Alexander Zevin (Le Monde Diplomatique), 4 de Octubre de 2025
Mientras el presidente Donald Trump emprende una caza de brujas contra sus oponentes, un musulmán socialista y propalestino, evidentemente tildado de antisemita por sus adversarios, podría ser elegido alcalde de la urbe que alberga Wall Street. Nueva York es también la ciudad con mayor número de judíos del mundo, junto con Tel Aviv. Muchos de ellos votarán por Zohran Mamdani el próximo 4 de noviembre.
JANE DICKSON. — Smile 2 (‘Sonrisa 2’), 2018
Desde 1886 y la candidatura disidente del economista Henry George a la alcaldía de Nueva York, nunca alguien ajeno al sistema había orquestado un ataque tan coordinado contra el orden establecido de la megápolis. Pero, a diferencia de George, Zohran Mamdani ha hecho campaña dentro del aparato de un partido existente. De hecho, su propósito inicial no era ser elegido, sino empujar hacia la izquierda a otro candidato demócrata, Bradford S. Lander, interventor financiero general de Nueva York.
Portador de un mensaje sobre la desigualdad en una ciudad donde reinan unas obscenas diferencias de riqueza, Mamdani está lejos de tener el perfil de un candidato clásico. Nacido en 1991 de padres indios en Uganda, contaba siete años al llegar a Estados Unidos, cuando su padre consiguió una plaza de profesor de estudios poscoloniales en la Universidad de Columbia. Junto con su madre, la cineasta Mira Nair, la familia se instaló en el Upper West Side. Moldeado en la matriz de esta diáspora cultivada, Mamdani fue a estudiar al Bowdoin College, en Maine, donde creó una rama de la organización Students for Justice in Palestine antes de regresar a Nueva York para convertirse en asesor en materia de prevención de ejecuciones hipotecarias. En 2020 fue elegido para la Asamblea Estatal de Nueva York, un cargo que aprovechó para reforzar las secciones locales de los Socialistas Democráticos de América (DSA, por sus siglas en inglés). Cabe destacar su participación en una huelga de hambre en 2021, en solidaridad con los conductores de taxi, para los que reclamó un alivio de deuda, y su apoyo a la legislación sobre energías renovables, el transporte público y la protección contra los desahucios abusivos.
A modo de preparación para las primarias demócratas —que ganó con holgura el pasado 24 de junio— Mamdani desplegó un ejército de 50.000 voluntarios encargados de recoger firmas, inscribir a los votantes en las listas, recaudar fondos, hacer campaña puerta a puerta y animar a los ciudadanos a votar: una operación digna de las campañas presidenciales de Bernie Sanders. A todo ello se le añadió una eficaz estrategia de comunicación en las redes sociales, donde podía vérsele, siempre afable, recorriendo infatigablemente los cinco boroughs (distritos) a pie, en transporte público o a bordo de un taxi amarillo.
En comparación, la entrada en liza de su rival demócrata, Andrew Cuomo, tenía el sabor de lo tristemente inevitable. Por más que la prensa hablara de comeback (‘regreso’), su candidatura siempre tuvo las hechuras de un último recurso, habida cuenta de que el cargo al que aspiraba era el que había tratado sistemáticamente de debilitar durante sus once años como gobernador del estado de Nueva York. Desde ese puesto, no dejó de limitar los recursos de la ciudad, negociando en el Senado Estatal una serie de acuerdos cuyas consecuencias concretas fueron recortes presupuestarios que afectaron al Medicaid (el seguro de salud de la población más desfavorecida), los colegios públicos, el transporte urbano o el programa de guarderías. Tras el mutismo que mostraba durante sus visitas de campaña a templos, iglesias, sedes sindicales o asociaciones de veteranos, se advertía su desprecio por las sórdidas realidades de una metrópoli que solo administró desde lejos, atrincherado en su despacho de Albany, la capital estatal, situada a 200 kilómetros de la ciudad de Nueva York.
Heredero de una dinastía política (su padre, Mario, también fue gobernador de Nueva York), Cuomo se sumó a otra a través de su primer matrimonio con Mary Kerry Kennedy, antes de convertirse en protegido de una tercera al devenir el miembro más joven de la Administración de William Clinton: una especie de Santísima Trinidad que ha hecho de él un emblema de las élites demócratas. También simboliza, simultáneamente, el cinismo y la bajeza de los dirigentes del partido y sus proveedores de fondos. Según algunos cálculos, cerca de la mitad de los responsables demócratas que le apoyan ahora pedían su cabeza cuatro años atrás, cuando fue objeto de denuncias por acoso sexual y se le acusó de haber subestimado deliberadamente el número de fallecidos por la covid en las residencias de ancianos (un escándalo que no le impidió recibir un anticipo de cinco millones de dólares por un libro, escrito por su equipo, en el que se celebra su gestión de la pandemia). Esta gárgola con pies de barro era, en todo caso, el candidato preferido de Wall Street: gracias a las donaciones de una caterva de multimillonarios —como Michael Bloomberg, William Ackman, Kenneth C. Griffin o Daniel S. Loeb—, el contador financiero de su super-PAC (comité de acción política) llegó a mostrar la suma récord de 25 millones de dólares.
El espantajo del antesimitismo
Por supuesto, Mamdani no se ha librado de las acusaciones de antisemitismo, que se han convertido en todo Occidente en el argumento supremo para demostrar que la izquierda no es digna de gobernar allí donde se atreve a pedir justicia para los palestinos. Valerse de esta táctica contra un musulmán practicante en Nueva York —uno de los grandes centros de la comunidad judía y donde la defensa de la causa palestina se reprime con más dureza que en ningún otro estado— parecía relativamente poco arriesgado, y el establishment recurrió ampliamente a esta cantinela. Así, mientras la gobernadora Kathy Hochul solicitaba una “investigación” oficial sobre el antisemitismo en la City University, el alcalde Eric Adams animaba a la policía a asaltar la acampada de activistas propalestinos en la Universidad de Columbia y ordenaba a los organismos municipales que cooperaran con el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés), el cual se distinguió poco después con la detención de uno de los líderes del movimiento, Mahmoud Khalil.
Hasta ahora, la sinceridad e intransigencia de Mamdani sobre los temas esenciales parecen haberle permitido encajar los golpes. Por un lado, se ha dirigido a la comunidad judía a través de las columnas de los periódicos The Forward y Der Blatt —este último publicado en yidis— o en lugares de culto, como la sinagoga B’nai Jeshurun, para prometer “protegerla”, “escucharla” y actuar contra el antisemitismo. Por otro lado, ha contestado sin rodeos —aunque especificando condiciones— a incesantes preguntas sobre el “derecho” de Israel a existir: sí —afirmó—, tiene derecho a existir siempre y cuando garantice la “igualdad jurídica” y respete el “derecho internacional”. También ha señalado que autorizará al Tribunal Penal Internacional (TPI) a ejecutar su orden de arresto contra Benjamín Netanyahu si este pone un pie en la ciudad, y ha seguido utilizando los términos apartheid y “genocidio” para calificar la política israelí. Sus afirmaciones más contundentes han tenido el mérito de arrojar una cruda luz sobre la hipocresía de quienes le preguntan y el seguidismo idiota de sus adversarios. Cuando, durante un debate en directo, se les preguntó a los candidatos qué país visitarían primero una vez en el cargo, la mayoría se apresuraron a asegurar que tomarían el primer vuelo de El Al con destino a Tel Aviv; Mamdani, en cambio, explicó que no saldría de Nueva York y que se centraría en su tarea.
Pero, si los ataques que ha sufrido han sido en vano es ante todo porque, por una vez, se les ha pedido la opinión a los votantes demócratas (de los cuales el 70% declara tener en la actualidad una “mala opinión de Israel”). Atrás parecen quedar los tiempos en que los demócratas neoyorquinos votaban sistemáticamente en las primarias presidenciales al candidato que profesara un apoyo más incondicional al Estado hebreo, como fue el caso a lo largo de toda la década de 1980, o bien obligaban a Hillary Clinton, candidata a un escaño de senadora en el año 2000, a deshacerse en disculpas porque un día le dio un abrazo a la mujer de Yasir Arafat.
En junio, esos votantes eligieron a un firme defensor de los derechos de los palestinos. Y hubo judíos que contribuyeron a su victoria, probando con ello que no piensan dejarse engatusar con halagos. Aunque Cuomo recabó el 30% de sus votos en la primera vuelta, haciéndose con varios bastiones del Upper East Side y con los votos sionistas y ultraconservadores de los judíos jasídicos y ortodoxos, Mamdani ocupó el segundo puesto con el 20%. Desde las primarias, esa relación no solo se ha invertido, sino que la brecha no ha dejado de agrandarse: en agosto, el 43% de los votantes judíos se pronunciaban en favor de Mamdani frente al 26% por Cuomo. Dos años después del inicio de la ofensiva israelí en Gaza, solo el 8% de los demócratas estadounidenses toman partido por el Estado hebreo. Y por primera vez en 25 años de encuestas anuales sobre este asunto, la mayoría de la población desaprueba la política israelí (1).
Ataques del ‘establishment’
Los efectos de la campaña electoral de Mamdani —atípica por su fuerte dimensión ideológica y por la increíble movilización de voluntarios— se hicieron visibles mucho antes del escrutinio. Durante los diez días anteriores, 400.000 votantes emitieron su voto por anticipado, el doble que en 2021. El día de las elecciones, al caer la tarde, la ventaja de Mamdani sobre Cuomo era tan holgada (cerca de ocho puntos) que pudo anunciar su victoria ya a medianoche, antes de que acabara el recuento oficial. Era obvio que los sondeos habían pasado por alto un elemento crucial: el entusiasmo de los jóvenes. En lo que es una distribución cuando menos poco común, las tres franjas de edad que mostraron una mayor participación fueron las de 25-29 años, 30-34 años y 35-39 años (y la de 18-24 años no les iba mucho a la zaga). En los barrios donde viven (o tratan de sobrevivir) muchos de esos jóvenes, el candidato socialista triunfó con enormes márgenes: 43 puntos en Bedford-Stuyvesant, 52 puntos en Astoria y 66 puntos en Bushwick.
Desde el escrutinio, se han sucedido sin descanso los debates sobre el perfil étnico y socioeconómico de los partidarios de Mamdani. El establishment insiste en su desahogo financiero: una forma de denunciar a los intelectualoides de izquierda y su lejanía de la realidad con la que deben convivir los más pobres, ya sean negros o miembros de minorías étnicas. Es un hecho que Mamdani no ha logrado persuadir a los votantes negros de más edad de Canarsie, y que se ha impuesto en las acaudaladas circunscripciones de Fort Greene o Clinton Hill, en las que abundan los titulados superiores y los hogares de clase media o alta. Pero su éxito entre los jóvenes trasciende las fronteras étnicas, y su éxito es aún más notable entre las minorías que entre la población blanca. Conquistó para su causa a los votantes sudasiáticos de Jamaica y Kensington, así como a los votantes chinos de Flushing y de Lower Manhattan, y también ganó en el barrio de Washington Heights, de mayoría hispana. Ahora bien, todos estos lugares —entre otros donde también se puso en cabeza— son precisamente la encarnación del Nueva York popular. Es allí donde uno se cruza con quienes sacan adelante la economía de servicios de la megápolis: cocineros, camareros, repartidores, trabajadores de la construcción o empleados de hoteles y aeropuertos, muchos de los cuales son inmigrantes o hijos de inmigrantes. Su dependencia del transporte público y la cuestión de los alquileres parecen haber sido factores determinantes del voto más poderosos que el nivel de estudios. Mamdani también se ha hecho con circunscripciones con una mayoría de población inquilina en una ciudad donde un tercio de ella dedica la mitad de su sueldo al alojamiento. Su posicionamiento ideológico en favor de los servicios públicos y de la lucha contra la carestía de la vida ha hallado eco tanto en los barrios blancos (o en proceso de gentrificación) como en los enclaves con fuerte presencia de minorías étnicas.
Los miembros de la clase dirigente nacional tienen ahora los ojos clavados en el candidato socialista. Dado que Nueva York es la ciudadela de su poder financiero y mediático, confían en valerse de él para perjudicarle. Solo en la semana que siguió a la ratificación de los resultados, el Wall Street Journal publicó diez artículos hostiles a Mamdani. Y cabe esperar más ofensivas en las que se mezcle la retórica antimusulmana de los “años Bush” (2001-2009) con resabios de macartismo y acusaciones de antisemitismo. La senadora demócrata Kirsten Gillibrand —un títere del lobby de las tabacaleras— abrió el baile explicando que no podía apoyar a Mamdani por sus “alusiones a la yihad mundial” (más adelante se disculpó). El exalcalde republicano Rudolph Giuliani propuso una táctica de ataque distinta, describiéndolo como “un cruce de comunista y extremista islámico” a quien más valía arrestar sin pensárselo dos veces si impedía la entrada en la ciudad a los agentes del ICE. Por último, ninguno de los peces gordos del partido con un pie en Nueva York —ni los dos senadores, ni la gobernadora, ni el jefe de la minoría demócrata en la Cámara de Representantes— respaldó su candidatura, como suele hacerse en casos así.
Vivienda y transportes públicos
El alcalde saliente, que no se detiene ante nada para garantizar su supervivencia política, había contemplado la posibilidad de hacer campaña bajo el eslogan “Acabar con el antisemitismo”. Pero Adams se encuentra hasta tal punto enredado en escándalos —los cargos federales en su contra por corrupción y financiación ilegal de su campaña solo se abandonaron tras llegar a un acuerdo con Trump— que supone una apuesta arriesgada para el estado mayor demócrata. En cuanto a Cuomo, que tras su estrepitosa derrota en las primarias ha decidido presentarse a las elecciones del 4 de noviembre como candidato independiente, también a él se le ha oído vanagloriarse ante un público de donantes de las calurosas relaciones que mantiene con Donald Trump (2). Por lo demás, este último actúa entre bambalinas para convencer a Adams y al candidato republicano Curtis Sliwa de que se retiren de la carrera, ofreciéndoles un jugoso puesto de embajador o una plaza en su Administración, con el fin de permitir a Cuomo acaparar todos los votos anti-Mamdani.
Durante la campaña, el socialista ha insistido en los puntos de su proyecto más susceptibles de ganarse voluntades: una red de autobuses rápida y gratuita, una congelación de los alquileres en las zonas donde están regulados, un programa piloto de cinco supermercados públicos para luchar contra los precios abusivos y las tácticas antisindicales de las grandes cadenas, guarderías gratuitas para todos y un impuesto del 2% a los ricos (por encima del millón de dólares de ingresos anuales) para financiar el grueso de estas medidas. Aunque también se ha comprometido a construir 200.000 viviendas de alquiler moderado en diez años poniendo “al sector público a los mandos”, en su mayor parte se contenta con introducir pequeños ajustes en los mecanismos existentes, como los relativos a la zonificación, a los procesos de validación, a las subvenciones o incentivos fiscales y a la normativa de construcción en los terrenos propiedad de la ciudad. De hecho, como un reflejo de los tiempos que corren, su programa propone una versión bastante tímida del socialismo. La decisión de presentarse bajo la enseña de los demócratas antes que contra ellos le obliga a contemporizar con el partido en su forma actual.
Esta relativa moderación probablemente pueda explicarse por dos grandes motivos. El primero es estratégico: es de suponer que el candidato socialista trate de retrasar toda confrontación directa con los intereses capitalistas mejor organizados y más poderosos de Nueva York: los del sector inmobiliario. El segundo es que la aplicación de su programa dependerá en gran medida de la buena voluntad de Albany. Cierto es que, con sus 115.000 millones de dólares de presupuesto, la ciudad de Nueva York es más rica que muchos de los estados del país, de modo que Mamdani podrá financiar algunas de sus medidas por sus propios medios. Pero tal vez también sea, de todas las grandes ciudades del país, aquella cuyas finanzas se ven más condicionadas por el Gobierno bajo el cual se halla. El alcalde y el Consejo Municipal solo disponen de una pequeña fracción de los ingresos generados por los impuestos. La tasa sobre bienes inmuebles, en concreto, de la que Nueva York saca un tercio de sus recursos, solo puede aumentarse aplicando una fórmula definida a escala del estado. Y la gobernadora ya ha hecho saber su oposición de entrada a los propios cimientos del proyecto de Mamdani: su impuesto a los millonarios y su aumento del impuesto sobre sociedades —por modesto que de hecho sea ese aumento tanto en uno como en otro caso—, arguyendo que Nueva York no puede permitirse dejar que se vayan aún más residentes acaudalados a Palm Beach (donde Trump tiene su residencia de Mar-a-Lago). Dicho con otras palabras: no se tocará el principal mecanismo susceptible de aplacar las reivindicaciones sociales en la “capital del capital”, conocida por la indocilidad de sus habitantes, que siempre han hecho temblar a los titanes de Wall Street en sus torres de cristal.
Para justificar esta dominación, a menudo se ha descrito esta megalópolis como una manirrota cuya sed inextinguible de garantías sociales y servicios públicos la mantiene constantemente al borde del abismo. El objetivo consiste en evitar todo resurgimiento de lo que el historiador Joshua B. Freeman identificó como “una receta de la casa de socialdemocracia gracias a la cual en Nueva York se vivía como en ninguna otra parte de Estados Unidos” a mediados del siglo XX (3). Ya que tantos problemas tienen para frenar a Mamdani, los demócratas y sus donantes tal vez hicieran mejor en esperar, es decir, en dejarle cruzar la línea de meta para después recurrir al despacho del gobernador y de la legislatura con el fin de impedirle poner en práctica sus medidas… lo que tendría la ventaja añadida de decepcionar a sus seguidores y desacreditar su proyecto de socialismo municipal.
Tales son los factores que sobrevuelan estas elecciones, al margen de lo que pueda significar en el plano nacional una victoria de Mamdani. Ahora a bien, de darse el caso, a este no le faltarían respuestas. Con la ayuda de los Socialistas Democráticos de América, puede, sobre todo, dedicarse a repolitizar las relaciones con Albany, rompiendo así con las prácticas del último medio siglo. Y ya no se tratará tan solo de formar coaliciones allá, como se ha comprometido a hacer. La adopción de una nueva normativa municipal y la convocatoria de una convención autorizada para modificar la Constitución del estado serían un complemento natural al gran proyecto urbano que tiene en mente y que Nueva York lleva esperando desde siempre.
(1) Megan Brenan, “Less than half in U.S. now sympathetic toward Israelis”, 6 de marzo de 2025, https://news.gallup.com; Steven Erlanger, “Anger over starvation in Gaza leaves Israel increasingly isolated”, The New York Times, 31 de julio de 2025.
(2) Nicholas Fandos, “At Hamptons fund-raiser, Cuomo predicts help from Trump is on the way”, The New York Times, 19 de Agosto de 2025.
(3) Joshua B. Freeman, Working-Class New York. Life and Labor since World War II, The New Press, Nueva York, 2000.
Alexander Zevin. Historiador, Universidad Municipal de Nueva York (CUNY).
Deja un comentario