actual terminara con victorias de estilo napoleónico y la subyugación de toda una serie de estados nacionales autónomos, si el imperialismo extraeuropeo (principalmente estadounidense y japonés) durara veinte años sin alcanzar el socialismo, por ejemplo, debido a una guerra entre Japón y Estados Unidos, entonces sería posible una gran guerra nacional en Europa. Esto implicaría una regresión de varias décadas para Europa. Esto es improbable. Pero no es imposible, ya que sería antidialéctico, anticientífico y teóricamente erróneo representar la historia del mundo como una marcha continua y regular hacia adelante, sin algún salto gigantesco hacia atrás32”.

El fracaso (en nuestro país) en transformar la guerra imperialista de 1914-1945 en una revolución socialista, una victoria «napoleónica» de Estados Unidos sobre toda Europa y una victoria –aunque no total– de Alemania en la reorganización desigual del capitalismo europeo. En resumen, un grave desequilibrio de poder con la consiguiente distinción, si no entre opresores y oprimidos, sí entre ganadores y perdedores, dentro del propio sistema capitalista más desarrollado; un desequilibrio que también constituye un mecanismo fundamental para la reproducción de las relaciones sociales mediante «limitaciones externas» atlantistas y proeuropeas. Aunque todo esto se complica enormemente por la interpenetración del capital en el Viejo Continente y en todo Occidente, es evidente que nuestro redescubrimiento de la dimensión nacional en Europa (sea o no un retroceso respecto a una presunta linealidad histórica), si bien no puede –ni debe– deducirse de las palabras de Lenin ni de nadie más, al menos no es incompatible con la orientación teórica general de ese gran revolucionario y, como tal, «estudioso incansable».

Notas

[1] El imperialismo “triádico”, en el sentido de Samir Amin, es el que se forma por el equilibrio (hoy muy inestable) entre la superpotencia estadounidense y sus homólogas europea y japonesa, en detrimento del resto del mundo: véase Samir Amin, Por un mundo multipolar, El Viejo Topo.
[2]Para una crítica detallada de estas posiciones, que lamentablemente han dominado el movimiento antiglobalización con consecuencias que todavía estamos pagando hoy, los remito a mi “Occupy Lenin”, en Leo Panitch, Greg Albo, Vivek Chibber, The Question of StrategyThe Socialist Register 2013, Merlin Press, Wellingborough, 2012, pp. 84-97 (aquí se puede encontrar unatraducción: https://www.controappuntoblog.org/2012/08/07/occupy-lenin-lultimo-saggio-di-mimmo-porcaro/). Sobre el asunto véase también, Stefano Calzolari, Mimmo Porcaro, L’invenzione della politica. Movimenti e potere, Punto Rosso, Milano, 2005.

[3]EmilianoBrancaccio,“MomentoLenin:tradebito,dazieguerra”, https://www.econopoly.ilsole24ore.com/2025/03/10/momento-lenin-trump-cina- europariarmo/?refresh_ce=1

[4] Lenin, L’imperialismo, fase suprema del capitalismo, Editori Riuniti, Roma, 1970.
[5] Elias Canetti, Potere e sopravvivenza, Adelphi, Milano, 1974, p. 13.
[6] Sólo un ejemplo (entre mil posibles) tomado de los textos a los que nos referimos en particular: «El método de Marx consiste ante todo en considerar el contenido objetivo del proceso histórico en un momento concreto dado, en una situación dada, en comprender ante todo qué movimiento y de qué clase es el resorte fundamental del progreso posible en una situación concreta»[6]. Lenin, Sotto la bandiera altrui, in Opere complete, Editori Riuniti, Roma, 1965-67 (d’ora in poi OC), vol. 21, p. 127, cursivas nuestras. Quanto alla “verità concreta” véanse las páginas, aún muy actuales, del tercer capítulo del Che fare? Problemi scottanti del nostro movimento, a cargo de Vittorio Strada, Einaudi, Torino, 1971.
[7] Louis Fischer, Vita di Lenin, Il Saggiatore, Milano, 1967, vol. 1, cap. 1.
[8] Stathis Kouvélakis, Lenin lettore di Hegel, https://sinistrainrete.info/marxismo/8398-stathis-kouvelakis-lenin-lettore-di-hegel.html.
[9] Lenin, Quaderni Filosofici, con una introducción sobre “Il marxismo e Hegel” de Lucio Colletti, Feltrinelli, Milano, 1970; véase también la más reciente edición PiGreco, Milano, 2021, con introducción de Roberto Fineschi.
[10] Id., Materialismo ed empiriocriticismo, Editori Riuniti, Roma, 1973.
[11] Ibíd, pp. 85-90, 112-113, 130-133 y passim.
[12] Id., Intorno a una caricatura del marxismo e all’ ”economismo imperialistico”, OC, vol. 23, p. 34.
[13] Id., Sotto la bandiera altrui, OC, vol. 21, p. 129.
[14] Id., A proposito del “Programma di pace”, OC, vol. 22, pp.167-8.
[15] Id., Sulla pace separata, OC, vol23, p. 129.
[16] “La revolución socialista no es un acto aislado, una batalla aislada en un solo frente, sino toda una época de agudos conflictos de clases, una larga serie de batallas en todos los frentes, es decir, en todas las cuestiones económicas y políticas, batallas que sólo pueden terminar con la expropiación de la burguesía”., Id., La rivoluzione socialista e l’autodecisioneOC, vol. 22, p. 148.
[17] Id., Sulla parola d’ordine degli Stati uniti d’Europa, OC, vol.21, pp. 311-12.
[18] Id., Il fallimento della II Internazionale, OC, vol.21, p.191.
[19] Ibid, pág. 192. Una definición similar y más conocida se encuentra en un importante escrito posrevolucionario, L’estremismo, malattia infantile del comunismo, Editori Riuniti, Roma, 1970, p. 137, y precisada después en la p. 152.
[20] Id, Quaderni filosofici, cit., pp. 149-155, 169, 173.
[21] Id., Lettere da lontanoOC, vol. 23, pp. 299-331, en particular p. 304. Este texto se encuentra entre las fuentes de un ensayo otrora famoso (y digno de reconsideración) en el que Althusser planteó teóricamente el problema, «prácticamente» resuelto por Lenin, de la relación entre la contradicción fundamental y sus condiciones concretas de efectividad: Louis Althusser, Contraddizione e surdeterminazione, in Per Marx, Editori Riuniti, Roma, 1974, pp. 69-107.
[22] Id., L’estremismo, cit., p. 155.
[23]”Debemos comprender […] que no podemos ganar sin haber aprendido la ciencia de la ofensiva y la ciencia de la retirada.”, Ibidem, p. 18.
[24] Id., La sconfitta del proprio governo nella guerra imperialistica, OC, vol21, p. 253.
[25]Una contribución, aunque anticuada, a esta discusión puede ser mi Machiavelli 2017. Tra partito connettivo e partito strategico, https://contropiano.org/documenti/2017/04/07/machiavelli-2017-partito-connettivo-partito-strategico-090665.
[26] Lenin, L’estremismocit. pp. 81-82, l’ultimo corsivo è nostro.
[27] Id., La rivoluzione socialista e l’autodecisione, OC, vol.22, p. 152 , corsivi nostri.
[28] Id. Intorno a una caricatura del marxismo, cit., p. 57, corsivi nostri.
[29] Id., La rivoluzione socialista e l’autodecisione , cit., pp. 151-3, corsivi nostri.
[30] Edward H. Carr, La rivoluzione bolscevica, 1917-1923, Einaudi, Torino, 1964, capp. XI e XII.
[31] Ibid pp. 364-367.
[32] Lenin, A proposito dell’opuscolo di JuniusOC, 22, 309-9.

Fuente: La Fionda

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