Gaceta Crítica

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La lucha del imperialismo por la expansión

Por Prabhat Patnaik, 13 de octubre de 2024. Publicado en Peoples Democracy – La India –

Lenin había escrito en El imperialismo que la “inevitable aspiración del capital financiero es la de ampliar sus esferas de influencia e incluso su territorio real”. Por supuesto, escribía en un mundo marcado por la rivalidad interimperialista, donde esta aspiración tomó la forma de una lucha competitiva entre capitales financieros rivales que rápidamente completó la repartición del mundo, sin dejar “espacios vacíos”; a partir de entonces sólo fue posible una repartición del mundo mediante guerras entre oligarquías financieras rivales. Sin embargo, las guerras que realmente se desencadenaron llevaron a un debilitamiento del imperialismo y a la separación de partes del mundo de su hegemonía, mediante revoluciones socialistas y el proceso de descolonización que el socialismo ayudó a iniciar.

El desarrollo ulterior de la centralización del capital, que ha llevado a su consolidación, ha acallado por una parte la rivalidad interimperialista, puesto que el capital quiere ahora el mundo entero, no dividido en esferas de influencia de potencias rivales, como dominio de su libre movimiento; por otra parte, ha llevado también a un intento por parte del imperialismo ahora unificado de reafirmar su hegemonía sobre los territorios que se habían separado de él anteriormente. Las dos armas que el imperialismo utiliza para este último objetivo son: la imposición de un orden neoliberal en el mundo que anule en esencia los efectos de la descolonización, y el desencadenamiento de guerras cuando la primera arma por sí sola no basta para su propósito.

El régimen neoliberal ha significado un debilitamiento de la clase obrera en todas partes. En los países avanzados ha puesto ante los trabajadores la amenaza de una deslocalización a países del tercer mundo con salarios más bajos y con enormes reservas de mano de obra, por lo que sus salarios se han estancado. En los países del tercer mundo, esa deslocalización no ha reducido el tamaño relativo de las reservas de mano de obra, por lo que los salarios reales también se han estancado allí. Así, mientras que el vector de los salarios reales en todo el mundo se ha estancado, la productividad laboral ha aumentado en todas partes (que, después de todo, es la razón por la que el tamaño relativo de las reservas de mano de obra del tercer mundo no disminuye), lo que ha provocado un aumento de la proporción del excedente económico tanto para la economía mundial en su conjunto como para los países individuales. Esto no sólo ha provocado un marcado aumento de la desigualdad económica (y en gran parte del tercer mundo incluso un aumento de la proporción de la población que sufre privaciones nutricionales absolutas ), sino precisamente por esa razón una tendencia a la sobreproducción (ya que los trabajadores consumen una proporción mayor de sus ingresos que los que viven del excedente).

El remedio keynesiano estándar para la sobreproducción, es decir, un mayor gasto público, no funciona en el régimen neoliberal, ya que las dos formas posibles en que se debe financiar ese gasto para impulsar la demanda agregada, a saber, un mayor déficit fiscal o una mayor tributación a los ricos, están descartadas en este régimen. Ambas son anatema para el capital financiero y el Estado-nación enfrentado al capital financiero globalizado que puede abandonar sus costas en un abrir y cerrar de ojos, debe doblegarse a los caprichos de ese capital financiero.

Con esta tendencia a la sobreproducción, inmanente en el capitalismo neoliberal, que empuja a la economía mundial hacia el estancamiento, se ha producido un auge del neofascismo, en el que el capital corporativo tiende a aliarse con elementos neofascistas que ofrecen un discurso de distracción. Este discurso no se preocupa por las condiciones materiales de vida, sino por generar odio contra alguna minoría religiosa o étnica desventurada que se presenta como la “otra”. Los elementos neofascistas han tomado el poder en algunos países y esperan entre bastidores en otros, aunque el camino desde su toma del poder dentro de una democracia liberal hasta la construcción de un Estado fascista sigue siendo más o menos prolongado. Pero incluso el hecho de que los elementos neofascistas estén en el poder dentro de un país no supera esta tendencia a la sobreproducción: como el Estado sigue siendo un Estado-nación que se enfrenta a unas finanzas globalmente móviles, su incapacidad, incluso bajo un gobierno neofascista, para aumentar la demanda agregada mediante el gasto público financiado ya sea por un mayor déficit fiscal o por impuestos a los ricos, sigue siendo la misma de antes.

Cabe preguntarse: ¿por qué la culpa de esta incapacidad del Estado-nación para contrarrestar la tendencia al estancamiento y, por ende, el ascenso del neofascismo, debe atribuirse al imperialismo? La respuesta es sencilla: cualquier intento de cualquier nación de desvincularse del torbellino de las finanzas globales y utilizar el Estado para impulsar la demanda se enfrentaría a la imposición de sanciones económicas por parte de la falange de Estados imperialistas, encabezada por Estados Unidos. La primera arma utilizada por el imperialismo para reafirmar su hegemonía, en resumen, conduce a una miseria aguda para los pueblos de todas partes y a un desenlace neofascista.

La segunda forma de reafirmar su hegemonía sobre partes del mundo que se habían separado, que es a través de las guerras, está ahora empujando al mundo hacia una catástrofe. Las dos guerras que están ocurriendo en la actualidad son promovidas y sostenidas por el imperialismo y tienen el potencial de escalar hasta enfrentamientos nucleares. Tomemos primero la guerra de Ucrania. Cuando la Unión Soviética se derrumbó, a Mijail Gorbachov se le dio la seguridad de que no habría expansión de la OTAN hacia el este. Pero la OTAN se expandió hacia el este hasta Ucrania. Ucrania misma no quería unirse a la OTAN; su presidente electo debidamente, Viktor Yanukovich, que se oponía a cualquier idea de ese tipo, fue derrocado en un golpe de Estado, orquestado bajo la supervisión de la funcionaria estadounidense Victoria Nuland, que llevó al gobierno a partidarios de Stepan Bandera que habían colaborado con las tropas de Hitler durante la Segunda Guerra Mundial. El nuevo gobierno no sólo expresó su deseo de unirse a la OTAN, sino que también inició un conflicto con la región de habla rusa del Donbas que se cobró miles de vidas antes de que Rusia interviniera.

En este sentido, planteemos la pregunta que constituye una prueba de fuego en estos asuntos: ¿quién está a favor de un acuerdo de paz en el conflicto de Ucrania y quién se opone a él? El acuerdo de Minsk, al que se había llegado con la ayuda de Francia y Alemania, fue torpedeado por Estados Unidos y Gran Bretaña, y el primer ministro británico, Boris Johnson, llegó incluso a viajar a Kiev para disuadir a Ucrania de aceptarlo. Y para que no se piense que las distintas potencias imperialistas hablaban con voces diferentes, Angela Merkel, la canciller alemana de entonces, ha admitido ahora que el acuerdo de Minsk era una artimaña para ganar tiempo a Ucrania hasta que estuviera preparada para la guerra. Lo que sin duda destaca es que la guerra en Ucrania es básicamente un medio para someter a Rusia a la hegemonía del imperialismo, que había sido el proyecto imperialista tras el colapso de la Unión Soviética y que casi se llevó a cabo bajo la presidencia de Boris Yeltsin.

Ahora, pensemos en la otra guerra, desatada con asombrosa brutalidad y crueldad por Israel contra el pueblo palestino y ahora contra el Líbano. El respaldo total a Israel por parte del imperialismo estadounidense parece, a primera vista, un reflejo de la fuerza del lobby sionista en la política estadounidense, más que de planes imperialistas en sí. Sin embargo, esta impresión es errónea. El imperialismo no sólo es cómplice del “colonialismo de asentamiento” israelí, para cuya promoción Israel está llevando a cabo un genocidio hoy y preparándose para una limpieza étnica masiva mañana; su proyecto es controlar toda la región a través de Israel. .

Una vez más, la prueba de fuego es: ¿quién se interpone en el camino de la paz hoy en día? Estados Unidos, acepta formalmente una solución de “dos Estados”, pero cada vez que se ha presentado en la Asamblea General la propuesta de aceptar a Palestina como el 194º Estado miembro de las Naciones Unidas, lo que sería el primer paso hacia la aplicación de la solución de “dos Estados”, Estados Unidos ha votado en contra; es evidente que vetaría una medida de ese tipo en el Consejo de Seguridad. Su apoyo a una auténtica solución de “dos Estados” es, por tanto, una farsa. Es más, cada vez que se llega a un punto crítico en las negociaciones de tregua entre Israel y sus oponentes, ya sea Ismael Hanieh o Hassan Nasrallah, estos dirigentes son asesinados por Israel. En resumen, las negociaciones de tregua son una farsa en lo que respecta a Israel; y el imperialismo estadounidense es claramente cómplice de esta farsa. El propio colonialismo de asentamiento de Israel encaja con el papel que le ha asignado el imperialismo estadounidense, el de gendarme local del imperialismo. Y a medida que la guerra se intensifica, el peligro de una confrontación nuclear crece cada día más.

He mencionado que la imposición de un orden económico neoliberal y la participación en guerras fueron las dos armas utilizadas por el imperialismo ahora unificado para reafirmar su hegemonía. Pero si una conduce al neofascismo, la otra empuja a la humanidad hacia la catástrofe.

Prabhat Patnaik es un economista político y comentarista político indio. Entre sus libros se incluyen  Accumulation and Stability Under Capitalism (1997),  The Value of Money (2009) y  Re-envisioning Socialism (2011).

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