Tariq Ali (New Left Review), 6 de Octubre de 2024
Para matar a Hassan Nasrallah, uno de los líderes más populares de la resistencia (y no sólo entre los chiítas), las FDI tuvieron que destruir varios edificios, lanzar ataques terroristas a través de dispositivos de mensajería y, una vez más, matar a cientos de inocentes, arrojando al menos quince bombas de 2.000 libras de fabricación estadounidense. Netanyahu dio la orden de inmolar los edificios del sur de Beirut mientras estaba en Estados Unidos para dirigirse a la Asamblea General de la ONU. Sólo para restregarlo en la cara. La verdadera «relación especial» es sagrada y eterna. Nasrallah no descansará en paz.
Como ya sabemos, ni a Genocida Joe y a sus líderes de pandilla en Occidente ni a los hombres clave en el mundo árabe que lo apoyan les importa un bledo cuántos árabes mueren o en qué país. Irak, Libia, Siria, Yemen: Estados Unidos y sus delegados los han regado con sangre. La actitud fue resumida por la entonces Secretaria de Estado Hillary Clinton después de que Gadafi fuera linchado y la nación fuera entregada de facto a facciones yihadistas: «Llegamos, vimos, murió». Las guerras posteriores al 11 de septiembre aclimataron a muchos ciudadanos occidentales y a los políticos que eligieron a esa tortura y asesinatos rutinarios. El genocidio israelí en Gaza hizo el resto. Los ministros del gabinete israelí, exultantes, vitorearon cada atrocidad y pidieron más. Las cadenas de televisión israelíes transmitieron imágenes de mujeres sionistas comunes gritando que sus hijos eran superiores a sus equivalentes «árabes inmundos», que sólo merecían la muerte. Los establecimientos políticos y culturales que toleran los campos de exterminio en Palestina ahora considerarán el asesinato de Nasrallah como un triunfo y los «daños colaterales» –700 muertos por ataques aéreos y más de 50 por ataques con buscapersonas y walkie-talkies, además de miles de heridos– como necesarios.
Tanto sus partidarios como sus enemigos reconocen que Nasrallah era un estratega y táctico extremadamente astuto. En una ocasión, hablando con Noam Chomsky en Santa Fe, éste confesó que los dos líderes políticos más inteligentes que había conocido eran Hugo Chávez y Hassan Nasrallah, pero no podía decirlo en público. Ambos están muertos, así que puedo decirlo por él. Yo nunca conocí a Nasrallah, pero a Chomsky le sorprendió lo bien informado que estaba sobre Israel, los Estados Unidos y sus aduladores en el mundo árabe.
Los comentaristas de la corriente dominante se preguntan si es «irreemplazable». El modelo exacto -un militante de clase obrera autodidacta, radicalizado en la adolescencia por la revolución iraní, el líder de las milicias que expulsaron a Israel del Líbano para deleite del mundo árabe- es difícil de recrear. Sus emisiones eran una combinación fascinante de árabe clásico, análisis incisivo y acuñaciones psicológicamente agudas y terrenales de la calle libanesa. Pocos podían igualarlos. Sin embargo, hay varios sustitutos disponibles. Nasrallah era muy consciente de su destino. El ejército israelí y el Mossad habían estado tratando de liquidarlo durante décadas. Él personalmente supervisó el entrenamiento político, educativo y militar de varios cientos de cuadros. Los ataques regulares de Israel a los líderes de Hamás no eliminaron a la organización como fuerza militar, como lo demostró de manera letal el 7 de octubre. A pesar de la pérdida de su líder, Hezbolá encontrará uno nuevo. Nadie es irreemplazable.
¿Irán hará la guerra a Israel? Es difícil de predecir. Los dirigentes iraníes son perfectamente conscientes de que eso es lo que Israel está tratando de provocar, pero las relaciones entre Irán y Estados Unidos tienen una lógica diferente. Los clérigos de Teherán apoyaron la guerra de Irak y la intervención de Estados Unidos en Afganistán, con la esperanza de que esos actos de buena voluntad recibieran una respuesta amistosa. Tal vez Obama volaría a Teherán como Nixon lo hizo una vez a Pekín para hacer la paz y firmar un tratado. El lobby israelí en Estados Unidos acabó con esa idea. Y los dirigentes iraníes, nacionalistas sobre todo, que habían hecho tantos esfuerzos, quedaron abandonados a su suerte. Parece poco probable que lancen un ataque total. Sin embargo, Israel sabe que la República Islámica está a la defensiva y casi con toda seguridad aprovechará la oportunidad para asestarle más golpes.
¿Se dedicará Hezbolá a matar por venganza? Es muy posible, pero ellos elegirán el momento y el lugar que les plazca. Netanyahu sigue siendo muy popular en su propio país y muchos israelíes no verían con buenos ojos que lo mataran. Pero la máscara ya no existe. Gaza ha presenciado el colapso del derecho internacional, de las normas de derechos humanos y de los tribunales establecidos por la «comunidad internacional» en el pasado. Si los dirigentes estadounidenses se niegan a llamar la atención a los israelíes, ¿quién podrá hacerlo? Nasrallah comprendía a Israel mejor que la mayoría. Su sucesor tendrá que aprender rápido. El filósofo alemán del siglo XIX Bruno Bauer escribió una vez que «sólo quien conoce a su presa mejor que ella misma puede derrotarla». A eso se puede añadir una advertencia: el ojo por ojo puede dejar ciego al mundo, el elixir de la venganza puede envenenar la mente. La resistencia debe reflexionar cuidadosamente antes de su próximo ataque.
GACETA CRÍTICA, 6 DE OCTUBRE DE 2024
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