Gaceta Crítica

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Feijóo, Abascal y el comodín de la «violencia política»: así funciona la estrategia ultra para criminalizar a la izquierda por la solidaridad con Palestina en España.

Víctor López (PÚBLICO), 22 de Septiembre de 2025

  • Feijóo habló directamente de «violencia política» tras las movilizaciones durante La Vuelta. Ayuso comparó las protestas a favor del pueblo palestino con la «kale borroka». Ninguno de los dos dirigentes del PP ha condenado de forma expresa los ataques contra líderes de Podemos o sedes del PSOE.
  • «La extrema derecha utiliza el concepto de violencia política de manera totalmente asimétrica, minimizando episodios como el hostigamiento en barrios migrantes y sobredimensionando cualquier acto de reivindicaciones progresistas o solidaridad internacional», explica Nuria Alabao.
  • «Las manifestaciones sociales o vecinales pueden ser tensas e incluso terminar con acciones violentas, pero no podemos caer en la hipérbole absoluta: si no existe una estrategia preconcebida y con un componente ideológico, no podemos hablar de violencia política«, afirma Joan Navarro.
Imagen de la última etapa de La Vuelta, con miles de manifestantes en una marcha contra el genocidio, la semana pasada en Madrid.
Manifestantes propalestinos en la última etapa de La Vuelta.Matías Chiofalo / Europa Press

«Es violencia política impedir que una competición deportiva termine». Feijóo calificó así lo que considera «algo inédito en un país democrático como el nuestro»: las movilizaciones contra el genocidio en Gaza que recorrieron España durante las etapas de La Vuelta. El líder de la oposición, preocupado ahora por la supuesta «violencia política» de parlamentarios y manifestantes, celebraba hace unos meses que el presidente del Gobierno no pudiera «salir a la calle». No es la única voz en Génova que se mueve en estos postulados.

Isabel Díaz Ayuso también comparó las protestas a favor del pueblo palestino con la «kale borroka«, término utilizado para referirse a la lucha callejera de la izquierda abertzale a partir de la segunda mitad de los años noventa. La dirigente popular lleva dos años agarrándose al «me gusta la fruta» para camuflar sus insultos al presidente del GobiernoNi Feijóo ni Ayuso condenaron expresamente los ataques contra las sedes de formaciones progresistas y tampoco rechazaron el acoso contra dirigentes del PSOE, Sumar o Podemos. ¿Por qué hablan ahora de violencia política? ¿Qué buscan la derecha y la extrema derecha con este relato? ¿Qué es realmente la violencia política? ¿Y quién la sufre en España? 

Pau Casanellas, profesor de Historia Contemporánea en la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), considera que existe «bastante consenso» en el ámbito académico sobre lo que puede considerarse o no como un episodio de violencia política. «La clave está en el uso deliberado, siempre deliberado, de las amenazas o la fuerza física por parte de personas, grupos o institucionesEl Estado ha sido protagonista de esta violencia de manera casi sistemática«. El problema, según los expertos consultados por Público, es que los propios líderes políticos hacen muchas veces un «mal uso» de este concepto. Lo hacen para generar confusión. «No todo es violencia políticaLas manifestaciones sociales o vecinales pueden ser tensas e incluso terminar con acciones violentas, pero no podemos caer en la hipérbole absoluta: si no existe una estrategia preconcebida y con un componente ideológico, no podemos hablar de violencia política«, explica el sociólogo Joan Navarro.

Los asesinatos de ETA o los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL) y más recientemente la represión contra el movimiento independentista y los ataques contra las sedes de partidos políticos sí serían, según las mismas fuentes, «casos más o menos intensos» de violencia política en España. La politóloga Anna López Ortega, eso sí, pide ir más allá y ampliar «un poco» la imagen: «La violencia política busca excluir al adversario de la esfera pública. La sufren muchos más actores de los que solemos pensar: no se trata solo del recuerdo del terrorismo, también del acoso de la extrema derecha a las minorías sociales, del hostigamiento a activistas feministas o colectivos vulnerables«. 

Hannah Arendt explora esta línea conceptual en su ensayo Sobre la violencia (Alianza Editorial), un texto en el que sostiene que el uso de estas estrategias en el terreno político no solo no construye poder, sino que lo destruye. Es una idea que también comparte Nuria Alabao, periodista especializada en extremas derechas y autora de Las Guerras de Género (Katakrak): «La violencia política es un término que está siempre en disputa. Los episodios más graves los veo ahora mismo en las redadas racistas y las agresiones de los grupos ultras, en las persecuciones de personas migrantes, como las que se han vivido este verano en Torre Pacheco, las agresiones en centros de menores e incluso las torturas y los malos tratos policiales. Los colectivos vulnerables son los que más sufren a día de hoy en el Estado español». 

Picos y caídas de la ‘violencia política’ en España

La violencia política en la España moderna tiene medio siglo de historia, sin contar, por supuesto, «los 140.000 asesinatos documentados durante la dictadura franquista, una de las más violentas del siglo XX en Europa«, recalca el historiador Pau Casanellas. «El Estado también fue el mayor responsable de los actos de violencia política durante el primer año y medio posterior a la muerte de Franco. La balanza cambió a partir de 1977, ahí tenemos un importante repunte que responde a la lucha armada de ETA. El terrorismo convivió, como consecuencia, con los desmanes represivos del Estado», continúa el también profesor. El «islamismo radical del 11M«, recalca Casanellas, terminó con esta cadena de asesinatos. Las víctimas mortales, eso sí, no son el único indicador para medir las idas y venidas de la violencia política en la historia reciente de España. 

Los expertos consultados por este diario aseguran que «muchas veces nos dejamos por el camino otros episodios de menor intensidad», donde «la responsabilidad vuelve a ser con frecuencia de quien tiene el poder«. La represión contra el movimiento independentista y las «torturas policiales» son algunos de los ejemplos más recientes. «El último gran pico efectivamente coincide con el procés«, insiste Casanellas. Las imágenes de los antidisturbios en los colegios electorales prueba que el fenómeno de la violencia política no ha desaparecido, sino que se ha transformado, también cuando quien adopta estas actitudes no es ninguna autoridad. «Las formas no son las de antes, pero persisten desde los márgenes, especialmente desde el extremismo de derechas, y se manifiestan en agresiones, amenazas y hostigamiento«, señala Anna López Ortega, autora de La extrema derecha en Europa (Tirant). Las fuerzas progresistas son ahora las más señaladas y violentadas, tal y como prueban las últimas agresiones denunciadas.

«Podemos es uno de los partidos que más episodios de este tipo ha sufrido en la última década. La magnitud de los escraches sin violencia que la formación empezó a organizar en su día se transformó luego en ataques con violencia y mucha agresividad contra sus dirigentes. Pablo Iglesias e Irene Montero han recibido insultos y amenazas de muerte, pintadas y concentraciones a las puertas de su propia casa. Esto es claramente violencia política«, apunta el sociólogo Joan Navarro. El PSOE tomó el relevo y está ahora en el punto de mira. Es el blanco fácil. La diana a la que apuntan los «grupúsculos» de derecha y extrema derecha. «El PP y Vox se presentan como las víctimas para justificar sus propias acciones y radicalizar a sus bases, tildan de violencia política las protestas pacíficas como las propalestinas, pero no condenan los ataques con piedras y hasta material explosivo contra las sedes del PSOE«, recuerda la profesora Anna López Ortega. 

La doble vara de medir de PP y Vox

Ferraz fue una suerte de experimento para la esfera ultra. Los simpatizantes de la derecha y la extrema derecha empezaron a concentrarse frente a la sede nacional de los socialistas dos semanas antes de la investidura de Pedro SánchezEsperanza AguirreSantiago Abascal y Javier Ortega Smith han participado en algunas de las convocatorias. La seguridad impidió actos vandálicos de mayor alcance. El eco de los populares y de Vox en el Congreso, sin embargo, legitimó las acciones de los manifestantes y rápidamente las extendió por el mapa de todo el país. Las protestas iniciales pronto se transformaron en pintadas, ataques e incluso explosiones. «Tenemos contabilizados 249 ataques contra sedes o casas del pueblo del partido desde 2023, pero seguramente sean más, porque en los pueblos pequeños muchas veces ni se denuncian [estos episodios]. Feijóo y la dirección nacional del PP no han condenado nunca la violencia sufrida por el PSOE», reconocen a Público fuentes de Ferraz.

¿Esto es violencia política? Los expertos aseguran que sí, aunque no alcance la «intensidad» de un asesinato o una paliza. Feijóo, en cambio, no lo engloba en este paraguas, al menos públicamente, cosa que sí hace con las movilizaciones a favor del pueblo palestino. «La extrema derecha utiliza el concepto de violencia política de manera totalmente asimétrica, minimizando episodios como los ataques contra sedes de otros partidos o el hostigamiento en barrios migrantes, mientras sobredimensiona cualquier acto de reivindicaciones progresistas o solidaridad internacional. Lo que pasó con La Vuelta tiene un objetivo muy evidente: criminalizar la movilización social y deslegitimar tanto las protestas y el marco de oposición al genocidio como la credibilidad del propio Gobierno», explica Nuria Alabao. Es importante recordar que Pedro Sánchez animó a la población a participar en las movilizaciones contra la masacre indiscriminada de civiles en la Franja de Gaza.  

Podemos, Sumar, Compromís, BNG o Izquierda Unida también han confirmado a Público haber sufrido ataques contra sus sedes o representantes en los dos últimos años, es decir, después de la investidura del Gobierno. La oposición a los pactos que hicieron presidente a Sánchez la han liderado tanto en Madrid como a nivel territorial los populares y Vox. «Esta legitimación es clave. La retórica política no son simples palabras, sino herramientas de reclutamiento, estrategias de movilización y armas autoritarias», subraya Anna López Ortega. La violencia física se suma a un aluvión de insultos y ataques verbales que busca, precisamente, traer de nuevo al debate «una de las épocas de mayor brutalidad» de la democracia: la del terrorismo de ETA

Vox acusó al PSOE de «pactar con los terroristas» por negociar tanto la investidura como distintas propuestas con los diputados de EH Bildu. La izquierda abertzale, no obstante,condenó en distintas ocasiones la violencia de ETA y aseguró recientemente que el «dolor» de las víctimas «nunca debió de haberse producido». La derecha y la extrema derecha lo pasaron por alto, prefieren seguir exprimiendo el relato contrario. Miguel Tellado llevó a la tribuna del Congreso fotografías de varios militantes socialistas asesinados por el grupo armado en octubre del año pasado. Y el PP de Madrid calificó de «kale borroka» las protestas contra el genocidio del último fin de semana. ¿Qué busca la oposición con este tipo de discursos?

«La derecha y la extrema derecha necesitan generar miedo en la población. Miedo y desconfianza. Esto es lo que buscan al hablar todo el rato de ETA: recrear en la mente de los españoles muchos de los capítulos más tristes y violentos de los últimos años para desestabilizar al Gobierno. Lo hacen porque funciona entre su electorado», matiza Joan Navarro. El sociólogo considera que los populares tienen una «doble vara de medir» y no hablan de «violencia política» cuando son ellos quienes «calientan las calles», una máxima que sirve para las protestas contra las sedes del PSOE, pero también para «las manifestaciones de los agricultores» que desembocaron frente al Congreso, donde la oposición tuvo un papel cuando menos activo. Las fuentes consultadas por Público, preguntadas por esta ambigüedad respecto al uso como concepto de la violencia política,tienen clara la estrategia de las fuerzas conservadoras: «Lo que consiguen es desviar la atención de la violencia real que practica la ultraderecha contra periodistas, activistas y políticos y encuadrar la conversación en un pasado que pueden utilizar políticamente«. 

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