Durante mucho tiempo, los grandes partidos europeos trazaron un cordón sanitario en torno a la extrema derecha, pero, a medida que esta crecía, la barrera se iba disolviendo. Las ideas xenófobas y autoritarias se han convertido en el terreno común de un grupo político cada vez más imponente. ¿Dominarán pronto las extremas derechas sin fronteras el panorama político de la Unión Europea?
por Grégory Rzepski, junio de 2024

Parece ser cosa sabida: por lo visto, Europa se escora hacia la extrema derecha. Esta última ya está integrada en los Gobiernos italiano, húngaro, croata y, muy pronto, neerlandés. También forma parte de la coalición mayoritaria en Suecia y Finlandia, Eslovaquia y Letonia. E irrumpe en otras partes, como en Portugal en las elecciones del pasado marzo. El semanario británico The Economist observa que “más del 20% de los votantes en 15 de los 27 Estados miembros de la Unión Europea, entre ellos, todos los países grandes salvo España” manifiestan su simpatía por los partidos de la “derecha dura” (1). En otros artículos, esta será calificada de “populista”, “iliberal”, “nativista”, “nacionalista”… desde luego, resulta difícil nombrarla, hablar de ella. Tal vez porque, a primera vista, engloba un poco de todo.
Los españoles de Vox o los portugueses de Chega abrazan el neoliberalismo, mientras que el partido sueco Demócratas de Suecia o el finlandés Verdaderos Finlandeses añoran el Estado del bienestar. De 2015 a 2023, Ley y Justicia (PiS) atentó contra las libertades de los polacos, pero también revalorizó las pensiones más bajas, cosa que le reprocha Confederación Libertad e Independencia, situado aún más a su derecha. Esta última, que cuenta con representación en el Parlamento polaco desde 2019, apenas trata de ocultar un antisemitismo contra el cual se manifestaron en París los dirigentes del francés Reagrupación Nacional (RN). El pasado marzo, el presidente ucraniano Volodímir Zelenski dio las gracias en Roma a la presidenta del Consejo de Ministros italiano, Giorgia Meloni, por su apoyo. Por su parte, el Partido Nacional Eslovaco (SNS) y el húngaro Fidesz critican la ayuda militar a Ucrania, al igual que el partido Liga, de Matteo Salvini. De hecho, en Italia, Polonia o Francia, la amplitud del espacio que queda a la derecha de la derecha estimula la aparición de una oferta plural.
A escala continental, el muestrario de formaciones nacional-populistas, neofascistas o conservadoras tiene su origen, ante todo, en la historia, la geografía, la posición del país en la división internacional del trabajo o el lugar que se concede a las mujeres o a la familia tradicional. Alternativa para Alemania (AfD) reprocha a las alemanas que abortan demasiado, en consonancia con el partido de Meloni, Hermanos de Italia, pero contrariamente a una RN favorable a la interrupción voluntaria del embarazo.
Y mientras que Meloni se opone a la inscripción en el registro civil de los hijos de parejas del mismo sexo, la líder de RN, Marine Le Pen, ha acabado por aceptar el matrimonio igualitario. Por lo que respecta al neerlandés Geert Wilders, nunca ha abandonado la causa gay. Este compromiso del presidente del neerlandés Partido por la Libertad (PVV) se vincula con su odio feroz contra los musulmanes, a los que juzga intolerantes. Aunque no siempre muestren igual grado de islamofobia, les demás dirigentes europeos de la misma tendencia rechazan el islam y a los inmigrantes. Al margen de sus divergencias –o de sus matices– no cabe duda de que todos ellos comparten una línea de pensamiento (defender el Occidente auténtico) y una estrategia (crear un nuevo bloque mayoritario con una derecha a la que, con el tiempo, confían en arrebatar dirigentes, militantes y votantes). El caso es que los tiempos más recientes se han caracterizado por la radicalización de sectores enteros del centro, del liberalismo político, la democracia cristiana o el conservadurismo. Es en este sentido en el que deben analizarse las afirmaciones formuladas por unos analistas políticos presos del pánico: ¿es realmente toda Europa la que se está escorando hacia la extrema derecha? ¿No será más bien la derecha europea la que se está incorporando a la extrema derecha o la que se está radicalizando con vistas a una alianza?
Examinar esta convergencia requiere remontarse a principios de la década de 2010. Por aquel entonces, las derechas radicales ya se concertaban sobre el rechazo a la inmigración, pero divergían en cuanto a su relación con la integración europea. En unas circunstancias señaladas por la crisis de deuda soberana, los nacionalistas del sur del continente se oponían a la austeridad impuesta por Berlín y Bruselas, como hacía la Liga italiana, por ejemplo, o el partido Griegos Independientes, que apoyaba a la izquierda radical que ocupaba el poder en Atenas… y de cuyos triunfos electorales el Frente Nacional (FN) francés aseguraba congratularse. Por el contrario, en Alemania, el AfD se pronunciaba contra los planes de protección de Grecia y abogaba por su salida del euro. En cuanto a los Gobiernos polaco, eslovaco o checo, todavía en manos de liberales moderados, apoyaban la disciplina presupuestaria que Berlín –su principal socio comercial– imponía a Atenas.
Todo cambió en el año 2015, solo que en dos fases. El 20 de agosto, pese al rechazo del chantaje de Bruselas expresado en el referéndum griego del 5 de julio, el Gobierno de Alexis Tsipras renunció a enfrentarse a la Comisión Europea (2). Los adversarios del proyecto federalista experimentaron su impotencia a la hora de hacerle frente y, aun en mayor medida, las dificultades de emanciparse de ella. No obstante, los situados más a la derecha pronto encontrarían un nuevo campo de batalla, y lo hicieron gracias a Angela Merkel. El 31 de agosto, la canciller decidió abrir sus fronteras a cerca de un millón de refugiados sirios antes de que el Consejo Europeo adoptara medidas para reubicar a 160.000 más en varios Estados miembros. Las anteriores decisiones suscitaron la ira de polacos y húngaros. Consideraban que, para hacer frente a la escasez de mano de obra en Alemania, la Unión Europea no solo había renunciado a protegerlos de una invasión musulmana, sino que encima les sermoneaba (3). En octubre de 2015, el PiS obtuvo la mayoría absoluta en el Parlamento polaco. En octubre de 2017, cuatro meses después de que la Comisión Europea incoara un procedimiento para obligar a Budapest, Praga y Varsovia a aceptar sus cuotas de acogida, el partido checo Libertad y Democracia Directa (SPF) logró entrar en el Parlamento tras las elecciones legislativas de ese año. Más adelante, en abril de 2018, Fidesz consiguió 133 escaños de los 199 de los que consta el Parlamento húngaro.
En las regionales de 2015, la coincidencia de la llegada de refugiados sirios al Viejo Continente y los atentados islamistas de enero y noviembre en la región parisina favoreció que cerca de siete millones de franceses votaran al FN de Le Pen: tres veces más que los votos obtenidos en el mismo escrutinio en 2010. El Partido Popular Danés (DF) acabó segundo en las elecciones parlamentarias de su país en 2015. Y el partido Vlaams Belang volvió al primer plano de la escena política belga en las elecciones comunales de 2018. Pero, en los años siguientes, las derechas radicales de los países occidentales emprendieron, sobre todo, un ajuste estratégico. Unos tras otros, fueron haciendo suyo el contramodelo de la “Europa de las naciones” del Fidesz y el PiS. Desde entonces, Marine Le Pen y Meloni han declarado conformarse con una simple zona de libre comercio entre Estados soberanos. Tanto más por cuanto, tras el laborioso proceso del Brexit, no han vuelto a sentir la necesidad de abandonar una comunidad que –gracias, entre otros, a Viktor Orbán– tiende a convertirse en un palenque de debates culturales o identitarios acerca de temas como la inmigración o la seguridad.
Cierto es que la llegada a Europa de millones de refugiados ucranianos no volvió a encender las controversias sobre el “gran reemplazo”, pero la guerra que había hecho huir a esas familias blancas y, sobre todo, cristianas, supuso un encarecimiento del precio de las materias primas y un agravamiento de la inflación. Desde 2022, la extrema derecha ha logrado –un poco por todas partes– desviar el enfado producto del aumento del precio del carburante o de la calefacción hacia la ecología y quienes la defienden. Basta de “propaganda climática [que dice] qué hacer y qué comer”, de “perroflautas” que arrojan “salsa de tomate a La Gioconda”: así se exasperaba el pasado marzo el líder del partido francés de extrema derecha Reconquista, Éric Zemmour. Y basta de “histeria irracional del CO₂ que destruye estructuralmente nuestra sociedad, nuestra cultura y nuestras formas de vida”, como reiteraba ya AfD en 2023 cuando los Verdes alemanes trataron de prohibir las calderas de gas y fueloil (4).
Las derechas radicales, pese a sus diferencias, en la actualidad persiguen un mismo objetivo: defender esa famosa “forma de vida” resumida en el eslogan de Confederación Libertad e Independencia en Polonia: “Una casa, algo de césped, una barbacoa, dos coches y vacaciones”; y todas denuncian una serie de ideologías –islamismo, ecologismo, woke, globalismo– que consideran confabuladas para aniquilar la civilización. “La cuestión fundamental de nuestra época es saber si Occidente tiene la voluntad de sobrevivir”, afirmaba, allá por 2017, el presidente Donald Trump en Polonia.
El PiS, Fidesz, RN y toda la extrema derecha europea comparte este postulado, el cual, a sus ojos, presenta como mínimo tres ventajas. La de combinar “sentido común” y trasgresión, cuando vuelve a ser posible decir lo que todo el mundo –o casi– piensa en silencio. La de ser todoterreno y adquirir una apariencia de coherencia sobre cualquier asunto, desde la transidentidad –señal definitiva de decadencia– hasta el conflicto en Oriente Medio: “Si Jerusalén cae en manos de los musulmanes –advertía Wilders ya en 2010–, Atenas y Roma serán las siguientes; Jerusalén es la principal línea defensiva de Occidente (5). Y la ventaja, por último, de poder tender trampas a los adversarios políticos.
La respuesta de la extrema derecha a la crisis social le confiere, en efecto, un doble ascendiente sobre la izquierda: la eficacia jamás desmentida de la denuncia de un chivo expiatorio y la división de las clases populares que los progresistas desearían poder unir. Y sus posturas ya no asustan a una derecha que también se ha radicalizado. Es mucho el camino recorrido. En el año 2000, la entrada en el Gobierno austriaco del Partido de la Libertad de Austria (FPÖ) de Jörg Haider suscitó la reprobación de los liberales y cristianodemócratas del continente. El presidente francés Jacques Chirac denunció una ideología opuesta a los “valores del humanismo y del respeto a la dignidad del hombre”. En 2024, el partido francés Los Republicanos (LR) –heredero político de Chirac– presenta como cabeza de lista a François-Xavier Bellamy, que, según dijo, habría votado por Zemmour en la segunda vuelta de las presidenciales de haber sido él quien se hubiera enfrentado a Macron.
La propuesta del candidato de Reconquista [el partido de Zemmour] de crear un Ministerio de Remigración levantó un (pequeño) revuelo en marzo de 2022. El pasado 15 de mayo, quince Estados miembros escribieron a la Comisión Europea solicitando una política migratoria todavía más severa; y, junto a Italia, varios Gobiernos de derecha, centristas e incluso alguno socialdemócrata –como en el caso danés y el rumano– han llegado a proponer el traslado de los solicitantes de asilo a un tercer país, de forma análoga al acuerdo aprobado por los conservadores británicos con Ruanda. Francia no firmó la solicitud, pero estuvo implicada en su redacción. En términos más generales, la conformidad del macronismo a propósito de la “preferencia nacional” –cosa que se puso de manifiesto al adoptarse la ley llamada “de inmigración” en diciembre de 2023–, el “asistencialismo” o la “ecología punitiva” tal vez explique la obstinación del presidente y su primer ministro Gabriel Attal por presentar a RN como el “partido ruso en Francia” para tratar de distinguirse de él.
En cuanto a Los Republicanos, a menudo optan por la escalada verbal. Su presidente, Éric Ciotti, acepta hablar de “gran reemplazo” o se niega a condenar los actos violentos de militantes de ultraderecha al grito de “Fuera el islam de Europa” tras la muerte, en noviembre de 2023, del joven Thomas Perotto en Crépol. Hasta el presidente de RN, Jordan Bardella, tuvo que pedirle moderación en France 2: “No se responde a la violencia en la sociedad con expediciones punitivas, justicia privada y eslóganes vengativos”. Ciotti, en clara ruptura con la tradición gaullista, tiende también a superar a RN en su apoyo, tan incondicional como virulento, al Gobierno israelí de extrema derecha. Y en materia de inmigración y normativa medioambiental, LR siempre se muestra más crítico con las políticas de la UE.
Los Republicanos a menudo señalan la falta de credibilidad de RN. “Los franceses tienen serias dudas sobre la competencia de Marine Le Pen, que jamás ha ejercido el menor cargo de responsabilidad”, escribía el diputado de LR Laurent Wauquiez en Le Figaro, el 13 de julio de 2023, en un intento de mostrar confianza. Pero este argumento pierde fuerza cuando altos cargos de la Administración pública francesa integran la lista de Bardella para las elecciones europeas, o cuando la prensa de derechas pone sus columnas a disposición de expertos que legitiman las propuestas de RN.
Así pues, la derecha se está radicalizando en un juego político reconfigurado por una extrema derecha que ha limado los elementos de su programa más susceptibles de general divisiones. La presidenta del Consejo de Ministros italiano –afecta ahora al atlantismo y al euro– muestra su amistad con Ursula von der Leyen (6). La presidenta de la Comisión Europea ya no descarta, tras las elecciones del 9 de junio, una alianza de su grupo, el Partido Popular Europeo (PPE), con el de los Conservadores y Reformistas Europeos (CRE), donde las huestes de Meloni cohabitan con Vox o el PiS. Acuerdos de coalición también han llevado al partido Demócratas de Suecia a resignarse a la adhesión a la Unión Europea, o al Partido por la Libertad neerlandés a admitir el apoyo militar a Kiev. En cuanto a la globalización, ya no pone a la derecha –menos fanática del libre comercio desde la crisis sanitaria y el ascenso de una China señalada como amenaza global– en contra de una extrema derecha que reformula la cuestión en términos de civilización.
Estos ajustes deben prestar servicio a una finalidad desvelada el 1 de mayo en la emisora RFI por el líder del grupo Fratelli d’Italia (Hermanos de Italia) ante la Cámara de Diputados: “Una Europa que gobierne sin los socialistas y sin esos grupos que se definen como ecologistas pero que, en realidad, son ecoextremistas”. La apuesta más inmediata de la derecha más dura para el escrutinio europeo de junio reside, en efecto, en conseguir ser capaces de cuestionar la cogestión del Parlamento Europeo entre el PPE y los socialistas, a la cual podría suceder un sistema de acuerdos de geometría variable. De ser así, en el hemiciclo prevalecerán debates cada vez más enconados sobre asuntos sociales; y en materia económica, entre bastidores, acuerdos tan opacos como de costumbre.
(1) “The hard right is getting closer to power all over Europe”, The Economist, Londres, 16 de septiembre de 2023.
(2) Véase Serge Halimi, “La Europa que ya no queremos”, Le Monde diplomatique en español, agosto de 2015
(3) Véase Pierre Rimbert, “Alemania bajo la presión de sus aliados”, Le Monde diplomatique en español, enero de 2018.
(4) Matthieu Jublin, “‘L’écologie punitive’, une imposture des droites”, Alternatives économiques, Quétigny, mayo de 2024.
(5) Roee Nahmias, “Geert Wilders: Change Jordan’s name to Palestine”, 20 de junio de 2010, www.ynetnews.com
(6) Benoît Bréville, “El modelo Meloni”, Le Monde diplomatique en español, julio de 2023.
Grégory Rzepski. PUBLICADO ORIGINALMENTE EN LE MONDE DIPLOMATIQUE. JUNIO 2024
GACETA CRÍTICA, 2 DE JUNIO DE 2024
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