Por José R. Cabañas Rodríguez (RESUMEN LATIONAMERICANO) 26 de septiembre de 2025

El secretario de Salud y Servicios Humanos, Robert F. Kennedy Jr., habla mientras el presidente Donald Trump escucha en la Casa Blanca en Washington el 22 de septiembre de 2025. Mark Schiefelbein / AP
Esta semana, quizás la noticia más destacada sobre el reality show que se está desarrollando en la Casa Blanca estuvo relacionada con el contenido del discurso del presidente estadounidense en el segmento de alto nivel de la Asamblea General de las Naciones Unidas, la avería de su teleprompter y la escalera mecánica que estaba usando para llegar a la sesión plenaria.
Un comentario hecho por Trump el lunes 22 de septiembre, en el marco de su cruzada contra las vacunas y medicamentos y su supuesto efecto en el desarrollo de ciertas enfermedades, rápidamente fue noticia.
Según varios medios de comunicación, el presidente estadounidense dijo: «…hay un rumor, y no sé si es cierto, de que Cuba no tiene Tylenol porque no tienen dinero para comprarlo. Y prácticamente no tienen autismo (…) Díganme algo».
El comentario, falto de rigor como tantos otros que hace a diario, no habría tenido trascendencia si varios periodistas interesados en conservar su trabajo en tiempos convulsos no hubieran buscado una explicación a esa frase aún más banal y no hubieran intentado crear una cortina de humo sobre los problemas reales, pero también sobre los logros de la medicina cubana.
Algunos han hecho mucho énfasis en la supuesta incapacidad del sistema de salud cubano para registrar todos los casos de autismo en el país, sin explicar que se trata de una condición difícil de diagnosticar y que requiere tiempo para establecerse, además de un alto nivel de especialización por parte de los médicos.
Ninguno de los textos publicados sobre el tema explica que en Estados Unidos no existe un sistema único de información en salud, ni existe un sistema centralizado ni una especialidad clínica sobre enfermedades humanas como sistema.
En otras palabras, las estadísticas de salud se basan en el estudio de muestras, mientras que en Cuba se basan en el estudio de toda la población . En Estados Unidos, las clínicas privadas y los servicios de salud pública operan de forma independiente y no comparten protocolos, mientras que en la isla forman parte de un sistema monolítico. Las universidades estadounidenses no gradúan especialistas en neurología interesados en las afecciones cardíacas o intestinales de sus pacientes, mientras que en Cuba, la medicina general integral que interrelaciona todas las especialidades está en expansión.
Estas diferencias, y muchas otras, han permitido que un país sin recursos y sin acceso a comprar Tylenol directamente a sus fabricantes tenga mucho más éxito a la hora de enfrentar grandes pandemias como la del COVID-19 que el país donde ahora se dice que el componente conocido como acetaminofén no es bueno para las embarazadas.
Para cualquier observador, las cifras de afectados y muertos por la pandemia en Estados Unidos fueron alarmantes, pero están muy por debajo de la realidad, precisamente por la forma inconsistente en que se abordó el fenómeno y con la diversidad de registros basados en distintos parámetros.
El sistema cubano, con sus características, ha permitido alertar sobre la prevalencia de enfermedades atípicas o con un porcentaje superior al promedio internacional, lo que ha facilitado la rápida actuación de especialistas que crearon herramientas únicas. Gracias a una de estas alertas, los expertos cubanos pudieron, sin necesidad de Tylenol ni otros recursos, crear una herramienta conocida como el Mapa Genético Nacional, que les permite conocer con años de antelación y con gran precisión las enfermedades que se desarrollarán en familias y territorios, basándose en esa información.
Y el esfuerzo no se detuvo allí. Grupos relativamente pequeños de especialistas cubanos viajaron a países hermanos como Nicaragua, Venezuela y Bolivia, realizando trabajos similares y proporcionando a sus autoridades un producto científico que ninguna empresa multinacional es capaz de fabricar.
Con muy pocas marcas estadounidenses en las etiquetas de sus medicamentos, Cuba ha invertido sus limitados recursos en medicina preventiva y ha establecido, durante décadas, una relación médico-enfermera-paciente que precede con creces al desarrollo de cualquier enfermedad. En el contexto de los ataques de Trump al fabricante de Tylenol para beneficiar a otras grandes empresas, el modelo de negocio se basa en la prevalencia de enfermedades para vender más productos y servicios, con precios que no se justifican por su eficacia ni por investigaciones previas, lo que incrementa la riqueza de los fabricantes en detrimento de las condiciones de vida de la sociedad.
Si antes de hacer semejante declaración Trump hubiera preguntado a los especialistas ahora desempleados del Centro para el Control de Enfermedades o de los Institutos Nacionales de Salud sobre las bajas tasas de diversas enfermedades en Cuba, le habrían explicado cuántas veces viajaron a La Habana para conocer los procedimientos locales y descubrir los conceptos únicos de la llamada escuela cubana de medicina.
Dicho sea de paso, estos procedimientos y conceptos no son secretos ni se utilizan con fines de lucro. Están disponibles para cualquiera que desee establecer una relación respetuosa con los especialistas locales, en igualdad de condiciones. Están disponibles para los miles de estudiantes extranjeros que han estudiado medicina en diversas facultades de la isla, en la Escuela Latinoamericana de Medicina , donde se han formado jóvenes de más de 110 nacionalidades, incluidos 245 estadounidenses. Todos los especialistas extranjeros que trabajan en las mismas áreas que los aproximadamente 30.000 expertos cubanos en salud que actualmente ofrecen su experiencia y conocimientos en el extranjero pueden acceder a estos conocimientos.
Cualquier cubano que visite Estados Unidos se sorprende por la cantidad de jóvenes estadounidenses, incluyendo aquellos de familias de ingresos medios y altos, que padecen rotación interna del complejo calcáneo-tarsiano con pie zambo y posición en varo, lo que en el lenguaje caribeño se llama simplemente zambos. La explicación es muy simple: el sistema de salud estadounidense no brinda atención masiva a los recién nacidos para detectar estas afecciones y determinar su tratamiento a una edad temprana, cuando aún hay tiempo para corregir el problema sin cirugía ni complicaciones adicionales. Tampoco es parte del derecho humano de los estadounidenses recibir la vacuna pentavalente al nacer.
El Departamento de Estado, o lo que queda intelectualmente de él, está ubicado a sólo 200 metros en Washington, DC, de la sede de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), que en 2016 reconoció a Cuba como el primer país (con o sin Tylenol) en prevenir con éxito la transmisión del VIH y la sífilis de madre a hijo.
La mayoría de los expertos que participaron en este análisis eran estadounidenses. Trump expresó su preocupación por el autismo en su país e hizo comparaciones con Cuba pocos días antes del 20.º aniversario del paso del huracán Katrina por la ciudad de Nueva Orleans, que tenía y aún tiene un alto porcentaje de población afroamericana y a la que el entonces presidente anglosajón y ario, George W. Bush, solo pudo guiar con la frase «salgan de ahí mientras puedan». ¿Cuántas vidas se podrían haber salvado entre las miles que murieron gracias a una alerta temprana? ¿Cuántas se podrían haber salvado después de la tormenta si se hubiera permitido que médicos cubanos viajaran allí para ofrecer asistencia?
Pero Estados Unidos enfrenta otras tormentas en materia de salud para las cuales no tiene soluciones inmediatas, ni siquiera mediante tratamientos costosos y equipos costosos.
Cuba, con sus propios recursos e innovación, logra prevenir el 73% de las amputaciones causadas por pie diabético. Estados Unidos no ha logrado registrar un medicamento eficaz contra esta enfermedad en los últimos 25 años.
La tasa de mortalidad materna entre la población afrodescendiente de ese país es cuatro veces mayor que en Cuba. Las mujeres embarazadas de bajos recursos acuden a dos médicos cada nueve meses: el que les informa que están embarazadas y el que asiste en el parto.
En Cuba, se realiza un seguimiento riguroso de las mujeres embarazadas antes y después del parto. El paracetamol (Tylenol cubano) suele escasear, pero tienen una mayor esperanza de vida. Cuba creó una vacuna contra el cáncer de pulmón que ha prolongado la esperanza de vida de pacientes terminales hasta el punto de que fallecen por otras afecciones.
Esa vacuna y su posible uso preventivo son la base del único acuerdo sanitario vigente entre ambos países. Es la misma vacuna (Cimavax, no Tylenol) que causó una gran impresión en la comentarista televisiva Christianne Amanpour en horario de máxima audiencia al conocer sus resultados y su potencial para limitar el impacto de la enfermedad en los estadounidenses.
Desconocemos, y no nos interesa, qué medicamentos consumen o prohíben los miembros del gabinete estadounidense, pero sería recomendable que estudiaran los efectos del donepezilo en la pérdida de memoria. Decimos esto porque, según las imágenes difundidas junto con la información sobre los comentarios de Trump sobre el Tylenol y Cuba, detrás de él estaba el secretario de Salud y Servicios Humanos, Robert Jr. Kennedy, quien conoce bien estos temas y conoce Cuba. ¿Acaso no recuerda lo que aprendió sobre la medicina cubana durante sus visitas?
José Ramón R. Cabañas Rodríguez es Director del Centro de Investigaciones sobre Políticas Internacionales (CIPI) en La Habana, Cuba.
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