Gaceta Crítica

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La muerte en prisión de Navalny sólo perjudica a Putin y es una ganancia inesperada para Occidente. O no tanto …….

El crítico del Kremlin encarcelado Alexei Navalny aparece en pantalla a través de un enlace de vídeo desde la prisión durante una audiencia judicial en un tribunal de la ciudad de Petushki, a unos 120 kilómetros de Moscú, el 26 de mayo de 2021. Foto: Dimitar Dilkoff / AFP

En los confines helados de una colonia penitenciaria en el Ártico, la muerte en prisión del opositor ruso Alexei Navalny, de 47 años, ha provocado ondas de choque en todo el escenario internacional, intensificando aún más las ya tensas relaciones entre Rusia y el Occidente colectivo.

Mientras Occidente llora y señala con el dedo , se hace evidente que la muerte de Navalny es un rompecabezas complejo, que no favorece en nada los intereses del presidente Vladimir Putin. Alexei Navalny, un crítico abierto del gobierno de V. Putin en Moscú, estaba cumpliendo una fuerte sentencia de 19 años cuando se conoció la noticia de su muerte. Las circunstancias que rodearon su fallecimiento son, en el mejor de los casos, turbias y las implicaciones van mucho más allá de los muros de la prisión.

El Kremlin ha sido acusado durante mucho tiempo de reprimir las voces de la oposición, pero la repentina salida de Navalny, una espina clavada en el costado de Putin, parece más que una coincidencia.

A primera vista, uno podría preguntarse por qué Vladimir Putin orquestaría la desaparición de una figura prominente de la oposición cuando la sombra de las próximas elecciones presidenciales rusas se cierne sobre ellas. Y todo ello estando en prisión y sin que supusiera ya amenaza alguna para Putin.

Si a eso le sumamos su exitosa entrevista con Tucker Carlson, que es muy probablemente el vídeo más visto de todos los tiempos en la plataforma X (antes Twitter), esto se vuelve aún más sospechoso. 

Un Navalny muerto tiene menos valor para el Kremlin que uno vivo, particularmente en el  clima geopolítico actual .

La muerte de Navalny, aunque trágica, parece ser más valiosa para Occidente de lo que alguna vez fue en vida, ya que desempeñó un papel de catalizador de la agenda de Estados Unidos hacia el Kremlin. Surge un cálculo peculiar: un Navalny muerto que sirva como mártir podría galvanizar el apoyo contra Putin, alimentando las llamas de la oposición e influyendo en las próximas elecciones.

La disposición de Occidente a utilizar a Navalny como peón para interferir en los asuntos internos de Rusia y mantener el apoyo al esfuerzo bélico en Ucrania añade una capa de cinismo al drama geopolítico que se desarrolla.

La sospechosa sincronización de la aparición de Yulia Navalnaya en la Conferencia de Seguridad de Múnich con el anuncio de la muerte de su marido no hace más que profundizar la intriga. ¿Es una mera coincidencia o hay una narrativa cuidadosamente orquestada que se hila a puerta cerrada? Desde luego, sabiendo como funcionan la CIA y el MI6 es cuanto menos sospechoso. Y ello en un contexto de avance ruso en la guerra de Ucrania y de la inconcebible masacre de Israel contra Palestina en Gaza.

Pasado oscuro

Lo que añade otra dimensión a la saga es el controvertido pasado de Navalny. Sus inclinaciones fascistas documentadas y su historia de islamofobia lo convierten en un improbable ejemplo para los defensores de los derechos humanos. Sin embargo, Occidente, impulsado por su agenda, parece estar dispuesto a sacar provecho de la muerte de Navalny y pasar por alto estos aspectos en su búsqueda de desestabilizar la “Rusia de Putin”.

Las conexiones de Navalny con el oficial del MI6 James William Thomas Ford a través de su principal asistente Vladimir Ashurkov, capturado en video solicitando fondos para iniciar una revolución de color en Rusia, son convenientemente dejadas de lado. La amnesia selectiva respecto de la inquietante historia de Navalny expone el doble rasero de Occidente en lo que respecta a los derechos humanos y los valores universales.

También es esencial yuxtaponer la respuesta occidental a la muerte de Navalny con la relativa indiferencia hacia las atrocidades en otras partes del mundo en una situación en la que el Occidente colectivo, que se apresura a emitir advertencias y amenazas de consecuencias para Putin, carece del mismo nivel de vigor cuando se trata de responsabilizar al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, por las acciones de su gobierno en Palestina.

Si bien se reconoce que toda pérdida de vidas es trágica, el escenario geopolítico parece asignar distintos grados de importancia a diferentes vidas y acontecimientos. La desaparición de Navalny, un duro golpe para la Rusia de Putin, es un crudo recordatorio de los intereses estratégicos de Occidente y su voluntad de priorizar los beneficios políticos sobre los «valores universales».

En estos días también se juega la extradición a Estados Unidos de Julian Assange por hacer públicas las maniobras y espionajes generalizados por parte de ese país. Parece que aquí también hay un doble rasero, como mínimo, por parte de la llamada «comunidad internacional», que en realidad es un número cada vez más reducido de países obedientes a EEUU.

Mientras el mundo lidia con las consecuencias de la muerte de Navalny, queda por ver cómo se desarrollará esta partida de ajedrez geopolítico y si la inversión estratégica de Occidente en su desaparición dará sus frutos a largo plazo.

GACETA CRÍTICA, 19 de Febrero de 2024

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