14 de Noviembre de 2024. Publicado originalmente en inglés en MONTHLY REVIEW (NEW YORK). Difundido en castellano por Gaceta Crítica.
Mateo Crossa es profesor investigador del Instituto Mora, Ciudad de México.Rob Larson

Una de las grandes hazañas de Karl Marx fue demostrar que, bajo el dominio dominante del capital, la vitalidad social se separa de la necesidad humana y queda engullida por el universo de lo cuantificable. La subordinación del metabolismo social al ansia insaciable de mayores beneficios convierte la vida del planeta entero en un sinfín de elementos llevados al circo de lo mensurable y apropiable. Cuando el trabajo humano dejó de depender intrínsecamente de las necesidades humanas y se convirtió en un valor cuantificado e intercambiable, el robo del tiempo se convirtió en el combustible que impulsaba todos los aspectos de la reproducción social. La implementación del modo de producción capitalista exigió desposeer del carácter subjetivo de la vida humana y convertirla en un número, el sonido del tictac del reloj, un punto de datos despojado.
Hoy, en la era de las tecnologías de la información, el despotismo de lo cuantificable adquiere una nueva dimensión que podríamos llamar “despotismo de bits”. Más de un siglo y medio después de que Marx escribiera El Capital , donde mostraba cómo el cuerpo humano se convierte en un punto de datos cronometrado y un apéndice del triturado de la Gran Maquinaria durante la jornada laboral, nos encontramos en medio de una profunda revolución tecnocientífica supervisada por la codicia imparable de los grandes monopolios tecnológicos que extienden sus tentáculos a todos los rincones del planeta, engullendo la subjetividad de la vida humana y procesándola en forma de datos, probabilidad y estadísticas: bits. La “inteligencia” ya no se refiere a la creatividad social humana, sino al procesamiento acelerado de datos que pasan por filtros y algoritmos, y que finalmente se convierten en un recurso primario para los enormes monopolios capitalistas que están de pie en el escenario ante el aplauso del público, anunciados como grandes motores de la ciencia y la tecnología: el futuro.Este artículo se publicará íntegramente en línea el 25 de noviembre de 2023.
El libro de Rob Larson, Bit Tyrants: The Political Economy of Silicon Valley , nos sitúa tras el telón de este circo y nos lleva a los camerinos de los grandes barones de la tecnología establecidos y arraigados en Silicon Valley, que hoy se jactan de impulsar el progreso del siglo XXI. Siguiendo las brillantes lecciones heredadas de Charles Wright Mills, quien desenmascaró a la élite del poder de mediados del siglo XX, Rob Larson desvela los intereses entrelazados que hoy conectan a los monopolios de la tecnología de bits con el aparato político y militar estadounidense, que se extiende por todo el mundo mediante la fuerza y la coerción.
Desde una perspectiva crítica y bien documentada, Larson nos lleva a recorrer las raíces del “Quinteto Monopólico” (Microsoft, Google [Alphabet], Facebook [Meta], Amazon y Apple) para desafiar el “cuento de hadas tecnológico popular” basado en la supuesta astucia de sus figuras prominentes –siempre blancas y masculinas–, mostrando que a través de mecanismos de efecto red, este grupo monopolista ha generado un control estrechamente encadenado sobre diferentes áreas de las industrias de las comunicaciones y las tecnologías de la información. El encadenamiento “invisible” de millones de personas al uso de unas pocas plataformas crea un efecto de encierro monopolístico que erige barreras protectoras monumentalmente altas, haciendo prácticamente imposible la competencia en este campo.
Este nivel de monopolio guarda similitudes con el poder económico que el control de las líneas ferroviarias otorgaba a los barones ladrones como los Vanderbilt y Jay Gould durante la Edad Dorada. En aquellos años, “los ferrocarriles eran el sistema circulatorio de la revolución industrial” y su control garantizaba la supervisión de los recursos naturales, la fuerza de trabajo y la circulación de mercancías (6). Durante esos años, los beneficios estaban asegurados para estos grandes capitalistas mediante la monopolización del sistema de transporte, lo que les permitía acceder a la condición sine qua non del capitalismo: el flujo y movimiento de capital a través de las mercancías.
Los barones ladrones tecnoinformativos de nuestra era sostienen su control monopolístico manteniendo un acceso cerrado e impenetrable a la información a través de efectos de red y la propiedad de activos intangibles a través de patentes. Estas grandes corporaciones de los sectores de la información y las comunicaciones surgen como sanguijuelas adheridas a personas “conectadas a la red”, chupando cada nanómetro de información para alimentar algoritmos. Esta inmensa cantidad de información apropiada alimenta la inteligencia artificial que ahora se destaca como sin precedentes, el mayor mecanismo de robo de conocimiento en la historia de la humanidad. La inteligencia artificial celebrada hoy con gran fanfarria por las narrativas de los poderosos sería inconcebible sin el saqueo monumental del conocimiento apropiado por los tiranos de bits en todo el mundo.
Como describe elocuentemente Larson, siguiendo las lecciones de Mariana Mazzucato, esta tiranía monopolista en el reino de los bits no se consolidó por sí sola. Mientras que el discurso dominante anclado en ideologías de logros personales retrata a Bill Gates, Mark Zuckerberg, Steve Jobs, Jeff Bezos y Larry Page como hombres creativos ejemplares que ahora son dueños de los conglomerados más ricos del mundo debido a sus tremendos esfuerzos personales, Larson es notablemente claro al demostrar las conexiones profundamente entrelazadas que estas corporaciones tienen con el aparato militar y la proyección beligerante del imperialismo estadounidense en todo el mundo, desde la Guerra Fría hasta la actualidad. Como revela claramente Bit Tyrants , los nombres y las sonrisas de los pocos afortunados que caminan por las alfombras rojas llevan la sombra y el aliento del Pentágono detrás de ellos. Así, en esta búsqueda por comprender los orígenes de los Bit Tyrants, Larsen explica que no solo los monopolios privados ejercidos por estas corporaciones sobre estas tecnologías son socialmente insostenibles, sino que los avances tecnológicos no se originaron en estas empresas en primer lugar. El entrelazamiento del poder político, militar y corporativo de los datos hace de estos tiranos una fuerza imparable en el ámbito jurídico. Las leyes antimonopolio parecen risibles ante la apropiación cada vez más despiadada de beneficios extraordinarios y el control monopolístico sobre toda la información depositada en la red. Sumida en lo que Thorstein Veblen llamaría “barbarie depredadora”, esta clase ociosa del siglo XXI basa su riqueza en enormes cadenas globales de explotación y apropiación privada de datos, que operan sobre el escenario de las leyes, con enormes tropas de siniestros abogados y lobistas empleados para evadir cualquier amenaza a su riqueza. Tanto conservadores como liberales en Estados Unidos se inclinan ante su reinado, besan sus manos y aseguran en cada contienda electoral las mejores condiciones para perpetuar la acumulación capitalista. En lugar de perseguir una política de bienestar social, cada candidato –sin importar si es republicano o demócrata– hace esfuerzos monumentales para ganarse una sonrisa de lo más deliciosa de estos barones capitalistas del siglo XXI, ya que eso define quién puede disfrutar del jardín de rosas de la Casa Blanca.
La vocación monopolista de estos grandes tiranos se evidencia en diversos rincones del mundo, donde han operado a la sombra del lobby político. En la periferia, operan sin pudor y sin límites. En Europa, han logrado evadir estrictas políticas antimonopolio, mientras que en China, buscan obstaculizar el crecimiento exponencial de las corporaciones tecnológicas chinas mediante guerras comerciales que pretenden limitar a toda costa su entrada al mercado global. El mundo se lo disputan los magnates de los bits en pos del control sobre el tiempo, la información y los datos.
Ante este mundo predominante controlado por los tiranos de los bits, Larson llama a la urgente necesidad de revertir y derrocar esta jerarquía. La posibilidad de siquiera concebir una metamorfosis socialista poscapitalista, como él sugiere, requiere derribar los muros del control privado sobre la información y el conocimiento. Requiere contemplar la socialización de las necesidades humanas como la base fundamental para gobernar la recopilación y el uso de la información. Requiere liberar a las personas de las cadenas del control depredador y monopolista que estos gigantes de la tecnología mantienen y refuerzan en todo el mundo (251-53). Por lo tanto, Larson nos insta a “reconocer un socialismo en línea como una prioridad principal para el cambio radical, reemplazando el poder ejercido por el sector tecnológico con un control democrático sobre las plataformas de Internet… donde los trabajadores que las mantienen y los usuarios que las hacen divertidas deciden cómo operarán”. (Yo también diría que esta afirmación se aplica al socialismo fuera de línea ).
Mientras no se produzca un cambio, la creatividad siga sometida al imperativo cuantificable y mercantilizable de la acumulación, los algoritmos se guíen bajo la tutela de los monopolios y la ciencia y la tecnología sigan sujetas y subsumidas a la lógica del lucro mientras las rentas tecnológicas por el control de los bits dicten el movimiento y la codicia insaciable de los monopolios en la economía global, seguiremos viviendo en lo que Marx concibió como “prehistoria”. Larson nos llama a liberarnos del imperativo del valor de cambio y a colocar la subjetividad humana y el valor de uso en el centro del desarrollo tecnológico. Esto no debe hacerse a través de disfraces legales débiles y pragmáticos que solo han legitimado y alimentado el dominio del capital monopolista, sino a través de una profunda subversión social que coloque la vitalidad de la condición humana en el centro, contra el Thanatos capitalista
MONTHLY REVIEW. 2024 , Volumen 76, Número 06 (Noviembre 2024)
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